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Igualdad

Leyéndolas a ellas

28 de Noviembre | 12:28
Leyéndolas a ellas
Escuchando una charla de Chimamanda Ngozi, escritora nigeriana, me di cuenta del poder que da el conocimiento y el reconocimiento en aquello que leemos sobre nosotras mismas. Ella contaba cuando leía libros americanos de chicas blancas, que caminaban por el frondoso bosque en lluviosas y nevadas mañanas de navidad, algo que no encajaba en absoluto con su realidad.

Y en una jornada, llamada convivencia de la tribu de Frida, en Sevilla, escuchando una conferencia de muchas, fue cuando por primera vez oí aquello de que las mujeres necesitábamos escuchar voces femeninas que nos hagan sentir identificadas, que desde la diversidad de voces nos explicaran cosas como el amor, el trabajo, la frustración, estudiar, trabajar, viajar, ser humilladas o amadas, pero contado desde nosotras y no interpretado por alguien que imagina y saca un juicio desde fuera, o lo que es peor y ha solido ser la tónica para la otra mitad del planeta, invisibilizarlo y no hablarlo, ni nombrarlo o especificarlo en ningún escrito. Pasa con los propios libros de historia que se estudian en los colegios e institutos, o de literatura donde no se nombran a escritoras, esa Sinsombrero que se olvidan nombrar entre la generación del 27, ni pintoras, ni políticas, ni a las sufragistas por supuesto, yo no fue hasta que busqué por mi cuenta cuando superaba ya los 16-17 años que supe de todas ellas, de algunas hace solo unos años y otras ni siquiera las conozco aún.

Y es entonces cuando me viene a la mente aquello que decía Frida de “Yo solía pensar que era la persona más extraña en el mundo […] tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. […] Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú”  Que cosa tan sumamente maravillosa, sentirse identificada en algo que lees, darle explicación a tus sentimientos, a tus miedos, identificarlos en otra persona, ponerles voz y entenderlos. Debe ser uno de los mejores sentimientos que he descubierto en mi vida como lectora.

Aquel día en la ponencia donde oí que habíamos leído tantos libros escritos por hombres que ni leyendo el resto de nuestras vidas a mujeres, podríamos igualar el número. Y yo escéptica de todo lo que escucho, me lo negué y me dije que había leído muchas mujeres a lo largo de mi vida como lectora empedernida, me paré a pensar y no pude nombrar más de dos y ambas escritoras  de novelas románticas que hablaban de aquello “único” que parece nos interesa a una mujer en cualquier historia… el amor, el romanticismo y las historia de damiselas en apuros.

En aquel momento me dije que debía ponerme al día y empezar a formarme y escuchar otras voces, se lo debía a todas aquellas escritoras a las que habían enmudecido años y años de censura, me lo debía  a mí misma y necesitaba escuchar desde pensamientos tan diversos como el de decenas de mujeres, historias sobre nuestro recorrido, leer algo distinto a lo que estaba acostumbrada, darme la oportunidad de formarme en voces que desde nuestro lado del mundo me contaran como se ven las cosas desde la mitad acallada del planeta. Era lo que yo necesitaba, así que lo primero que hice fue seguir a las mujeres que habían organizado aquellas jornadas, esperando encontrar inspiración en sus redes y escritos y así fue como llegó a mí el primer club de lectura feminista de Sevilla al menos. Fui allí temerosa creyendo que iba a mi primera clase de un máster de feminismo para encontrarme con un hermoso paisaje de mujeres (también podían asistir hombres aunque no fue ninguno), mujeres diversas y únicas, cada una de ellas con una visión del feminismo tan distinto y enriquecedor que fue como conformar un puzle de mi misma con miles de piezas que me faltaban y que yo desconocía que me faltasen.

Allí se inició el primer club de lectura feminista, cada mes, leíamos mujeres con vivencias únicas que nos mostraban un lugar del mundo, una época diferente, un feminismo callejero y desgastado, a veces solo eran mujeres con sus miserias, sus traumas, sus miedos y desencuentros con un mundo patriarcal que las desconcertaban y llevaban a buscarse la vida, sobrevivir, enloquecer, disfrutar, luchar, batallar, amar… con algunas identificadas con otras muchas no. Pero cuánto he aprendido de mi a través de ellas, y de todas esas participantes del club que a la vez que leen el mismo libro que yo, viven historias diferentes de un mismo texto.

Tras eso, otro año más de ese Club de la tribu como lo llamamos, una tribu nuestra, donde nos conocemos, exponemos dudas y miedos, donde reímos a carcajadas de la locura de nosotras mismas, de nuestras escritoras. Donde hemos creado una comunidad. Este es el tercer año de un club de lectura que se ha extendido ya por toda España gracias a su principal creadora y promotora, Carmen de la Cueva, teniendo una sede en casi cada una de las ciudades de España, incluso hasta un club online para aquellas que no cuenten con la suerte de una sede en su ciudad.

Las mujeres necesitamos leernos, escribirnos y encontrarnos, porque aquello de lo que no se habla, extendámoslo a aquello de lo que no se escribe… no existe.

Puntos de información:

  • Instagram: @clubdelatribu
  • Libros de este año: Teoría de King Kong (Virginia Despentes), Clavícula (Marta Sanz), El feminismo es para todo el mundo (bell hooks), Neoliberalismo sexual (Ana de Miguel), entre otros.
  • Web: latribu.info
Almudena Claro.


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