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Opinión-Editorial

Familia, carroña de buitres

5 de Octubre | 10:49
Familia, carroña de buitres
Estimado, íntimo amigo, confidente, exploto lo que mi amigo Prudencio me narró mientras sorbía el café con ginebra, con el fin de disminuir esta agitación incurable: 

<<Chorizos y hurtadores. Sí, Miguel. Hablo de ese matrimonio que tú tan bien conoces, ya jubilado, con cinco hijos aún en el mundo. Un matrimonio que se ha enraizado en la tradición, en la humillación, en la envidia y en esa vieja costumbre de joder al resto de la familia. Los cuatro primeros hijos, criados y educados bajo la férula del cinturón de cuero, azotados a la primera de cambio. La última en nacer, placenteramente recostada en un colchón de pétalos de rosa cubierta por el dosel de protección. La máxima del hogar: el machismo, en boca del padre y consentido sumisamente por la madre. El hombre de la casa es el progenitor, y si a alguien se le olvida cuán inteligente es, qué tremenda genialidad posee, él te lo recuerda en la comida para hacerte ver, aprovechando, lo inútil e inservible que eres, para qué has nacido, y que mientras él viva, te desplegará una sombra sobre ti por su valía y su gran presencia en el mundo. La madre, como justificación por sus malas contestaciones, por su peculiar sentido del humor que no es por hacer gracia –insistía mi amigo Prudencio en decirme-, sino por joder, joder, joder y machacar al interlocutor; si con un chiste puede humillarte, ten por seguro que él te lo soltará, y ella, su mujer, se lo acepta y pretende que el mundo también lo acepte; porque, como te iba diciendo, Miguel, su justificación es la de que su marido es artista. Sí. Parece que pinta. Pero no. Ni por asomo se acerca a lo que debe ser un artista. Un ser vanidoso, envidioso, que arroja por la borda toda la obra de grandes pintores y ha denostado ideas de quienes ahora son celebérrimos. Así, en esas comidas de adoctrinamiento y azote con el cinturón, debía hacer ver a cada uno de sus hijos –que únicamente querían comer tranquilos- lo insignificante y cateto que es Eduardo Naranjo -¡Eduardo Naranjo!-, Francisco Pedraja, cómo de insuflada está la obra de Felipe Checa, y esa sarta de ladridos por parte de un ser que aspira a algo, y que, cómo no, no le tienen en cuenta entre los círculos de pintores; compañeros de oficio le han dado la espalda por insoportable, y otros muchos que nada tienen que ver con la pintura huyen al cruzárselo por las aceras por el pánico a mantener una conversación con él: el rollo memorizado de la disciplina que sea para que compruebes y vayas a tu casa maravillado por esa mente prodigiosa que acabas de ver. De este modo, bien puede contarte un rollo patatero de la ley de L´Hôpital; el funcionamiento de los estomas en los cítricos, y cosas varias que pasado el tiempo olvida, simplemente lo retiene para soltarlo en ese momento. Y tú te vuelves a tu casa con cara de gilipollas porque para nada te interesan las matemáticas, las ciencias y la filosofía. Y, por educación, no quieres frenarlo.

Esos cabrones, Miguel, después de la infancia que les han dado a sus hijos, nos han jodido, pero bien jodido, lo más preciado que teníamos.  ¿Recuerdas ese campo al que te invitaba algún que otro fin de semana? Tenía barbacoa y piscina, y viñedos, y encinas, mandarinos y naranjos, hasta había un aloe vera si no recuerdo mal. En ese campo nos reuníamos la familia, y nosotros, que éramos niños, jugábamos por la noche al escondite mientras nuestras madres nos perseguían con las sudaderas. ¿Y recuerdas el apartamento de Málaga? Por cuestiones de herencia… sí, Miguel, lo que estás pensando. Al garete. Lo perdimos todo. El hombre del que te hablo lo tuvo bien merecido por engañador, por tomarle el pelo a su madre, por haberla estafado a ella y a cada uno de sus hijos. ¿Que por qué a sus hijos? Por haberles cobrado una piso en el edificio que fue de sus padres. Su madre –como no me gusta decir nombres, recurramos a la Biblia, al principio, y pongámosle, por ejemplo, Evangelina-, le puso la condición de que en el edificio tenían un piso gratis sus nietos, es decir, los cinco hijos de los que te he hablado antes. ¿A que no sabes lo que hizo? Sí, Miguel, no te horrorizo. Cobró a su hija, la primogénita, que se ha instalado en ese maldito piso, con descaro, como timador y carroñero que es. Por eso te los he descrito como chorizos y hurtadores. Porque eso es un robo. Ocultó a su propia hija el estado gratuito del piso por el que había pagado una buena cantidad de pesetas. Pasado un tiempo, esa hija se entera por su abuela –llamémosla Evangelina, por ejemplo- de lo que su padre le había ocultado. Y Evangelina, en un arrebato de furia, deshereda a su hijo, y despoja a toda la descendencia del campo, esas magníficas hectáreas, y del apartamento en Málaga, cerca del mar, un sitio que bien vendría a la familia en su época de vacas flacas para hospedarse unos días y desconectar de su ciudad. Todo tirado a la basura y perdido por la avaricia, la codicia y creerse más inteligente que los demás. ¿Recuerdas lo de la avaricia rompió el saco, verdad? Pues ya tienes un ejemplo de lo certero de los refranes.

