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LOS RELATOS DE MARÍA

El secreto de Rogelio

19 de Septiembre | 10:28
El secreto de Rogelio
Hola soy Rogelio, aunque a estas alturas de la película creo que me conocen de sobra. Ha pasado una semana desde la reacción de Sebastiana y mi corazón aún no se ha recuperado del todo, es más, desde entonces me cuesta conciliar el sueño con tranquilidad. Ahora vivimos una calma reposada, una tregua pactada, un no sé qué que a mí me agobia. Tengo que confesarles algo, un secreto que es tan pesado en mi conciencia como la losa que le encargué a mi Sebastiana; muchas veces me recrimino a mí mismo que en qué estaría pensando. Le traje un mármol de muerte y mi mujer, a su forma, casi me aplasta con el. Y es que me la imagino diciendo: —Rogelio, ¡agárrate los huevos que parca me diste y parca te voy a dar!
 
Ahora la tengo aquí al lado, durmiendo con esa expresión extraña en su cara. Los ojos abiertos y medio vueltos me miran de forma vacía y siento escalofríos. La nariz ancha aspirando con fuerza el aire y los labios carnosos vibrando al expulsarlo. Lo hacen de tal forma que me recuerdan el culo de estas niñas modernas bailando el twerqing ese, o lo que es lo mismo, cacha pa arriba cacha pa abajo; siempre me ha parecido que tenían calambres en el ojete. La miró mientras le doy vuelta a tres cosas; al palillo, al "pa luego" que guardo en la muela izquierda de la boca y a si contárselo o no contárselo. Miedo me da y mucho, créanme. 
 
De momento y por puro ensayo lo voy a hacer con ustedes, y es que tal vez, mi noche de terror me la tenía merecida.
 
Conocen como la versión de mi Sebastiana, pero no como la viví yo. En primer lugar les diré que está historia viene desde el famoso juramento a los patos. Viendo el brillo velado y malicioso y la forma en que movía el bigotillo mi Sebastiana ante los animalitos, me temí lo peor y quise  anticiparme a su jugada.
 
Esa mañana lo tuve claro cuando vi como agarraba de forma determinada su bolso y mi visa, el portazo que dio terminó por darme la confirmación: algo tramaba. La seguí con los "machos apretaos", temiendo que me descubriera. 
 
El primer lugar donde entró fue aquella tienda de deportes. Escondido entre maniquís de abultado paquete que te arrebatan la autoestima al hacer la comparación, la vi hablar y sopesar su encargo a la escultural dependienta. Cuando mi Sebastiana entró en el probador me dirigí a la zona de la gente del buen comer. Abordé a la dependienta y le conté una milonga que aún tiene que estar dándole vueltas, pero lo cierto es que conseguí mi objetivo, elegir el famoso conjunto fosforito para mi Sebastiana. Sabía que era el único que le estaría bien porque me conocía de sobra el tamaño de cada lorza y como la tenía colocada, tantos años haciendo el amor en la oscuridad de las noche sin luna dan para mucho. Me saqué el utensilio que toda persona de más de setenta lleva en el bolsillo: la navaja multiusos. Cogí el pantalón naranja y busqué la zona donde la espalda pierde su nombre, abrí un poquito las costuras para que las nalgas de mi Sebastiana se derramarán esplendorosas ante el esfuerzo para darme celos. Le devolví las prendas a la dependienta y vi salir triunfante de la tienda a mi inocente Sebastiana.
 
La siguiente parada ya la conocen: el gimnasio Olimpo. Más de lo mismo. Hablé con nocturnidad y alevosía con el cachas de anuncio en forma de monitor, le pedí expresamente que le diera caña, que le hiciese sudar las cataratas del Niágara y sobre todo que, la hiciese bajar y subir al ritmo de: si la cosa hace ra..., para que por la abertura que le quedé el culo le hiciese crack. Al día siguiente el remate. Sin que lo supiese, le puse unas gotitas de laxante en el triste tecito que se tomó, el resto ya lo conocen...
 
Pues bien, cuando esa noche me desperté con el atronador sonido de DJ Cobra y el corazón palpitante, creí que mi Sebastiana me había descubierto, pero al no ver su intensa figura por los alrededores apague el susto y la rabia con los altavoces. Lo de la ventana fue diferente, ahí creí que quien venía a por mí era el musculitos del Olimpo. En mi terror pavoroso  pensé que venía a devolverme el disparo certero de mi Sebastiana, pero en lugar de la peste inmunda que recibió él, me entregaría pólvora de la buena. La calma se apoderó de mí cuando hice volar la escupidera de loza regalo de mi santa y dadivosa madre y logré visualizar el muñeco del engaño. Otra vez sospeché de mi mujer, pero la quietud que reinó después me arrebató los malos pensamientos. A la tarántula si que no tenía a qué o a quién achacarsela, tal vez fuese cosa del Karma ese. A veces aún la siento andar por mi cuerpo y no sé por qué vuelvo a zapatearme las piernas, la huevera, el pecho... La guinda final vino a rematarme la sospecha. De que vi a mi Sebastiana con ese camisón negro del año la polca, la redecilla con mechones sueltos y la cara blanca como el nácar, lo supe. Se había disfrazado de la misma parca para darme "matarile". Solo cuando la vi aparecer mimosa con el chocolate y los churros pude respirar tranquilo, aunque como no me dijo nada, se me volvió la respiración culposa ante el semejante secreto que le ocultaba. 
 
Y aquí me encuentro a su lado, viendo como me mira sin mirarme, como hace el twerqing con los labios, como respira y inspira... Que quieren que les diga voy a seguir dándole vueltas al palillo y "al pa luego",  a ver si reúno el valor suficiente para contarle mi secreto.
 
Fin.
 
©María Martínez Diosdado.


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