“Tenemos que convertir el territorio en un lugar de vida, no únicamente en un lugar de residencia.”
Francisco Soler
España como estado biorregional
Según datos publicados por el Observatorio de la Sostenibilidad, España es el país europeo que más ha aumentado las emisiones de gases de efecto invernadero desde 1990. Las condiciones ecológicas de España son de elevada vulnerabilidad especialmente para el ciclo hidrológico, la biodiversidad y las costas, por ello son necesarias actuaciones urgentes para adaptarnos al cambio climático. El año 2016 ha sido muy cálido en España, con una temperatura media de 15,8ºC, valor que supera en 0,7ºC al normal (período de referencia 1981-2010). Se ha tratado del sexto año más cálido desde el comienzo de la serie en 1965 y el quinto más cálido de lo que llevamos de siglo XXI.
Según la Junta de Extremadura (Escenarios regionalizados de cambio climático en Extremadura. Direccción General de Evaluación y Calidad Ambiental, 2010), nuestra región registrará en los próximos 30 años un calentamiento generalizado en todo su territorio, con un aumento de la temperatura media anual de las máximas diarias, así como en las mínimas, y una reducción de las precipitaciones. En el primer cuarto de siglo, las medias anuales de las temperaturas máximas se verán incrementadas entre 2,5°C y 3°C en todo el territorio. A partir de 2050 y en las previsiones más extremas, las temperaturas medias de las máximas pueden alcanzar entre 3,5°C y 4°C más que las actuales. Estas condiciones traerían consecuencias devastadoras.
Juan Carlos del Olmo, secretario General de WWF España define España como un país extremadamente vulnerable al cambio climático, con una economía que depende en gran medida de sectores estratégicos ligados a la naturaleza y a la salud de los ecosistemas como el turismo, la agricultura, la ganadería y la pesca, y en el que gran parte de su población se encuentra en zonas de riesgo por olas de calor. En estas circunstancias, la lucha contra el cambio climático es una cuestión de pura supervivencia y una oportunidad única para cambiar radicalmente el modelo energético actual, para hacerlo eficiente, totalmente renovable y también más justo.
En esta misma dirección, Punma y Golg (Formulando Escenarios de Cambio Climático para Contribuir con Estrategias de Desarrollo Adaptadas al Clima. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2011), indican que hacer frente a los posibles impactos del cambio climático está dando muestras de ser enteramente compatible con la consecución del desarrollo sostenible y con el logro de las Metas de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas. Las preguntas que debemos plantearnos no son únicamente del tipo ¿cómo vamos a afrontar el cambio climático y los retos ecológicos que trae este siglo? o ¿cómo será la agricultura?, también tendremos que plantearnos preguntas referidas a ¿cómo afectará a nuestra salud? o ¿cuáles son las condiciones sociales más adecuadas para afrontar el cambio climático?
En última instancia los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la reducción de emisiones y la economía verde y circular son instrumentos que buscan una sociedad con menos desigualdad, más justa y cohesionada, luchar contra el cambio climático, un menor uso de materias primas, una reducción en residuos y en productos tóxicos para avanzar hacia la descarbonización y un futuro más sostenible. En estas condiciones hablar de cambio climático es hablar también de consecuencias sociales. Esta combinación de elementos climáticos y sociales es lo que define el escenario de crisis climática que se avecina: ¿cómo vamos a abordar la agenda climática y la agenda social del siglo XXI de una manera combinada y a un mismo tiempo?
Brown, en su obra Un mundo justo para las futuras generaciones: derecho internacional, patrimonio común y equidad intergeneracional, plantea que es propósito del Estado realizar y proteger el bienestar y prosperidad de todas las generaciones: el principal deber planetario es el que establece que cada generación presente sólo puede tomar del planeta aquello que le resulte necesario para satisfacer sus necesidades sin comprometer la capacidad ecológica y socioeconómica de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Cumplir con este deber es dejar de quitar a las generaciones futuras algo a lo que tienen derecho, no entregarles algo. Los deberes planetarios –dice Brown– se imponen a cada sujeto en cuanto miembro de la generación presente y sólo tienen significado si se traducen en deberes específicos, en el derecho internacional y en el derecho interno de cada estado, respecto a la utilización de los recursos naturales y la conservación del medio ambiente. Según esta autora existen cinco clases de deberes de uso: a) de conservación de los recursos; b) de acceso equitativo a la utilización de los recursos; c) de prever o disminuir el impacto negativo sobre los recursos o la calidad ambiental; d) de minimizar los desastres; e) de soportar los costos del daño.
