Tenemos un otoño primaveral, casi, casi de verano, y la gente se ha echado a la calle para disfrutarlo. Donde vivo, tienen mucho éxito las terrazas y las encuentras por todas partes, colocadas en sitios mejores o peores, cuando caminas. Hay hasta un concurso que valora cuál es la mejor y todo eso, a juicio de quien participa.
Al mediodía, la ciudad es feliz, bajo el sol los turistas caminan entre las piedras de la ciudad monumental, ora mirando a lo lejos o más cerca y cuando hemos querido entrar libremente a una de las iglesias nos lo impide un armatoste a modo de mostrador en el que cobran una entrada.
Desde lo alto vigila la montaña y el campo está muy seco, los empleados de los museos te observan y el aljibe mantiene la oscuridad y el misterio entre sus piedras, después de tantos siglos. Observándolo, me pregunto sobre lo qué pensarían hoy, quienes lo idearon y construyeron, si nos vieran haciéndole foto tras foto tan modernas con los móviles.
Hay un camino interno y otro externo por la vida. No siempre coinciden. La empatía no es una cualidad que se pueda reproducir fácilmente, tampoco las miradas; la chica del restaurante decide que me conoce, aunque no sabe muy bien de qué y en los bajos de una terraza cantan los invitados a una boda, al ritmo de un karaoke marchoso con pasodobles del siglo pasado. Es octubre y ya basta de transcendencias, quizá la idea importante es dejarse llevar sin querer aprisionar fuerte lo que consideras un destino, pues hay demasiadas fuerzas, por todas partes, asomando. Y el que venga detrás que espabile, como dice una amiga.
Este domingo todo tiene un toque surrealista. El surrealismo es un movimiento artístico y literario que surge en Francia hacia 1920 y es conocido como referencia de lo inconsciente e irracional en el arte, fuera del control de la razón, independiente de preocupaciones estéticas. El surrealismo penetró la actividad literaria y pictórica, incluso la cinematográfica. Produjo grandes artistas que se dispersaron cuando en 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial. Pero estos días todo me lo recuerda en lo atípico de las circunstancias, pues de sobra sabemos que el ser humano es un animal de costumbres fijas, incluso cuando no para y que a una cierta edad sobrevienen las manías.
Las manías te sistematizan la vida, te la simplifican. Son todo un hallazgo en la ciudad tranquila, los días de la semana para trabajar, los “findes” de paseo o de marcha con los amigos, los lugares públicos llenos, los camareros despistados. Solo la piedra permanece. Como siempre. Como cuando la vislumbré por vez primera, creyendo que iba a contemplar (era de noche), cabalgando a un caballero, caminando rápido entre callejuelas a un clérigo, deslizándose despacito un ánima...
Se puede mirar la ciudad con ojos surrealistas, a veces te lo pone a tiro. Para no elucubrar razones que a nadie le importan: denle gente, bullicio, música... y lo demás que espere. Si acaso.
Carmen Heras