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Opinión-Editorial

Misión en el casco antiguo

23 de Septiembre | 10:51
Misión en el casco antiguo
-¿Te has subido la bragueta?

-¡Coño!

-¿Ves cómo no estás a lo que hay que estar? Se lo advertí al jefe, que el tonto este, o sea tú, no está a lo que hay que estar.

-¿¡Te quieres callar, coño!? Precisamente por estar a lo que hay que estar, que para eso me pagan, no estoy a cosas como subirme la bragueta.

-Lo que tú digas. Dios… los putos semáforos.

-¡En esta ciudad nada más que hay rotondas, paradas de taxi, aparcamientos para la policía…!

-¡No mentes a la pasma! ¿Cómo se te ocurre hacerlo ahora mismo? Agorero, que eres un agorero.

-Joder, no se puede decir nada. ¡Pelmazo!

-¡Hala, otro semáforo, por hablar!

-Ems… inútil… ¿Por dónde te estás metiendo? A mí esta calle no me suena de nada.

-Claro, cómo te va a sonar si ni tú ni yo somos de esta ciudad.

-Pues va a ser por eso que no me suena esto de nada. Párate, que se te va a poner en rojo. Mira que como nos detengan ahora, justamente ahora, por saltarnos el semáforo en rojo y ser un peligro para la seguridad vial… la cagamos, tío, la cagamos pero bien cagá.

-Vas a lograr lo que no quiero hacer, que es cagarme en tu madre, con lo que quiero yo a la buena y paciente de tu madre. ¿No te he dicho antes que a la pasma ni mentarla en estas situaciones, que da mal fario?

-Tranquilícese usted, que ya no digo nada. Pon al menos la radio… Tienes que torcer a la izquierda, mendrugo.

-Tarde. Y mendrugo tu abuelo.

-¡Qué mal conduces! ¿En qué calle nos hemos metido? Frena un momento, que no viene nadie, que sepamos por dónde vamos.

-Calle Zurbarán… a mí esto me parece raro… este nombre no me suena… En el mapa que nos ha dado el jefe no aparece ninguna calle llamada Zurbarán u otra que se le parezca.

-Lógico. Si el trayecto nos lo ha marcado sobre el tablero del Risk… Para él torcer a la izquierda es ir directamente a Norteamérica. Nuestro jefe es que es un poco desastre tirando a cutre.

-A ver… calle Zurbarán… ¿A dónde narices nos había mandado don Tirso? Con esta tensión se me olvidan las cosas.

-Un pintor… nos mandó a la calle de un pintor, eso está claro…

-Zurbarán fue pintor, eso lo sé yo.

-Serás ceporro. ¿Zurbarán un pintor? Si fue un profesor, un educador… ¿Por qué entonces hemos pasado delante de un instituto al que le han puesto su nombre?

-¿Y no debería estar ese instituto en la calle Zurbarán? Los de aquí son un poco raros…

-Leeré de nuevo la carta con las instrucciones que nos ha dado nuestro jefe, don Tirso. Lo que me fastidia es que para decirnos “id a este sitio y le dais esto a fulano”, nos cuenta un rollo… Arranca, que ya vienen coches.

-¡La monja! Que me la llevo por delante.

-¡DELINCUENTES!

-¡Nos ha llamado delincuentes!

-Al final nos cala antes la del hábito que los del uniforme… con la Iglesia es mejor no topar… 

     Este diálogo azorado y nervioso iban manteniendo dos individuos cuya descripción facial no viene al caso, no es crucial ni contribuirá a ningún beneficio para el lector. Simplemente decir de ellos que en su rostro hay una sombra, una umbrosa cortina de sospecha y odio, ya saben, de personas que no estudian ni FP ni el B1 en alemán; y esa cortinilla de penumbra e iniquidad les hace menos comunes de lo que deberían ser. El rato en que el copiloto buscaba la carta a ellos escrita con los apuntes de la misión, fue de un tenso silencio que despertaba la furia de las bocinas por el lento deambular y la falta de decisión para torcer las esquinas… Por fin encontró el papel en cuestión, lo desdobló y se humedeció los labios para comenzar a leer. Era ese tal don Tirso, el jefe, un hurón, una cobaya, un diarreico individuo de mediana edad, valiente y decidido, aunque tuviera especial pánico a una sola cosa: a su esposa, señora con cara de ajo y pelo de cebolla que le cosquilleaba los meniscos, trenzas en las sobaqueras y trozos de sardina entre los colmillos, cuya mirada infundía terror, haciendo tiritar de frío a su marido y sentir el latido del corazón en la punta de los dedos. La carta rezaba: 

