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Opinión-Editorial

Fuera de los fogones

9 de Febrero | 13:40
Fuera de los fogones
Leo en algún lado que el equilibrio es aquella condición de la materia que le permite ser estable con respecto a las fuerzas con las que interactúa en el espacio donde se encuentra. Equilibrio (ya lo saben ustedes) es un término genérico, que se aplica a diversos campos y situaciones de la vida cotidiana. 

Se sabe (continuo leyendo) que existen culturas distintas tratando el tema del equilibrio desde un punto de vista espiritual, creyendo que la mente y el cuerpo deben equilibrarse para alcanzar una vida armoniosa. Creen que rituales y costumbres juntos nutren y estimulan los sentidos y la razón, creando una ilusión de estabilidad entre el cuerpo y el alma. Una de las creencias más conocidas es la que se deriva de la cultura oriental. En ella el Ying Yang es un símbolo en el que se complementan dos peces de colores opuestos, que representan el equilibrio entre el bien y el mal, dos sentimientos presentes en cada persona. 

Para cada uno de nosotros, el equilibrio tiene diferentes modalidades. Para mi, el equilibrio representa, sobre todo, la serenidad al enfrentar los problemas (fruto, sin duda, de lo escrito anteriormente), sean estos del tipo que sean. Una serenidad no exenta de emociones como el dolor, la ira o la rabia, pero que sabe analizar las diferentes partes de un conflicto e interpretarlas. 

Significa el equilibrio una mirada indulgente (que no débil) sobre las acciones de los otros, a sabiendas de que nada de lo que contienen nos es totalmente ajeno. Situadas las personas en entornos más o menos amplios, todo tiende a comprenderse mejor cuando se analiza desde la sociología del lugar y la psicología de quienes allí viven. 

Tengo para mi que en la ausencia de equilibrio, allá en el fondo de todo, está la inseguridad: la personal y la colectiva. Inseguridades, a veces claras, a menudo maquilladas de fingido orgullo y hasta de autoritarismo. Vestidas de prudencia, o de ecuanimidad. Las vemos todos los días, en los negocios, en las profesiones, en la política. 

La inseguridad, como el miedo y la pobreza, se “huele”, inventa excusas para no tomar decisión alguna. Tiene que ver con algunos mensajes del llamado “discurso de izquierdas” vigente hoy en día. Se apoya sobre los complejos de inferioridad mal gestionados, en las curas simbólicas que nunca curan, en los abrazos fraternales reducidos al gesto mecánico. 

De tanto andar guisando entre fogones hemos olvidado el concepto, hemos renunciado a la causa. De tanta exquisitez en el manejo de los temas hemos dejado de lado, la parte personal, la que decide, la que comprende o no, la que actúa. Las máquinas son poderosas pero siempre es el individuo el que toma la decisión de que actúen o no. No lo olviden cuando les digan otras cosas. 

Carmen Heras



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