Parece claro que, en la crisis climática, la intergeneracionalidad marca los nodos de intersección entre las agendas clímática y social siglo XXI.
Una característica común a la organización política y económica global de nuestro momento histórico es que actúa en contra de los deberes que indica Brown, como si la explotación de los recursos naturales no estuviera sujeta a ningún límite, como si no se hubiera aceptado la finitud del planeta que ya proclamó en los años 70 del siglo pasado el Club de Roma. No parece aceptarse la subordinación de la economía a las leyes de la Naturaleza, ni que la producción, comercialización y consumo de bienes y servicios están condicionados y limitados por los límites físicos de la biosfera. Las consecuencias son el cambio climático que ya nos afecta y la crisis climática consiguiente que determinará la políticay la economía de la sociedad que viene.
El cambio climático traerá desequilibrios en los ecosistemas, aumento de la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, subida del nivel del mar, escasez de agua potable, desertización y alteración de los ciclos agrícolas. Las cadenas de suministro hiperconectadas e hiperdimensionadas tienen una implicación primordial en las causas del cambio climático, son las responsables de la expoliación de los recursos del mundo, saquean las selvas vírgenes, emiten gases nocivos a la atmósfera, sobreexplotan los océanos y los contaminan con vertidos industriales. Al mismo tiempo se verán severamente afectadas por la crisis climática de la que son causa, nos recuerda Khanna en su Conectografía: mapear el futuro de la civilización mundial (2017).
A medida que el incremento de temperaturas, la subida del nivel del mar y la modificación de los ciclos agrícolas afecte nuestros hábitats urbanos, nos enfrentaremos a un fenómeno de desurbanización que no sabemos hasta qué punto puede ser tan intenso como el de urbanización que hemos descrito en el apartado anterior, aunque sí podemos afirmar que no cabe esperar que sea igual en todas las regiones del planeta, ni tampoco lineal en el tiempo. A esto se une la desertización de zonas fértiles y la escasez de agua potable: la gestión del agua es otra de las cuestiones centrales de la gestión de la urbanización en escenarios de crisis climática. El agua es esencial para la industria, la agricultura, la electricidad, el consumo humano y animal… la gestión de las cuencas hidrográficas y la gestión urbana del agua plantean desafíos a nivel global..
La gestión de la desurbanización y la gestión del agua en entornos urbanos y regiones metropolitanas se convierten en elementos esenciales del surgimiento de una urbanización, sostenible por un lado y resiliente por otro, que se plantee una nueva relación con la naturaleza y, por ende, con los entornos rurales: una relación de equilibrio con la naturaleza y de revalorización de la vida rural.
En esta relación los entornos urbanos deben asegurar la incorporación de tecnologías energéticamente eficientes en las cadenas de suministro (verdaderas responsables de los efectos del cambio climático) y elementos de sostenibilidad en sus actividades industriales y sus flujos comerciales. La incorporación de índices de sostenibilidad a las gestiones y transacciones financieras de las cadenas de suministro (fondos de inversión socialmente responsables, cumplimiento de estándares medioambientales y sociales en las decisiones de inversión, introducción de procesos de compra ética en las cadenas de proveedores…) es otro de los elementos a incorporar para promover la sostenibilidad en las cadenas de suministro.
A su vez, la naturaleza y los entornos rurales, activados por una gestión eficiente de la desurbanización, podrán aportar su capacidad resiliente de revitalización de ecosistemas. La producción de energías renovables, los canales cortos de comercialización de alimentos y la práctica de una ganadería y agricultura de proximidad, mas acordes con criterios ecológicos y menos dominadas por prácticas industriales, forman parte de estas pautas de relación.
Ciudadano Moreno Ibarra