El mayor –posiblemente- especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, decía que, de todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario.
Manipular significa manejar. Manipular consiste en emplear trucos –engañar- para influir sobre otras personas cuando éstas tienen que tomar decisiones, es hacerles creer que estás buscando su felicidad, y de ese modo conseguir que adopten una actitud de servidumbre más o menos voluntaria. Manipular es conseguir que una persona tome determinadas decisiones, de la misma manera que lo consigue un encantador de serpientes.
Para conseguir manipular no es imprescindible ser la persona más inteligente del mundo, sino poseer astucia y un cierto grado de falta de escrúpulos, hasta el extremo de que los manipuladores llegan a manipular a personas más inteligentes que ellos. El manipulador actúa con automatismos. El manipulador repite hasta el hartazgo, hasta aburrir, una palabra o frase. Estamos hablando de lo que los lingüistas denominan frases y palabras talismán.
Las palabras talismán son vocablos que a lo largo del tiempo han adquirido un enorme prestigio, una fama inmerecida en la mayoría de las ocasiones, llegando a tal situación que nadie osa ponerlas en cuestión.
Aunque suene a tópico, es necesario tener en cuenta que, cuando un pueblo desconoce su propia historia es más fácil engañarlo, infundirle temor, e incitarlo al odio y a la violencia. Una de las armas más eficaces, de la que disponen los gobernantes y a la que recurren frecuentemente, es la que ya se utilizaba en los tiempos del imperio romano: la damnatio memoriae.
En el imperio romano, el Senado tenía la potestad de recurrir a la Damnatio memoriae, expresión latina que significa condena de la memoria, aunque la traducción exacta debería ser condena al olvido. Como es de suponer, consistía en condenar, una vez muerto, a quien se consideraba que no era un ejemplo a seguir, a no ser nombrado ni recordado, y mucho menos homenajeado... consistía, al fin y al cabo, en castigar a quien no se habían atrevido a castigar cuando aún vivía, fuera por cobardía, por terror, por ambas cosas, o para intentar borrar, también, que muchos de ellos habían sido entusiastas colaboradores del “condenado”. Algo así como los antifranquistas sobrevenidos.
Cuando el Senado romano acordaba oficialmente la damnatio memoriae, se eliminaba todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre.
Los antiguos romanos no fueron los únicos en utilizar la “desmemoria” como castigo, se tiene constancia de que los antiguos egipcios también lo hacían.
Ya más cerca en el tiempo, en la ya fenecida Unión Soviética, desde 1934 hasta 1953 el régimen de Stalin tuvo la costumbre de practicar la damnatio memoriae contra sus enemigos políticos, prohibiendo bajo severas penas toda mención de sus nombres y eliminándolos de la prensa, libros, registros históricos y documentos de archivo. Tal medida incluía a los escritos de tales personajes, los cuales eran sacados de la circulación y destruidos. Incluso las fotografías oficiales acababan siendo retocadas por la censura del régimen para eliminar a los personajes incorrectos. Víctimas de esta práctica fueron León Trotsky, Nikolái Bujarin, Grigori Zinóviev y muchos otros líderes políticos que en alguna ocasión cayeron en desgracia ante Stalin.
George Orwell, en su novela distópica “1984” cuenta la historia de Winston Smith, un empleado de la oficina de propaganda de un régimen totalitario. El trabajo de Smith en el Ministerio de la Verdad era destruir fotografías y modificar documentos, rehaciendo el pasado para adaptarlo a las necesidades del presente. Parecía que en la era de las redes sociales, de Internet nadie sería capaz de manipular el pasado del modo que describe George Orwell… ¿Se puede reinventar la historia creando leyes ad hoc?
No, evidentemente no, pero, sí puede generarse una situación de opresión, de coacción, para imponer una determinada “verdad”, como hacían en la antigua Unión Soviética, pero la historia una vez desvelada no se puede ocultar, y menos todavía en el mundo actual. En la actualidad no debería imponerse ni la desmemoria, ni la damnatio memoriae, y menos por ley. Las leyes no deben aprobarse para reparar supuestos agravios, daños, o deudas históricas contraídas por nuestros ancestros, al menos que se sea un totalitario y liberticida, como ocurre con el gobierno frentepopulista que preside el socialista Pedro Sánchez, con el apoyo de estalinistas, etarras y separatistas (tampoco se olvide aquello de que “un socialista suele ser un comunista, pero con mayor paciencia”).
