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Cultura, literatura, historia, música

Decadencia: un viaje al corazón de las entrañas del Dios Hombre y de su hijo Estado

2 de Julio | 13:09
Decadencia: un viaje al corazón de las entrañas del Dios Hombre y de su hijo Estado
“La tierra, dijo él, tiene una piel, y esa piel tiene enfermedades, una de ellas se llama por ejemplo, hombre.  Y otra de esas enfermedades se llama “perro de fuego”: acerca de éste los hombres han dicho y han dejado que les digan muchas mentiras”. F. Nietzsche, “Así habló Zaratustra”.

Cuando analizamos con una cierta profundidad las causas que condicionan nuestro origen como individuos, ante nuestros ojos, afloran estigmas provocados por el rizoma del ente que se ha venido a  denominar Estado, y sobre el que tanto hayan reflexionado y escrito grandes pensadores como NietzscheFoucault, Hobbles o Locke

Todos ellos, aunque cada uno con su diferente perspectiva, apuntan a una realidad innegable: el papel tan relevante que tienen en la delimitación de nuestra circunstancia vital, de nuestra personalidad, y por lo tanto, en la constitución del Ser que somos o en el que nos convertimos.

Dicha disertación, es la semilla de Decadencia, obra vencedora del segundo certamen literario 451 de novela de ciencia ficción organizado por Ediciones Irreverentes, y de la que vamos a hablar a continuación.

Con esta novela se pone fin a una saga que comenzara con Pangea, ópera prima de su autor, Adrián Tejeda Cano, también publicada bajo el mismo sello, y en la que mediante un estilo indefinible (“no es ni novela, ni relato, ni cuento, sino un poco de todos ellos,” comenta en el prólogo de Decadencia el filósofo Carlos Javier González Serrano), se fabula sobre estos asuntos del Estado, apoyándonos eso sí en fórmulas narrativas reconocibles para los lectores de ciertos géneros  como  la Distopía, pero aderezado con elementos ensayísticos provenientes de ramas más mundanas tales como la Antropología,  la Psicología, la Filosofía y la Alquimia. 

De esta manera, lo que se procura, es re-definir la Historia que acompaña al hombre civilizado mediante serie de acontecimientos hipotéticos causantes de  una evolución ficticia, desde una pasado irreal  hacia un presente alternativo al nuestro en cuanto a su envoltura, pero cuyas esencias guardan muchos paralelismos con nuestro mundo actual. Desde ese punto de vista, todo este proyecto literario  podría definirse como una suerte de Ucronía. 

Dicha realidad paralela se llama Nuevo Orden, una tela de araña con la que se teje  una sociedad en la que sus ciudadanos están sujetos a un control férreo por parte de los estamentos de poder,  y en donde mucho tiene que ver la influencia que sobre sus vidas tiene un extraño mineral llamado Locker.

Tal enigmático elemento no es más que una figura metafórica que alude a dos de los pilares esenciales sobre los que los Estados no ficticios y de forma recurrente, han asentado sus sólidos cimientos a lo largo de Historia: El pensamiento religioso y el materialismo. En Decadencia, ambos elementos cobran forma física: digamos que sus ideas se han transmutado (nunca mejor dicho) en materia prima, y esa materia se denomina  Locker.

Si en la primera entrega se nos presenta el nacimiento del Nuevo Orden, en esta segunda nivola (le pedimos prestado a Unamuno su vocablo inventado para definir Decadencia), es fundamental el  análisis  de su ocaso y aniquilamiento final. No obstante, hay que decir que tal empresa, en realidad, no es más una mera excusa para reflexionar sobre algunos aspectos más profundos de nuestra condición como individuos y como ciudadanos. 

Un final que ha promovido toda la concepción de obra, para la que el autor  ha penetrado en  las ideas de algunos de los más grandes pensadores que hayan existido jamás; así ha nacido  un hilo argumental delirante y enigmático ciertamente singular y transgresor, que como diría Herman Hesse, hace de Decadencia un libro no para cualquiera.

A la primera de las fuentes fundamentales para hilvanar el ideario de la novela, se llegó por la propia inercia de las circunstancias, una vez formulada la siguiente pregunta: ¿cómo podríamos poner fin al Estado, más Estado de todos los Estados? La respuesta pudiéramos encontrarla en las radicales ideas de algún pensador enemigo declarado del Leviatán como diría Hobbes, alguien capaz de apuntar con su dedo acusador a las deficiencias funcionales del Ente, mostrando a la vez un nuevo camino a emprender en el que la muerte del Estado, supusiese un renacer para la Humanidad misma. Ese tránsito a cruzar bien pudiera realizarse a través de un puente que condujera a convertir a todos los individuos en dueños de su propia voluntad, rechazando cualquier tipo de sometimiento. Ahí es donde es capital la luz de la palabra de Friedrich Nietzsche, un loco capaz de alumbrar con su linterna hacia el porvenir de una Aurora que se percibe en el firmamento.

