Hoy más que una ficción es una reflexión sobre algo que leí. Hoy mis palabras van dedicadas a esa mujer que optó por un salto al vacío ante un desahucio, como por desgracia tantos otros.
No te conocía personalmente, en realidad, a ninguno de vosotros. La única información que sé, es que salisteis en las noticias por convertiros en claveles rojos sembrados en el cemento. Allí, en medio de esa amalgama de agua, arena y polvos, en el centro justo de esa dureza, os dejasteis la vida y la sangre huyendo de la insensatez del sistema. Del agobio del desahucio, de la tristeza inmensa de perder lo que tanto se ha luchado, sudado, sufrido y vivido a lo largo de los años; todo resumido en el techo que nos resguarda de la amenaza cruel, de lo que hay afuera. La casa testigo de nuestros comienzos, del de nuestros hijos y del futuro de los nietos. Las paredes que forman parte de tu cuerpo, de tu piel, de ti mismo. Allí donde has reído, has llorado, has compartido tu existencia con amigos y familiares, en definitiva, con los tuyos. No solo te echan de un compuesto de hormigón y ladrillo, te expulsan de los recuerdos de tu vida entera.
Vienen a buscarte como si fueras un fugitivo: el perito judicial, los policías de turno y si hace falta hasta los geos; cada uno con su propio dolor en su corazón y en su conciencia. Nunca vi semejante dispositivo para tanto ladrón de corbata y guante blanco. Da igual tu edad, si tienes hijos a tu cargo, si eres madre soltera, da igual; el sistema reclama y exige su parte de la teta. Te exprime, te consume, te aniquila, te anula y te lleva a la decisión desesperada de convertirte en un número más, en otro clavel rojo desparramado y sembrado en el cemento.
Más que personas somos cifras, más que situaciones somos exigencias, más que pobres somos la riqueza del otro. Lo de la vivienda digna quedó muy bonito escrito en una supuesta constitución que nos ampara, nótese la ironía, ante la realidad impuesta.
Hoy leí que cada cuatro horas se produce un desahucio, hoy mi corazón está triste por esa mujer de sesenta y cinco años, por ella y por tantos cuya única salida fue transformarse en un clavel rojo sembrado en el cemento.
Fin.
©María Martínez Diosdado.