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Opinión-Editorial

Meditaciones de fin de semana

12 de Marzo | 11:12
Meditaciones de fin de semana
Entré en el gran comedor lleno de mesas de madera robusta, y hube de caminar al lado de ellas por un pasillo lateral hasta llegar a la ultima, o una de las primeras según se mire, situada al lado del estrado. Yo iba vergonzosa, que no avergonzada, niña de 17 años, por aquel espacio lleno de colegiales varones, enfundados en pantalón gris y chaqueta azul con el escudo del colegio mayor, todos de pie en actitud respetuosa. No supe entonces que iba en busca de mi destino. 

Siempre he creído que las circunstancias vienen a ti algunas veces y otras tú las preparas con decisiones que empiezan siendo pequeñas y se vuelven largas y se enroscan con otras de otros seres. Confluyen todas en una meta común a la que no todos llegan por los mismos caminos en una especie de acertijo enrevesado. 

De costumbre, para cuando llega la ultima reivindicación, ha llovido mucho en diferentes tierras con diferentes cielos y paisajes distintos. Los ancianos años de mi madre estuvieron llenos de confidencias. En una de ellas me confesó que de su vida sólo se arrepentía de no haber salido a trabajar fuera de casa. Y aún recuerdo su contestación cuando yo asombrada le contesté recalcando la bonhomía de mi padre: “Si, hija, nunca me ha negado nada, pero siempre he tenido que pedirlo”

Procedo de una generación de mujeres fuertes y eso imprime carácter. Implica enfrentarse a la vida sin ambages. Con sus pros y sus contras. Y mira que me explicaron demasiadas veces que es preciso ponerse de perfil, cumplir con dios y con el diablo, llevarse bien con todos. Saber girar hacia la derecha y hacia la izquierda, según el aire, detectar el modo de hacer de los dirigentes y congraciarse con ellos. Pero mi forma de ser es la que es y su manera transcendente de explicarse las cosas me acompaña en el ADN. 

Por las noches reflexiono sobre estos asuntos y en ocasiones me desvelo. Tanto por aquí, tanto por allá (calculo). Y si ha sido un error no tengo escapatoria. Desde los tiempos lejanos en los que me definí, han pasado las cosas a su modo, o al modo como otras gentes han querido que pasen. Ni siquiera los comportamientos similares son los mismos ahora y es necesario matizar. 

“Dos no riñen si uno no quiere” y esa máxima produce concordia pero también frustración. Porque siempre una parte pone más de lo suyo que la otra. Se hicieron partijas, que en Castilla significa hacer partes igualadas, más o menos, y las reglas las rompieron los modernos salteadores de caminos con la aquiescencia de los brazos bajados de la mayoría que no se sintió interesada en el combate o pensó que podía gratificarla. 

Y aquí estamos, observando las lluvias, viendo el agua correr sin despeinarnos, sin pensar que a lo lejos ni siquiera existen los testigos. Caminando hacia atrás, como los cangrejos. Esto es oro molido, que se dice. 

Carmen Heras



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