“El cocido está bien cocido, pero viene poco cocido” era una frase usada en mi casa, entre risas, recuerdo de una de las anécdotas del último año de la guerra civil española que mi padre vivió, recién cumplidos los 18. Aún me asombra, cuando lo pienso, la fuerza vital de aquellos jóvenes para enfrentar el miedo, el dolor y hasta la risa, en medio de tanta ruina.
Pues resulta que un día de aquellos (de feliz y común memoria gustativa), en llegando la “hora del rancho” para los soldados, estos vieron repartir al cocinero un buen cocido, preparado con todos sus ingredientes. Y sabía muy bien. “Estaba gustoso -recordaba mi padre- pero las raciones no eran muy abundantes que digamos, siendo como éramos hombres sanos y jóvenes con apetito”. Y la frase ingenua de uno de ellos lo reflejaría: “si, si, el cocido está bien cocido, pero viene tan poco...”
Rememoro la anécdota llevándola hacia algunas situaciones cercanas a nosotros. A veces, una pretendida reiteración de la qué nos burlamos explica limpiamente la idea central de lo que pretendemos decir. Como cuando un conocido político dijera, en uno de sus mítines: “si todo el mundo nos vota, ganaremos” y los tertulianos rieron mucho. Pero sin motivo (en mi entender), pues la frase revela como pocas el quid del problema: la duda generalizada de si los propios apostarían, o no, por el partido en cuestión.
El ciudadano sabe que algo no funciona cuando las flechas señalizadoras se desvían del objetivo central. Como cuando los medios, en plena realización del Womad, hablan y publican fotos, no de los artistas y grupos, no sobre sus intervenciones, sino sobre la basura acumulada, los vasos reciclables, las chicas con grandes bidones a las espaldas recogiendo botellines vacíos y latas de cerveza junto a los vecinos de la zona pidiendo comedimiento. O como cuando, en plena programación de las ferias de mayo, las noticias versan sobre el número de casetas, fuertemente disminuido en relación a ocho años atrás, sobre la inclusividad y la bajada del sonido en aquellas para no molestar a los niños autistas. Como si ir a la feria fuera obligatorio.
El ciudadano/ciudadana normal sabe, sin que nadie se lo diga, que, por ejemplo, el continuo trajinar de homenajes a unos u otros, a estos o a aquellos, sin reglas acordadas ni códigos consensuados de manera general e igualitaria, solo intentan tapar la atonía cierta de una ciudad que, a falta de acontecimientos importantes para ofrecer y disfrutar, invierte parte del tiempo en eventos de este tipo, bajo una falsa aura de prestigio decimonónico, tan gastado como la vida misma de nuestros ancestros.
En realidad lo que revela cada una de estas situaciones es la exigua cantidad que nos sirven de lo cocinado. La poca calidad en los eventos, y en las conductas convivenciales, la alteración de las obligaciones, por la nula capacidad de la administración en promoverlas y hacerlas cumplir, el subjetivismo desmesurado en los loores para feudos y amigos. Y otras cuantas cosas derivadas de ellas. En la ciudad pueblo. Donde el domingo 26 se votó, con el sí y con el no. Poca cantidad definitoria. También.