Lo peor de todo, Miguel, no es esto. Sino que en medio del juicio entre los hijos de Evangelina –son tres-, este hombre, ayudado por su mujer, la persona más manipuladora, mentirosa y tóxica que te puedas imaginar, pretendieron engañar a toda la familia victimizándose y encima -el poder del cinturón en la infancia-, consiguieron que alguno de sus hijos declarara en el juicio a su favor. La cosa era obvia y obra de idiotas. Perdieron y más que perdieron.

Bebe café, Miguel, amigo mío, que te está costando digerir lo que te cuento. Pero es la realidad. Te prometo que no invento nada. Es un pesetero, y por ese motivo ha reñido con tanta gente. Siempre ha intentado quedarse con la mejor parte de todo. Ha sacrificado a miembros de su familia por el cochino dinero. Ha logrado alejar a su esposa de los suyos, sin que intervenga ni sea protagonista de los acontecimientos más importantes. Tienen nietos. Pues ninguno de ellos les hace una mísera visita, y créeme que desde la infancia mantuvieron un contacto, pero cuando no tienes nada que ofrecer a la gente, huyen, te evitan. Él tiene el concepto de que los nietos se acercan a los abuelos. Y eso, como comprenderás, no funciona así. Los nietos se acercarán a sus abuelos si estos muestran interés por saber de sus vidas, por hacerles ver el cariño, si se sienten a gusto. Da la casualidad de que sus nietos han visitado y siguen visitando a los abuelos que poseen por la otra parte de la familia… ¿Por qué será?

Un ente sin escrúpulos, porque carece completamente de ellos, ha sido capaz en un pasado remoto de echar de su casa a su hija –con un bebé en brazos y un renacuajo que le cogía de la mano- y a su yerno, por el simple hecho de haber mantenido una disputa con este, y por el orgullo y el furor, recurrir a algo tan rastrero. Y un ente sin escrúpulos –como también su mujer- para hacer notar su benevolencia y su generosidad, cuando ve a alguno de los suyos sin un duro a final de mes, se ofrece y abre su bolsillo. Hasta aquí, un acto de caridad que le puede ser agradecido. Pero si esos meses de préstamo se suceden –y aun siéndole devuelta la cantidad prestada-, en la ocasión que se precie, te recordará su acto cristiano como en un alarde de superioridad para empequeñecerte, provocando y exagerando tu imagen de muerto de hambre que ha tenido que recurrir a algo tan denunciable como pedirle dinero para comer a quien se supone tu padre. Eso ha hecho con una de sus hijas, y con su marido, y con sus tres hijos. ¡Tres nietos!

Él y su amada esposa –que en realidad es su esclava, su admiradora, su fan, su “encubre-todo”- son dos ejemplares de buitres carroñeros, siempre hurgando en la carne a la intemperie, en la carne fresca y a punto. Su hija, actualmente, lucha contra una enfermedad. Y ellos, para revolotear sobre ella, se han vestido con las rutilantes alas blancas de palomita, portando en el pico una hojita de laurel. Así, revoloteando y de esa guisa, han conseguido encandilar a su presa que ahora sobrevuela la ciudad sostenida por las garras de los buitres que son sus padres. Sus hijos miran para otro lado, y su marido, otra víctima, corre por el terreno yerto de su vida con los brazos extendidos por si en el trayecto aéreo sueltan a su esposa y la hostia es tan grande como la sinvergonzonería de los carroñeros.

Miguel, no quiero seguir hablando más. Esto que te he contado lo he vivido. El matrimonio del que te he hablado tiene algo que ver conmigo. Son mis abuelos. Y yo soy uno de esos nietos que no quiere saber nada de la familia…>> 

Y mi amigo Prudencio se terminó el café y me encasquetó la cuenta. Corrió y corrió hacia la ermita de la Soledad. No le he vuelto a ver desde aquella quedada de septiembre.

 

 



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