Pues resultó que aquella tarde, sentadas sobre las colchas de las camas, nos dio a un grupo de amigas del colegio mayor por investigar sobre los diferentes tipos de caracteres existentes y sobre el encaje de los nuestros dentro del marco común. “El tuyo es muy aburrido -dijo la “estrella” del grupo- siempre está en el término medio, vaya rollo” y yo me molesté.
La “estrella” del grupo era decidida, una verdadera líder, con decirles (jajaja, menudo patrón de medida, entiéndanme la chanza) que hasta estuvo en un programa de televisión, de esos de preguntas y premios, allá por la década de los setenta... No era guapa, pero si un poco más alta de la media, con el pelo muy rubio y los ojos azules. Tenía una hermana casada con un joyero. De ella se enamoró como un tonto uno de los chicos más ricos de la clase, de las familias súper guay de la zona, aunque lo abandonaría por un ingeniero con un buen sueldo en una Nuclear.
La “estrella” no era mala persona, nos llevábamos bien. Compartíamos habitación y confidencias en el colegio universitario, al volver de clase, durante toda la carrera, salvo el último año en el que ella se fue a un piso alquilado y yo no, pues mi madre se negó en firme a tamaña posibilidad, bajo el pretexto de que yo no comería, por no hacer la comida. ¡Ay, aquellos tiempos de sujeción para las mujeres, aún para las más osadas que se iban a hacer carreras de ciencias en una universidad de hombres...!
Recordándolos, me pregunto de dónde sacamos la fuerza para hacerlo, muchas de nosotras no teníamos antecedentes especiales en nuestra familia y sin embargo, algo nos alertaba y obligaba a seguir, observar y arriesgarnos, sin movimientos de protesta, sin altavoces, sin luces, ni colores, calladamente. Solo quienes han vivido algo parecido pueden entenderlo en todos sus matices, aquella generación de mujeres abrió las puertas a todas las que han venido detrás, sin ruido ni sobresaltos, como si hiciesen calceta, pero con una tenacidad a prueba de bombas, sin desfallecer. Con timideces, pero sin pasos atrás.Supongo que existía entonces un sentido de lo transcendente, sin saberlo sabíamos que era preciso actuar. La épica en cada acción humilde, el eslabón en la cadena, la responsabilidad de no fallarle al común de los seres humanos en un progreso conjunto, la solidaridad sin adjetivos y entre todos. Eso de “hoy por ti y mañana por mi”. La autonomía.
Mi amiga, “la estrella”, se arrepintió de sus palabras de aquel día. “Rescaldi, (me llamaba cariñosamente así), he estado estudiando más en serio las características de tu carácter y tienen mucho valor, por su estabilidad y fortaleza ”. Y yo me sonreí. Menudas psicólogas.A esta amiga le perdí la pista, se casó rápidamente y tuvo hijos. Supongo que hoy, en algún sitio, vivirá y será una mujer madura y atractiva. Espero que esté bien. Algunas personas de nuestras vidas nos han abandonado muy pronto; otras llegaron luego, y así.
Carmen Heras