Vengo de Las Palmeras, leo la prensa y, por el camino, pienso en escribir sobre una “izquierda exquisita” que pulula por mi entorno y que no sé si se le paró el reloj hace ya algún tiempo. Empezaré primero hablando de las distintas clases sociales hasta llegar a este especimen sobre el que he decidido escribir esta columna.
La derecha radical fascistoide creo que sigue existiendo como en sus mejores tiempos. Hay también una derecha conservadora, neoliberal, que se entiende bien con ella. Dicen que hay una centroderecha que, unas veces, bascula para un lado y, otras, para otro. Después, está la centroizquierda, que llega hasta la socialdemocraciacapitalistaavanzada. Parece ser que también hay una izquierda más radical y anticapitalista, pero pragmática. Y, por último, están mis amigos de “la izquierda exquisita” a los que no acabo de entender y que me recuerdan a la izquierda de la Segunda República, que se daba de hostias mientras el franquismo les iba ganando la guerra.
En este tablero político y social es fácil entender las dificultades que existen para formar un “gobierno progresista”: otra vez unas clases se cohesionan y alían entre ellas, y otras discuten si son galgos o podencos, sacando músculo para ver quién es más progresista. La experiencia aleccionadora de Portugal se la pasan por los cojones los “más izquierdosos”, mientras que los que podrían gobernar se jactan de que ellos son “los elegidos”, dando largas y perdiendo un tiempo que podría ser suicida para ambos, digan lo que digan las encuestas.
Vuelvo a la izquierda exquisita, esa que quiere cambiar al sistema en poco tiempo, con su “autenticidad” y arremete contra todo lo que se mueve en aras de una revolución que lo primero que se llevará por delante será a muchos trabajadores, que, aun siendo víctimas de muchas injusticias, quieren tener un trabajo para comer, por encima de todo. Muchos de estos izquierdosos de pico no han pegado un palo al agua en su vida y quieren marcar el ritmo de unas clases trabajadoras más conscientes que ellos de que el gran capital tiene una fuerza arrolladora y les puede destruir en pocos instantes.
Y aquí tenemos el eterno dilema: ¿REFORMA O REVOLUCIÓN?
Los que tienen poco que perder se apuntan a la revolución; son profesionales de ella y suelen tener sus habichuelas resueltas, salvo algunas excepciones. Los que tienen que hacer frente a sus graves problemas cotidianos de supervivencia prefieren que se vayan produciendo reformas que mejoren poco a poco sus vidas. Ambos tienen razones para sus posturas vitales, pero, mientras el bloque progresista avanza a paso de tortuga, los trifachitos estrechan sus lazos para acabar en un solo frente.
Y en medio de ello, ¡que viva la república!, aunque sea con republicanos de pacotilla.
Tengo la esperanza de que este panorama cambie. Y de que haya gente, tal vez no adscrita a estos grupos de los que les hablo, que hagan un esfuerzo colectivo e inteligente para que las cosas vayan cambiando. Y confío en que los trifachitos no nos lleven para atrás ni los izquierdosos de pico se quieran saltar los escalones de tres en tres ante unas clases trabajadoras que luchan cada día al ritmo que pueden.