Ser mujer, ser hermanas… implica este dolor que agudiza en el centro del pecho, que sientes como te grita desde dentro pero que te deja enmudecida, petrificada del miedo, de la rabia, de la impotencia, te ata de pies y manos, te amordaza y te golpea en el estómago una y otra vez dejándote sin aire. Eso significa que nos maten, porque eso ocurre, señores y señoras que abogáis por un feminismo teatralizado que ya nada tiene que luchar. Hoy ese hilo que nos une a todas las mujeres, se tensa y nos aprieta en las muñecas recordando que una de nosotras ha soltado el hilo, se lo han arrancado.
Y esto no es sensacionalismo barato, es que nos matan cada día, el machismo, el sistema, y tenemos que seguir defendiéndonos de personajuchos de poco chicha que nos arrojan estadísticas imaginarias de denuncias falsas y guerras entre hombres y mujeres… Y yo estoy cansada. Estoy cansada de tener que decantarme siempre entre dos bandos. Porque no hay dos bandos cuando se habla de la vida de las personas y siento enormemente aquellas personas que por el motivo que sea se sientan agredidas por el feminismo, pero ahora mismo es lo único donde encuentro un consuelo. Y no. Miento. Ahora mismo nada me consuela. Porque cierro los ojos y soy ella, hoy Laura, mañana otra, y ahora mismo seguro que le está ocurriendo a otra.
Porque cuando naces mujer, te dan un manual diciéndote por donde no debes andar sola (preferiblemente por ningún sitio), ni a ciertas horas, y que no vayas vestida de qué cierta manera para “hacerte” respetar… Detrás de eso amigos y amigas, hay un movimiento, un pensamiento y una ideología de posesión y estereotipación de la condición de ser mujer, vulnerable, usable, asequible a todo aquel que lo desee. Ahí es donde reside el problema, porque desgraciadamente yo no necesito una autopsia, porque en cuanto dicen que una mujer ha desaparecido, solo cuento el tiempo para leer la noticia de dónde y cómo encontraron su cuerpo, esperando que fuera rápido y sufriera lo menos posible.
Porque puedo cerrar los ojos y sentirla, porque el lunes pasado fui yo la que fui a otra ciudad por trabajo, sola, y cuando llegué a las nueve de la noche, cogí un taxi porque me daba miedo ir sola por la calle, y fui a cenar al restaurante más cercano porque no quería ir sola por la noche por una ciudad que desconocía, porque por petición de mi madre tuve que llamarla en cuanto llegué al hotel para decirle que había llegado bien, porque cuando escribes o llamas para decir que estás bien es porque también esperas la posibilidad de que esa llamada nunca llegue. Porque lo primero que aprendí desde que tengo uso de razón es a tener miedo porque SOY UNA MUJER. Porque yo he llegado a preguntarle a mi novio (en un intento de convencerme de ese igualdad ya conseguida, de que estaba desvariando) si él sentía miedo como yo al pasar por una callejón oscuro, si temía que pudiesen violarlo, si al salir de una discoteca ha rezado porque al girar la calle hubiese gente, si ha cruzado de acera y se le ha acelerado el corazón al ver un tipo “siguiéndote”… y él me ha contestado que no. Ahí subyace la ÚNICA y GRAN diferencia. Ese derecho de pernada que pagamos como feudo por ser mujer, por ser un derecho de goze y disfrute para todo aquel que desee tenerlo. Subyugadas a un sistema que entre susurros nos dice la cuota a pagar.
Y yo estoy cansada de tener miedo y prefiero luchar y para eso nos necesitamos a todos y todas. Porque tengo miedo de que el día de mañana pueda tener una hija a la que le hagan lo que le han hecho a Laura o a la chica de los San Fermines o a mí, o a las miles sin nombre, pero también tengo miedo de tener un hijo y que sea el que los perpetúe. Así que no nos queda otra que luchar juntos para acabar con esto. Porque solo existe una manera y es repudiando a esta lacra, que nos carcome por dentro y que es muy sutil a veces, y se disfraza para convencernos de que somos unas histéricas.
No, no estamos locas (y voy a citar delicadamente a Paquita Salas porque no se si me lo iban a publicar si no fuera así), no estamos locas, estamos hasta el pelo (y no el de la cabeza).
Almudena Claro.