Conocer y valorar nuestro patrimonio histórico, artístico y cultural es la mejor garantía para que éste se conserve. Un patrimonio del cual nosotros solo somos propietarios en usufructo: nuestra obligación es preservarlo para las futuras generaciones, pues constituye una herencia que debemos saber transmitir.
No ha sido ese el caso de los libros del Monasterio de Yuste, una importantísima y rica colección que fue sacada con nocturnidad y alevosía por la Orden de los Jerónimos y que hoy se encuentra en la Universidad Pontificia de Comillas. Una fuga bibliográfica consentida en última instancia por las autoridades regionales quienes, tras conocerse el caso, silbaron y miraron a otro lado.
Entre los documentos fugados se hallan más de cinco mil volúmenes de la colección de Vicente Cadenas y Vicens sobre Carlos V y que fue legada por éste al Monasterio donde el Emperador residió sus últimos años o los Libros propiamente monásticos: cantorales y joyas de la bibliofilia como la Historiae Mundi de Cayo Plinio (1587), la Gramática Griega de Pedro Simón Abril (también de 1587), la Crónica General de España de Ambrosio de Morales (1577) o el Rheticorum de Marco Tulio Cicerón (1560)... Más de 600 ediciones antiguas.
En total, entre el fondo antiguo, los cantorales y la colección sobre Carlos V, 29.000 volúmenes que desaparecieron de Extremadura, contraviniendo con ello los decretos y leyes sobre Patrimonio Regional.
Porque deben saber ustedes que, aunque los propietarios de esos fondos no fueran las instituciones públicas, sino una orden privada, las leyes extremeñas prohiben llevarse fuera de la comunidad aquella riqueza cultural que nos pertenece a todos. Y eso es especialmente gravoso cuando en este caso nos encontramos con una institución religiosa que ha recibido abundantes fondos económicos por parte de la administración autonómica.
Realizo esta reflexión porque he tenido noticias de que la nueva Orden monástica que se ocupa del lugar – los Hermanos de San Pablo, Primer Eremita – ha logrado que la Universidad Pontificia de Salamanca les haga una donación de libros modernos para poder volver a reabrir la biblioteca y, además, han dispuesto que ésta sea de libre acceso al público. Loable iniciativa que merece todos nuestros aplausos. Pero esa buena gestión de los actuales responsables del recinto no debe hacernos olvidar la mala de los anteriores, y especialmente de la Junta de Extremadura que entonces permaneció en el más absoluto y vergonzoso de los silencios.
La fuga de este patrimonio bibliográfico fue denunciado por primera vez en el Parlamento extremeño por el entonces diputado Damián Beneyto, secundado de inmediato por quien escribe hoy este artículo, que agradeció la rápida capacidad de reacción de su vecino de escaño. ¡Ah! Pero esa reacción se trocó en abulia cuando tocaba moverse al Presidente de la Junta, señor Monago, y a sus consejeros. Solo hubo buenas palabras: se intentará, se buscará, se hablará...
Y ni se intentó, ni se buscó ni se habló. Los volúmenes en Comillas. Los estantes vacíos, a la espera de que los nuevos monjes vuelvan a darle vida. Pero no con los libros que siempre estuvieron ahí, especialmente los 600 libros del Fondo Antiguo, presentes desde el Renacimiento. Con ediciones actuales.
Esperemos que la nueva administración regional, que entonces apoyó la petición de devolución de los libros desde la oposición, se ponga manos a la obra para que el patrimonio de los extremeños que hoy se conserva en Comillas vuelva a su lugar.