Así, en Decadencia, se fabula con un futuro crepuscular que aparecerá tras el alumbramiento de un  mañana que nos viene, un lugar y un tiempo en el que habitará el übermenchs nietzscheano, el ser más que humano que sustituirá a los hombres  que pueblan la tierra. Pero para que ocurra esto, el superhombre del futuro deberá asestar un golpe en la raíz de ese Nuevo Orden, que como hemos presentado anteriormente, tiene su fortaleza (y su debilidad, también) en el mineral llamado Locker. Precisamente, gracias a tal circunstancia,  surgió un campo muy interesante para explorar, y que pareciera estar ahí para cerrar el círculo ideológico de la novela: el mundo de la Alquimia. Podemos decir que, en parte, Decadencia es un tratado alquímico en toda su esencia, y ese tratado es el que sirve para fundamentar la doctrina religiosa del Nuevo Orden,  en donde se aúnan lo material y lo espiritual, es decir, las ramas exotéricas y la esotéricas del Arte de los filósofos. De ahí al mundo de la metafísica schopenhauerina (otro gran soporte ideológico de la nivola) solamente hay un suspiro, sobre todo si se utiliza como nexo de unión la obra Filosofía y Alquimia de Carl Gustav Jung, de cuya lectura por parte del autor nació la inspiración necesaria para dotar a la historia de la novela de una cierta consistencia. Debido a ello, la dualidad del mundo de la inconsciencia y de la consciencia, o lo que es lo mismo,  el mundo de la voluntad y de la representación, son fundamentales en el planteamiento de esta obra. 

Ello ha permitido dibujar una suerte de escenarios y circunstancias en donde a veces es imposible determinar qué es  lo real y qué es fruto de la experiencia onírica; en ese constante movimiento, emerge toda una trama de contrapuntos en el que quedarán enfrentados el Hombre frente al Estado y el mundo espiritual frente al mundano. Sea como sea, para movernos de una orilla a otra, hay que caminar, y es por esto, que en Decadencia es trascendental la figura literaria del viaje; realmente es el verdadero espíritu que mueve la trama, el cuál aparece siempre que es necesario hacerlo en cualquiera de los asuntos  presentados, puesto que la obra es un canto a la vida, y tal y como apunta Carlos González Serrano en su prólogo haciendo suyas las palabras del filósofo Philip Mainländer, la vida es movimiento. Toda transformación supone un cambio, y en Decadencia  fluyen continuas transformaciones  entre lo que se es y lo que se quiere llegar a ser, un constante devaneo que se viste de historias en donde sus personajes son realmente alegorías que representan la totalidad de un ideario complejo, pero fundamentado y compacto sobre el que se discute a lo largo de todo el texto. Conviene por lo tanto indicar que todos los personajes que aparecen en la nivola, se comportarían como si del egregio extranjero novaliano se tratara, siempre buscando un algo, siempre en el tránsito, y en ese tránsito surge un cruce de caminos en el que la historia se desarrolla. Tal fórmula es recurrente en el arte de la escritura, la cuál  puede verse en algunas de las obras que también tienen sus influencia en Decadencia, a las que por otro lado, se les hace constantes guiños en el texto; así, tienen su impronta en este trabajo, novelas  tan universales  como La Divina Comedia de Dante, el Fausto de Goethe, El corazón de las Tinieblas y Nostromo ambos de Conrad, o los Hermanos Karamazov de Dostievski. 

Con toda esta  información, podemos concluir que Decadencia es, por lo tanto, un libro diferente, una puerta abierta al saber de algunos de los grandes clásicos del pensamiento universal, cuyas ideas se han transmutado y han permitido hilvanar  una novela hecha para lectores igualmente diferentes, que busquen en los abismos las claves que le permitan conocerse a sí mismos, y también al entorno que le rodea, un entorno donde el Estado cobra una importancia capital. Esa doble mirada hacia dentro y hacia fuera es sencillamente imprescindible de cara a saber delimitarnos como individuos, puesto que tal y como dice Pessoa, “somos dos abismos-un pozo mirando al cielo”   



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