Para los que tenemos una edad determinada, las apreciaciones de las cosas han cambiado. Tanto, que no siempre se halla interlocutor con el que empatizar en unos criterios comunes y te ves obligada a discriminar, con unos u otros, los temas de las conversaciones. Y hasta a dudar sobre si, a lo mejor, lo “adecuado” es lo de ahora. Luego, cuando hablas con muchos, observas las mismas dudas en otras cabezas, idéntico asombro, similar interrogación ante las situaciones.
Porque hay asuntos de calado y otros que no lo son tanto. Algunos que tienen que ver con el corazón y las vísceras, y otros con el entendimiento. De seguir solo la guía del segundo, las elecciones personales sobre lo qué resolver, se vuelven frías y automatizadas, y yo no digo que no haya que hacerlo. Pero también, en conversación distendida con otras mujeres, he intentado alertarlas sobre la necesidad de no guiarse, en asuntos políticos, solo por sentimientos tales como el de la amistad, el de la lealtad, el del compromiso...pues son dignas reglas de juego que no respetan todas las partes de quienes firman un contrato.
“Nos estás asustando”, decían sus miradas, pero no fueron capaces de desmontar esta aseveración con ningún ejemplo disuasorio que la mostrase como descabellada. La vida y algunas tareas públicas se han convertido en contextos donde cada uno de los intervinientes no puede afligirse porque lo aflojan (en frase del reconocido Rubalcaba) y debe saber manejarse, conociendo las normas generales, si, pero también las tácticas de los contrincantes en el sector en el que se produce el juego, para estar sobre aviso.
Hace tiempo que todo es comunicación, propaganda y dinero. Las tres cuestiones son las que construyen un relato. Y es este último el que se vende. Y hay que ofrecerlo bien. Atrás quedan las historias de servicio antiguas, el trabajo serio y continuado, la veracidad de las convicciones, el bien general, como si todas éstas cosas fueran fruslerías propias de gentes descabezadas, torpes y débiles. Cuánto hay de creencias personales de los protagonistas actuales en sus discursos y actos no es fácil de saber, cuánto hay de cálculo tampoco.
Que perro no come a perro es una frase que no siempre se cumple. Que entre capitanes, cada cuál respeta el espacio de los otros, pues depende. Que trabajar para un colectivo puede servir de mucho o de poco, según las circunstancias y el momento, es una realidad feroz en el mundo líquido en el que vivimos.
“Dios nos libre del día de las alabanzas”, proclama el dicho popular y es uno de los que se cumple mejor. Hay una mezcla de mala conciencia y tranquilidad en el subconsciente de quien rinde homenaje a un fallecido que le impele a decir cosas estupendas de él; de mala conciencia por no habérselo dicho nunca o muy poco en vida; de tranquilidad porque el finado ya no compite. Y mientras, sigue el teatro. De las vanidades. Y de otras cosas.
Carmen Heras