Amigos, el tiempo está muy raro. El otro día salí a caminar y me pilló la tormenta lejos de casa, cerca de la montaña, sin paraguas ni chubasquero, con pequeños granizos de propina. En julio. Cuando volví, alguien acababa de criticarme en las redes, aunque desconozco el por qué, pues sus comentarios iban sobre un simple retrato sin fecha ni texto. No entendí sus argumentos llenos de prejuicios y al tiempo laudatorios sobre mi persona. En fin...la vida.
No descubro nada nuevo si digo que una visión de conjunto es aquella que integra las partes que la forman. Y que si sólo analizamos identidades separadas en sí mismas es complicado buscar soluciones, más o menos aprovechables, para las mayorías, que al fin y al cabo es de lo que se trata cuando son limitados los recursos. Pero de un tiempo a esta parte, los derroteros van por ahí. Desmoralizadas, las clases bien pensantes parecen haber renunciado a las grandes metas generales, instaurándose en los pequeños objetivos de cada sector. Quizá de tanto hablar de cosas concretas hemos llegado a la completa “concretización” de todo, incluidos los conceptos, en una especie de madurez en retroceso. Lo cuál, si bien puede servir como método de aprendizaje consigue hacer perder de vista los objetivos generales, al “atomizar” tanto. Y en tan pequeños espacios.
Yo fui de las que creí que los cambios, una vez logrados, serían irrenunciables. Para mi sorpresa hemos descubierto que no, que un determinado grupo o población puede, poco a poco, caminar hacia atrás. Y volver a situaciones estereotipadas del siglo pasado. De las generaciones llamadas a coger el testigo hay dos grupos: el de quienes se amoldan y el de quienes se marchan. Los primeros reiteran costumbres y roles en tradiciones y ejercicios que creíamos superados. Y lo hacen con fruición. A los segundos los perdemos afectivamente y como fuerza transformadora de un entorno.
Para nuestra desgracia, cuando hablo de estas cosas con mis colegas, noto su implícita negativa a entrar en el debate, la supuesta rigidez mental de sus estructuras pensantes, suficientemente preparadas para seguir al pie de la letra, sin desfallecer, los designios burocráticos del sistema, pero inhibidora de un fuerte compromiso social con el desarrollo completo y no parcial de la zona en la que viven.
Pudiera ocurrir que los algoritmos tengan su parte de responsabilidad en todo lo anterior. Esas órdenes que, sistematizadas, simplifican y ayudan. Por mucho que algo nos llame la atención, existe cierta pereza en el pensamiento, en la lectura y el posterior análisis. Repitiendo lo que otros dicen que es válido creemos hacer el máximo trabajo intelectual. Así que validamos las rúbricas, los test de diagnóstico y hasta realizamos ensayos triviales, como si se tratase de grandes figuras, sobre personajes de la vida pública con escaso tiempo de proyección en ella. El siglo XXI automatizado se parece demasiado a ese que leíamos en las novelas de ficción en mis años de universidad. Menudo peligro.
Carmen Heras