     <<Condenados cafres:

Si queréis conservar el prepucio, más os vale entregar a la persona debida la mercancía. Ni un gramo quiero que perdáis pues ya sabéis lo que le ocurrirá a vuestro muy preciado miembro. Lleváis en vuestro vehículo –que no ha pasado la ITV- cerca de veintinueve mil euros. Tampoco quiero que echéis a perder el macuto, debéis devolvérmelo intacto. Para ello, os he dispuesto en el maletero diez bolsas del Mercadota y una del Carrefour con el fin de que traspaséis la mercancía del macuto a cada una de las bolsas. Ese macuto negro y precioso me costó veinte euros en las rebajas de enero, desde sesenta que costaba. Hay que ver cómo se pasan las tiendas deportivas. A mi prima le cobraron setenta por unas botas de fútbol para jugar al tenis, pues todo el mundo sabe que las deportivas de tenis son malísimas para el tenis y peores para el pádel. Y como la pobre de mi prima carece de dineros, solo pudo comprar la zapatilla del pie izquierdo, siendo que es diestra de nacimiento y zurda de ideas políticas. La muy desgraciada no para de cojear y no puede coger el balón, destrozándose la cadera sin remedio. Quiero muchísimo a mi prima, y tanto nos amamos ahora de adultos que en algún momento un piquito nos hemos dado a escondidillas de mi mujer, y por esta razón os mandé construir la famosa caseta de árbol del jardín…>> 

-¿Te puedes saltar la parte de su prima?

-Este jefe se enrolla… 

     <<El macuto tiene un bolsillo para las llaves y otro para el bocata de tortilla de pimientos. Si no lo traéis de vuelta, mi mujer amenaza con dejarme ciclán con el cuchillo del pan –que ese pellizca- y tuerto del tercer ojo con la varilla de los pinchitos, ya que ahora el cabrón de mi hijo quiere ese macuto para el fútbol. La mercancía debéis entregársela a Míster Segis, que vive en la calle de Eugenio Hermoso. Estará podando un geranio como señal. A ver si vais a darle la mercancía a cualquiera que pilléis podando un geranio, que vosotros sois capaces. La clave es esta: Míster Segis, que no entiende ni jota de plantas, por geranio cree tener una secuoya, tamaña diferencia. Precaución ante esta instrucción, garañones: es un individuo con bigote y gafas a lo Roosevelt, camisa planchada o no, pantalón marrón, azul o gris –según el día, se pone un color u otro-, pelo engominado o no –dependiendo de si le queda algo de gomina-, fumando o no fumando –a depender de la presencia de su marido en ese preciso instante o no, que le tiene prohibido fumar-, homosexual o no –porque hay veces en que le da por silbar a las mujeres desde el balcón-. Como veis, es fácil de identificar. Lo siguiente es preguntarle por la planta que esté trabajando: en caso de responderos que lo que tiene entre las manos es un geranio, hacedle caso omiso y seguid el camino; si la respuesta es “secuoya”, adelante, es Míster Segis. Pero si os quedara alguna duda, observad si sale al balcón un cubano con chaleco y chanclas que le toca el glúteo. Es el marido de Míster Segis, y en verdad, el del geranio es Míster Segis. ¿Os queda claro quién es Míster Segis? Tenéis además google maps en el móvil por si os perdéis. Espero que os ayude a hallar a Míster Segis. Bueno, que tengo que ponerme con los filetes empanados como obsequio para Míster Segis.