Por más que algunos traten de que no se sepa, el actual régimen “de libertades”, el “estado de derecho”, la Constitución que “nos dimos todas y todos”, provienen de eso que llaman “modélica transición de la dictadura a la democracia”, política de consenso, reconciliación nacional, ”libertad sin ira”; todo ello gestado y parido, dicen que en 1977 aunque ya fue diseñada con anterioridad, en vida del General Francisco Franco; y adornada de constitucionalidad en 1978 por unas Cortes Generales que no poseían legitimidad para abordar tal labor.
Sabido es que lo que sale torcido, difícil es de enderezar y acaba muriendo deforme.
El actual régimen electoral también comenzó a dar sus primeros pasos de forma viciada. Las cuotas de poder, los diversos territorios parlamentarios se repartieron como si de una apetitosa herencia se tratara, una herencia pacientemente ansiada y que nunca llegaba, y de la que todos deseaban participar en algún grado. Se procuró que todos los que por entonces se jactaban de ser más demócratas que nadie, quedase fuera del reparto.
Las elecciones de 1977 ya definieron el mapa partitocrático del futuro. Es importante señalar que la mayor parte de las siglas, que concurrieron a las mencionadas elecciones eran un gazpacho de expertos escaladores, a los que caracterizaba las mismas afinidades y pecados, lastre que todos procuraron disimular. El PSOE y el PCE, por ejemplo camuflaron su trayectoria antidemocrática. Y todos, salvo honrosas excepciones se travistieron de un antifranquismo de paripé en el que muchos aún continúan instalados. Pero los pecados de adolescencia y de juventud, los hábitos adquiridos en el pasado siguen condicionando el presente y –posiblemente- el futuro.
Es sabido por quienes están medianamente bien informados que Franco intentó instaurar una “dictablanda”, a la manera de la del General Primo de Rivera en los años veinte del siglo pasado. Franco dejó todo “atado y bien atado”, consiguió encontrar una salida airosa a su régimen, que con toda una serie de “arreglos” derivaría hacia la legitimación de la monarquía parlamentaria. No se olvide que la decisión de que tras su muerte su régimen se transformara en una monarquía, ya había sido tomada por Franco nada menos que en 1946 con la Ley de Sucesión, aprobada en referéndum.
El General Franco tenía el pleno convencimiento de que la nueva sociedad que su régimen había creado, soportaría sin traumas una transición controlada. “El Caudillo” contaba como aliado con las clases medias, que ya por entonces (al final del régimen) eran mayoría en la sociedad española, amplia mayoría que gozaba de una situación bastante acomodada, bienestar al que no iban a renunciar de ningún modo… Justamente eso es lo que buscaba Primo de Rivera: ampliar las clases medias y conseguir un país más estable. Pero no lo logró, a pesar de sus indudables avances económico-sociales. No tuvo tiempo suficiente y una “ideología” en la que basarse…
El verdadero protagonista de la llamada transición fue esa clase media y no el rey ni Adolfo Suárez, los cuales supieron sacar buen provecho del “franquismo sociológico”.
La Ley de Reforma Política siguió los pasos previstos en las Leyes Fundamentales del Movimiento. Las Cortes del régimen franquista siguieron al pie de la letra el plan diseñado por Franco. La clase medida, la del “franquismo sociológico”, acepaba el aparente “cambio de régimen” si a cambio se le garantizaban paz y seguridad. Quienes no han hecho un acto de desmemoria, recordarán que para la generalidad de los españoles la voluntad de Franco era la reinstauración de la monarquía, deseo varias veces repetido en su claro y conciso testamento político. Una Monarquía Parlamentaria, o “república coronada”, cuya estabilidad respaldaban, además, los Estados Unidos de Norteamérica y del Club de Bilderberg- “los amos del mundo”- (La Conferencia Bilderberg es una conferencia anual a la que solo se puede acudir mediante invitación, cerca de 130 invitados. Entre los asistentes de Bilderberg se encuentran banqueros, expertos de defensa, dueños de la prensa y los medios de comunicación, ministros de gobierno, primeros ministros, realeza, financieros internacionales y líderes políticos de Europa y América).
