Yo venía de Marruecos, de mi viaje de fin de carrera, y al llegar a Zamora, después de hacer noche en Valladolid, me encuentro con que mi abuela materna ha fallecido de repente y toda la familia está de duelo. Hoy, he encontrado la carta en la que yo le cuento a mi pareja todo lo ocurrido. Impresiona la parquedad con la que narro los hechos, pero sobre todo la admiración por mi madre, su hija, por la fortaleza que mostró durante todo el tiempo. Ella se ocupó de todo, ella.
Hablo de una época pasada. Por entonces, escribíamos cartas a los que amábamos y no es extraño que los epistolarios hayan sido material de primera clase para entender personalidades, circunstancias y hasta periodos históricos al completo, desde perspectivas diversas.
Escribíamos a mano, cada día. Contando lo que nos parecía sugerente, aunque fuera rutinario. Dejando a un lado los arrumacos de amor, cuando los había, lo cierto es que cada misiva tenía un relato. En las mías hay un modo de vida, unos credos en la naturaleza y en la preparación, muchos títulos de libros y hasta discos con nombres y apellidos, de mayor o menor calidad pero que sociológicamente mostraban un momento, unos gustos y preferencias.
Ahora no se escribe. Los enamorados, las parejas, los amigos, se intercambian mensajes cortos en los teléfonos, resumiendo sentires y escenas. Por eso y porque no se lee lo suficiente, muchos de nuestros jóvenes no saben escribir, relatando. Cuando leemos sus trabajos académicos, demasiadas veces solo encontramos ideas sueltas sin ilación, frases entresacadas de algún informe o libro, colocadas fuera de contexto al no haberlos leído y no tener, por tanto, un planteamiento claro de sus tesis.
Pero saber construir un relato es altamente importante, y si no que se lo digan a Pablo Iglesias o a Pedro Sánchez. El relato hacia quienes escuchan, o están enfrente, puede salvar una defensa, un argumento, casi más que la realidad de los hechos de la vida misma, que muchos ni siquiera han querido vivir en primera persona.
Para mi sorpresa, los ciudadanos compran el relato, lo necesitan, lo absorben, bien es verdad que cada quien según los parámetros del espacio político con el que se siente más identificado. Y no digamos los medios de comunicación, tan enredados, en razón a su razón de ser, como los propios protagonistas en sus idas y venidas, siguiéndolos.
Un buen relato puede hacer ganar unas elecciones. Y perderlas. Como en la evaluación, que antes se hacía de manera global y ahora se perfila en innumerables ítems, el relato se compone de muchos matices, todos ellos observables y cuantificables. En las tertulias se desgranan las partes, una y otra vez, de manera inmisericorde. Y así vamos, el mundo virtual presidiendo las relaciones humanas, las creencias y las amistades. Y mandando. Mucho.
Carmen Heras