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Opinión-Editorial

Esas cosas de mujeres

23 de Abril | 16:04
Esas cosas de mujeres
Mary Beard explica muy bien que cuando las mujeres como grupo se unen para denunciar o reivindicar algo, se comportan de acuerdo a uno de los papeles que los guiones de lo que está bien o está mal dentro del sistema dominante les permite. Por eso, dicho sistema lo acepta sin demasiadas objeciones. E incluso juega a que se pone de su parte. Nada más hay que escuchar los discursos de muchos políticos para darse cuenta. En la antigüedad cuenta ella, a las víctimas se las permitía explicarse, sobre todo si eran de clase alta. Otra cosa es lo que se hiciera después, con la denuncia, que a veces acababa en la muerte o el deshonor para aquella que se atrevió a explicar de viva voz las acusaciones. 

El rol de “pobre chica indefensa” es un papel, que no por estereotipado, deja de tener validez, antes y ahora. En nuestros días. Todos conocemos innumerables ejemplos que se saldan con una ganancia implícita (si cabe hablarse de eso) para el “sexo débil”. La chica que no produce desconfianza, tiene enteros ganados aún antes de empezar a jugar. En partidas en las que hay que trocear el poder. 

Siempre he dicho que si las mujeres como colectivo no ocupan los primeros lugares en algunas situaciones y sitios es porque realmente no se han puesto verdaderamente a ello. Y no se han puesto porque, por unas causas u otras, no les ha interesado de verdad. O han creído que determinado esfuerzo no les merece la pena. O han estado dispuestas a esforzarse hasta un cierto nivel y no pasar de ahí, por nada o por nadie. Bastaría con que el mundo interpretase claramente unas pautas de conductas como optimas para que las mujeres en conjunto se pusieran a cumplirlas. Y adelantaran. Por la derecha o por la izquierda. Pero para eso aún queda mucho. O tal vez nunca llegue. 

Sobre todo porque el sistema pone puntos de amarre y elabora códigos que subvierten esa pretendida defensa de la mujer en cualquier sitio por igual. En las peluquerías, si pides una revista sus páginas están llenas de señoras hermosas y bien vestidas mostrando moradas inmensas, “señoras de” (por la gracia de Dios). Lo mismo da que sea noble o futbolista. Y cuando es ella la del buen salario, no se olvida su parte femenina (que se dice) y hay que hacerla hablar de ropa o de sus hijos, nunca de economía. 

Así que las que lo intentan son como kamikazes trabajando sin red, ellas mismas. Mientras sean individualidades no hay por qué preocuparse, siempre podrá decirse, que fueron débiles, confiadas, histéricas e incluso incompetentes. Y podrá eliminárselas sin complejos, incluso con la ayuda implícita, o no, pero siempre inestimable de otras mujeres. Porque el discurso podrá continuar. 

Porque esa es otra: falta aún mucho para que la generalidad del llamado colectivo femenino sea consciente de todo lo anterior. A menudo, la reivindicación feminista se queda en lo anecdótico, obviando que haría falta más sistemática, mayor unión y mayor esfuerzo. E ir hacia la propia estructura del sistema, en vez de reivindicarle. 

Carmen Heras



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