Con ustedes, y con cariño, MÍSTER SEGIS… digo, DON TIRSO, el JEFE.>> 

     Aunque buscaran en el Google maps la calle Eugenio Hermoso, la desorientación fue mayor que la anterior, si cabe. Ya se sabe que esas aplicaciones, al igual que el GPS, son tan inútiles como los expendedores de bolsitas de perro dispuestos por el Ayuntamiento de Badajoz, que por vivir en las Vaguadas no saben que el Casco Antiguo no es precisamente Finlandia o Suecia, o por lo menos Valladolid. Llegaron a la calle Arias Montano, la de la Sal, y se detuvieron al oír que una oronda vecina le decía a otra que qué hermosa tienen la calle y la fachada. (Esos vecinos miopes que lo mismo se emocionen con una cagarruta de perro que oyendo vociferar a Manu Carrasco, excitándose con una saeta de Bisbal, o deprimiéndose tan felizmente con Pablito Alborán. Presbicia y distrofia del yunque y martillo). Para más INRI, en esa calle, que la tomaron como la de Eugenio Hermoso, vieron a un vecino enfaenado con unas tijeras en un balcón. En sus manos, un tiesto colosal. A causa del sol deslumbrante no acertaron a ver la extraña planta que estaba trabajando. Decidieron lanzarse con la misión. El copiloto, con ese despiste suyo que dificulta cualquier operación, le preguntó:

-¿Sabe usted qué es lo que quiero? –Evidentemente dejó inquieto al vecino, que dejó de podar.

-¡Idiota!, que eso es lo que se dice en el Hormiguero. Disculpe, vecino, ¿qué planta está usted podando?

-Ninguna, señor.

-¿Cómo?

-Lo que estoy haciendo es recortarle el flequillo a mi suegra, que mañana hace la Comunión su nieta.

-Perdone las molestias, ha sido el sol, que nos tiene cegados. Nos pareció ver un enorme y oscuro tiesto de barro, por el color, supongo.

-Lo del color es por Benalmádena, señor; lo de enorme, por los polvorones de Segura de León; y lo de barro es porque no es muy dada a lavarse. Buenos días. 

Ya por Montesinos ocurrió lo esperado: un coche de la policía les estaba siguiendo. Con toda calma y parsimonia, continuaron su camino, hasta que unas calles más allá, un perro les ladró. Era un perro de la secreta que se hacía pasar por vagabundo, pero que en realidad comía a mantel puesto, bebía vino de La Rioja y comía pienso de Limoges. El ladrido del perro dio el pistoletazo de salida: la persecución tuvo lugar esquivando transeúntes y el tráfico hasta que el coche de los dos delincuentes se estrelló contra dos vehículos estacionados. El copiloto tomó las de Villadiego por la ventanilla y en la plaza de San Atón tropezó con “Caramelo”, el perro del “Pirulo”. Todo había acabado, y la misión abortada. El conductor, llorando, y sabiendo el final que le esperaba a su delicado prepucio, le preguntó no sin cierta rabia:

-¿Cómo sospecharon de nosotros?

-Nunca sospechamos –contestó el agente-. Patrullábamos el barrio. Coincidió que estábamos detrás de ustedes, interpretaron que les seguíamos, y ladró el perro. Comenzamos a sospechar cuando metieron el turbo. Supusimos que algo malo estarían haciendo para tener esa reacción. 

     Basado en un hecho real, acaecido en el mismo barrio el pasado fin de semana. Cerca de veintinueve mil euros en droga. Y no es lo único que está ocurriendo. Una ingente cantidad de toxicómanos está invadiendo nuestras calles, consumiendo y trapicheando a plena luz del día. Sufrimos no hace mucho la inseguridad por la presencia de delincuentes, ladrones, vándalos, las peores calañas y otras raleas escamosas. Y la Delegada del Gobierno niega, en una reciente declaración, que esté subiendo el índice de delincuencia en el barrio. Cosa semejante dice el Alcalde, que rechaza nuestras sugerencias y peticiones. (Hemos presentado un escrito con firmas recogidas por todos los vecinos). Muchos tenemos que aguantarnos en nuestras casas sufriendo la indiferencia de nuestros gobernantes, soportando el escándalo continuado de la calle, el ruido, las molestias… Poco a poco, paso a paso, este barrio abandona su condición de respetable para convertirse en una zona sin ley ni orden. Si el Sr. Alcalde y su equipo nada hacen al respecto, además de mediocres, serán responsables del declive y la debacle que a todos nos concierne. Impunemente nos están conquistando ciertas etnias del “palmoteo”, el guitarreo, el flamenquito, el “cante jondo”… en fin, ya me entienden. Y estamos muy cansados. Solo pedimos civilización y respeto. Acaso tengamos que tomar las riendas nosotros mismos, los vecinos, los perjudicados, dado que quienes tienen el deber de defendernos y ampararnos miran para otro lado. Porque el Casco Antiguo, según ellos, está mejor que nunca. Cuando en realidad está regresando a lo que fue antes de estar mejor que nunca…

 



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