La única vez que me he puesto pestañas postizas fue porque me las dejaron para ir a una fiesta importante y súper divina (según el argot de Boris Izaguirre). Nos sentíamos todas guapísimas y, a pesar de no haberlo hecho nunca, no hubo problema al colocarlas, la dificultad llegó cuando hubo que desprenderse de ellas.
Estoy hablando de los años setenta del siglo pasado, así que ya pueden figurarse ustedes que el objeto en cuestión no estaba demasiado elaborado, una hilera curvilínea de pelitos juntos y un pegamento inocuo pero altamente mejorable. Desde luego nada que ver con las de ahora, tan perfectas y diferentes, tan pensadas para cada tipo de ojos y mujeres y tan fáciles de poner y quitar según dice la dueña de la peluquería donde habitualmente me lavo la cabeza.
Las pestañas, por aquel entonces, no se vendían en cualquier comercio de nuestras pequeñas ciudades de provincias, las que yo llevé eran de una amiga perteneciente a la alta burguesía vasca, adquiridas en Neguri (Guecho), su lugar habitual de residencia, junto con su ropa maravillosa y exclusiva, imaginen el nivelazo! Ayer, cuando vi multitud de estuches llenos de pestañas en uno de los estantes de una perfumería de Cáceres, supe (jajaja) que la historia ha avanzado vertiginosamente y el progreso, por fin, nos alcanza de lleno en Extremadura.
Y así con todo. Porque ¿cuáles son los vericuetos publicitarios recorridos por un artista conocido para erigirse en un concienciado filósofo de su época?¿que le lleva a arengarnos sobre lo qué hemos de hacer en relación con la sostenibildad del planeta, o la violencia de género, pongamos por ejemplo, utilizando el sitio y el momento preciso (totalmente ajenos a dichos temas) para dar sonoridad a un discurso pre-preparado?. Al parecer donde antes se pronunciaba una plegaria a favor de la paz mundial hoy se lleva la ecuación matemática consistente en que, como lo dice un famoso en vez de un sabio, los medios prestan mayor atención al glamour del gesto, lo recogen y el público “atiende” mucho mas a lo obvio. Algo que (casualidades de la vida) ya estaba allí (aunque desapercibido para la “masa”) como el dinosaurio de Monterroso, el gran escritor guatemalteco.
No se me entienda mal, me parece perfecto ver a nuestras figuras, con preocupaciones tan contemporáneas en aquellos asuntos preocupantes para los humanos. Lo que me chirría es la contraposición con su propia vida, pero esto al parecer no viene al caso. Es lo que tiene haber recibido una educación demasiado clásica y habérseme inculcado que no debe predicarse a otros para que hagan lo que uno mismo no puede o no es capaz de hacer. Aunque seguro que conocen la receta dada por aquel cura progre y sincero del colegio a sus alumnos adolescentes: “no (me) le deis vueltas, vosotros portaros como os decimos, no como veis que nosotros (lo) hacemos”.
Pestañas postizas y de las buenas es lo menos que vamos a tener que exigir a nuestros apóstoles cotidianos, tan bendecidos por la fortuna, tan elocuentes y sabios. Para infundir un mayor misterio a sus miradas y que cuando los escuchemos no nos demos cuenta del truco y del guión aprendidos, tan notables, tan teatrales...
Carmen Heras