Andalucía una comunidad muy nombrada en estos últimos días y como andaluza y orgullosa de ello, como escuché a una feminista y humorista que sigo (Sara Luaper), porque yo llevo a Andalucía incrustá en la boca, pues orgullosa pero no dormida. Y reconozco que he estado dormida, estaba decepcionada de la política y en mi rebeldía innata, esa que mamé de mi abuela y bisabuela, decidí alejarme de ella aunque eso sí, siempre yendo a votar. Habiendo crecido entre historias de la guerra y la post guerra que me contaban mis abuelos, que nacieron con la dictadura, votar era una obligación.
Y precisamente hoy me huele a una Andalucía del ayer. Y no puedo si no recordar a mi abuelo los domingos de elecciones, cuando se ponía su mejores galas, se afeitaba bien temprano y se peinaba los pelos que enmarcaban la calva más elegante que ha existido, se adornaba con ese aroma a galán que solo él era capaz de lucir, y con su sobre a buen resguardo en el bolsillo de la camisa protegido para que nadie se lo fuese a cambiar se encaminaba a decidir su futuro. Es lo que tenía haber vivido en una época de silencio y de votos manipulados por caciques de pueblo. Y es aquel sobre era oro para él, sus colores significaban libertad. Él, que no sabía leer ni escribir, no porque no quisiera, sino porque la dictadura y el hambre no se lo permitieron, él era un hombre de política, era un hombre que confiaba en que las cosas podían cambiar para bien y solo podía alzar su voz a través de ese sobre. Pero ya les aclaro yo que era el hombre más sabio que he tenido la suerte de conocer, que ni mi carrera de ingeniera aeronáutica ni todos los libros que llevo en mi cuerpo leídos y grabados, me han enseñado nada que mi abuelo no me mostrará con sencillo discurrir y sus historias del campo. Pues para las personas de corazón noble y bueno, las normas y reglas de la vida son fáciles de entender y es que toda norma, toda política, toda ley, debe nacer desde la empatía, desde el corazón.
A pesar de todo esto, llevaba años alejada y desentendida de la política, noticia tras noticias de corrupción me habían llevado a sentirme atada de pies y manos, ante un panorama político en este país desconcertante, que me impedía reconocerme en ningún color, ni en ninguna palabra. Pero este domingo mi abuelo y su memoria viva en mí, me sacudieron al ver la televisión. Porque yo aunque tuve la suerte de no vivir la época que mis abuelos, ellos con sus historias se encargaron de hacerme parte de sus vivencias. Entonces me di cuenta de algo que creí seguro, que mis derechos no se perderían, que no podía pasar lo que ha pasado y es que mi pueblo, mi gente, haya pecado de lo que nos suelen tachar a los andaluces y sentí eso que se que otras muchas y muchos han sentido, sentí miedo, sentí decepción y algo que he leído mucho, desolación.
Han sido votaciones democráticas, nadie lo duda, es lo más doloroso de todo, pero ¿acaso la historia no nos enseña que hay gobernantes elegidos democráticamente que han sembrado el odio y el miedo en toda Europa? ¿Y acaso no pecaron ya muchos antes de nosotros de quedarse inmóviles mientras la ola de la ira les engullía?
No ocurrirá en mi caso, porque culpar a otros de nuestros problemas es de cobardes, y mi pueblo no es cobarde, esta Andalucía blanquiverde, de trabajadores y trabajadoras, de luchadores por la libertad, esos a los que nos enseñaron a cantar el himno andaluz a voz en grito en el patio del colegio con nuestras banderitas pintadas en clase, a nosotros que somos mestizos, que en nuestra venas corre sangre del mundo entero porque somos el puerto de Europa… nosotros no podemos pecar de intolerantes, nuestras fronteras llevan por bandera aquello que uno de la realeza dijo una vez, y es que en el reino español nunca se pone el sol. Pues así somos los andaluces y andaluzas, adoptamos como paisano a cualquiera que ame nuestra tierra y nuestro arte, compartimos una conversación con cualquiera que se preste a ello, nos reímos de todo y hablamos tan fuerte para que se nos escuche bien y lo más lejos posible y economizamos el español recortándole letras por eso de que lo bueno y breve, bueno dos veces.
No tengo más que mirar uno de mis lugares preferidos de Sevilla, cuando torno la Avenida de la Constitución (bonito momento para ese nombre) en que me sobreviene un paisaje de ladrillo dorado que te quita el hipo, con palmeras y catedral mestiza triangulada por el Alcázar, la Giralda y la Torre del Oro, ¿no dice eso cuán ricos somos en culturas y diversidad en tan solo 500 metros a la redonda?
No, ni quiero ni acepto la bandera de la intolerancia, porque la intolerancia se combate con empatía, se combate con ideas firmes. Y no quiero usar símiles bélicos, porque esto no va a ser una guerra con nadie. En mi pueblo ya se alzaron hermanos contra hermanos y por la memoria de nuestras familias huérfanas no vamos a permitirlo. Pero tendremos que ser más incansables que nunca, a mis hermanas feministas, mi familia animalista, aquellos que aceptamos y respetamos a personas de cualquier lugar y manera, ahora tendremos que educar más que nunca, despertarnos de este letargo en el que algunas estábamos por la comodidad de los que hemos tenido el camino “fácil”.
Cada día hemos de asegurar nuestros cimientos, y hoy Andalucía se ha tambaleado ante un gancho de derecha, perdonadme mi guiño como buena friki de Rocky, pero ya nos enseñó él que a veces se gana la batalla por resistir las estocadas y mantenerse firme hasta que el adversario se canse.