Acabo de escuchar en la radio la entrevista a uno de los militares fundadores de la extinta UMD, que intentó poner en marcha una corriente democrática en el ejército español durante los últimos años del franquismo, cuando Felipe González aún era Isidoro. La acusación a sus miembros fue de “conspiración para la rebelión”, el delito querer democratizar las Fuerzas Armadas, pedir derechos sociales y abertura del país a Europa. Fueron algún tiempo clandestinos y al ser descubiertos se les juzgó y echó del Ejército. Condenados a distintos años de cárcel, dos salieron de ella al haber cumplido la condena tras el indulto general por la llegada de Juan Carlos a la Jefatura del Estado; los demás por un indulto concedido por Adolfo Suárez. Pero no pudieron, en aquel momento, reingresar en sus puestos militares. Años después, la primera mujer Ministra de Defensa, Carmen Chacon, los condecoró con la Cruz al Mérito Militar.
El militar (83 años) que habla, relata todo con precisión. Le acompaña un hijo que tenía 9 años cuando ocurrieron los hechos; las vivencias del niño que fue son confusas y dolorosas. Recuerdan a Luís Otero, otro de los fundadores de la UMD, muerto recientemente. Su fallecimiento ha pasado sin pena ni gloria para la opinión pública, demasiado asida a los hechos del presente. Después de aquello, todos los implicados en la experiencia hubieron de reorganizar su vida y la de sus familias. Y afortunadamente pudieron hacerlo, gracias a ser gente preparada. Lo cuál no endulza la cuestión, evidentemente.
Y otra vez, la historia se repite: La de una España desdeñando siempre a sus más valientes ciudadanos, dejándolos abandonados a sus propias fuerzas, olvidándolos o haciendo como que lo hace, porque lo contrario implicaría un compromiso serio y unas connotaciones que no está dispuesta a tener. Con el pretexto de que se valen por sí mismos, difuminándolos en el entramado general de la vida.
Pero no pueden negarme que es pura bellaquería moral, amigos. El ser humano, para serlo verdaderamente, no debiera (tan solo) comer, beber y multiplicarse, debiera servir para algo más de lo directamente primario. Cada cohorte de individuos que existe en el mundo lleva aparejados unos determinados signos de avance que desde luego transmite a quienes llegan después. También los retrocesos en su evolución.
“Abrir camino” se convierte así en una operación despiadada para quienes osan hacerlo, porque a la mínima los que empuñaron la herramienta para hacer el cambio y desbrozar el trayecto son “abrasados” por los dueños de la tierra, con la aquiescencia (por acción u omisión) de sus propios compañeros de viaje.
“Mojar la pólvora” era la frase que los militares citados en este artículo utilizaban para definir sus objetivos. Es decir, “poner palos en las ruedas” en el actuar arcaico de una institución a la que no habían llegado los vientos de cambio. Era lo más que podían hacer, conscientes de que, seguir los pasos del ejército en Portugal y su “revolución de los claveles”, era imposible (en aquel momento) en España, porque había existido una guerra civil. Hoy, las Fuerzas Armadas son demócratas. Justo es reconocerles una parte de responsabilidad.
Carmen Heras