Tal como yo lo veo (y puede que lo esté viendo mal y conmigo todos cuantos saben que el conocimiento es uno) las cosas se relacionan las unas con las otras, son interdependientes. Por eso, los y las activistas bien harían en no cerrarse a una sola problemática, porque los sucesos (aún siendo aparentemente distintos) pueden tener las mismas causas. Y estoy pensando (por ejemplo) en el feminismo. No lo es, si no es universal. Y ahora no lo está siendo. En mi humilde entender. Pues defiende unas causas y no defiende otras. Entiende y no entiende. Identifica y no identifica. Se atreve y no se atreve...Las situaciones particulares, para ser resueltas, han de ir enmarcadas en un contexto y unas claves de tipo general, porque de no hacerlo, parecieran impostadas y sectarias. Y alguien debe portar la bandera que enseña la manera de pelear. Causa a causa, dentro de un nexo común a todas.
No hay riesgo. La arena política está llena de personas con verdadera ansiedad por el poder (incluido el económico) a las que parece acabárseles el tiempo para conseguir unos resultados óptimos. Hay demasiada prisa por llegar a la cúspide, como si esta generación de políticos supiese en su fuero interno que son (salvo excepciones) desechables y que, como a los kleenex, nadie les facilitará una segunda ocasión.
Así que se juntan (y nunca mejor dicho) “la velocidad y el tocino”. Y ambos, a la par, llevan un tiempo dirigiendo las grandes y pequeñas decisiones partidarias con ayuda de publicistas avispados, pero pragmáticos (por su propia razón de ser) ante cualquier tipo de creencia. Es algo parecido al estilo aséptico de esas asesoras que al parecer tienen las monarcas, y que (en otro orden de cosas) cumplen (también) su papel de darles una imagen visual.
La esfera pública se ha convertido en un gran teatro, aunque al final todos acabemos enterándonos de lo que hay entre bambalinas y sepamos por boca de algún periodista que tal o cual líder tenía sus zonas oscuras. Supongo que a mucha gente le gusta mentirse porque en el fondo no soporta su propia realidad o la pone de mal humor, así que se inventa líderes a los qué respetar, virtudes para exigir, y hasta metodologías de trabajo nocivas que no cambian un ápice las cosas. Y se agarra a falsas lealtades de quita y pon para subsistir en tierras hoscas y precarias. Sin mala conciencia.
No, no es que la vida sea un sueño, sino que se juega a que lo es, convertida en un espacio de verdaderos equipos de roles, donde la tragedia personal de algunos carece de importancia si no afecta al edificio en su conjunto, ni existe una verdadera conciencia moral de las acciones, dentro del colectivo. Es esa amoralidad, destructora de las reglas que separan lo bien y lo mal hecho, difuminando ambos, la que siempre habrá que denunciar.
Carmen Heras