Lo que hasta ahora vengo narrando, desbarata la reiterada falsedad de que las Cortes franquistas se suicidaron al aprobar la Ley de Reforma Política. No está de más echarle un vistazo al juramento de Juan Carlos I al ser proclamado Rey de España, como sucesor del Jefe del Estado, Francisco Franco; sus posteriores manifestaciones, y las de algunos políticos franquistas aún entonces influyentes, son claramente demostrativas de por dónde iban los tiros; todo en la dirección anticipada por El Caudillo.
Los partidos que aparentemente surgieron por “generación espontánea”, tras la publicación y puesta en marcha de la Ley de Reforma Política fueron (excepto el Partido Comunista que fue legalizado a prisa y corriendo) una réplica de las sensibilidades ideológicas que convivían-sobrevivían dentro del Movimiento Nacional. Por supuesto, el PSOE también. Durante los cuarenta años del régimen de Franco el socialismo casi no existió; motivo por el cual el propio sistema hubo de inventarlo, ya que su deseo era poder homologarlo posteriormente, en un régimen de democracia partitocrática. El franquismo puso en marcha el “socialismo del interior”, que acabó liderando Felipe González. Es más, si hurgamos un poco, hasta en Izquierda Unida encontraríamos rastros sorprendentes.
No deja de ser “chocante” que siendo la partitocracia y los partidos un producto de la Dictadura, el antifranquismo fuera desde entonces uno de los principales recursos dialécticos, de igual modo que en la Segunda República se recurría con frecuencia al antiprimoriverismo, pese a que el PSOE colaboró estrechamente con la Dictadura, así como tantos promotores del republicanismo. Para explicar esto, solo se me ocurren dos interpretaciones: la necesidad de correr un tupido velo respecto del pasado, lo cual es muy frecuente en los conversos (y la urgencia de convencer a todos de que se es “cristiano viejo”); y la falta de proyecto para construir un sistema político que pudiera ser perdurable y acorde con las necesidades reales de la sociedad española, y sin perder de vista la problemática en la que el mundo está inmersa en aquellos momentos.
Tales carencias han hecho menguar a la militancia de los partidos políticos hasta tal extremo que inevitablemente han sido condenados a vivir de las ubres del Estado y de los “impuestos” de los grupos de presión y financieros; y como era de esperar, la “ciudadanía” se limita periódicamente a cumplir con el ritual electoral con una cada vez mayor tasa de abstención (que a algunos parece no preocupar).
¡Y un día llegó un tal Rodríguez Zapatero por accidente! ¡Poco después el felón de Mariano Rajoy… y para mayor desgracia, el gobierno frentepopulista presidido por Pedro Sánchez!
El análisis de la actuación de Pedro Sánchez durante estos últimos meses pone la carne gallina. Su gobierno, aparte de abrir debates en falso y de crearle más y más problemas a la sociedad de los que ya había, se dedica principalmente a destruir en vez de construir. La situación (pese a que sus aduladores, voceros y trovadores traten de convencernos de lo contrario) no puede ser más insensata y caótica, e irremediablemente acerca cada vez más –otra vez- a España al precipicio; sin que nadie, pues todo quisqui está influido por el miedo a ser tildado de franquista y de derechas, se decida a poner en marcha un proyecto para desalojar a Sánchez y su pandilla de golfos, a pesar de que cada día que pasa es mayor el número de españoles que lo desea.
-Alguno habrá que habiendo llegado hasta aquí, se haya sentido decepcionado, al pensar que iba a hablar de la “exhumación” de los restos del General Franco, de la profanación de su tumba, de la demolición del Valle de los Caídos… y no ver cumplidas sus expectativas. ¿De veras piensan ustedes que se atreverán? Yo tengo muy serias dudas, pues si lo hicieran, ya no tendrían más motivos para declararse “antifranquistas”…
Carlos Aurelio Caldito Aunión.