Mi dilema es qué hago yo hoy para no hablarles a ustedes de Cataluña, del tren digno de Extremadura, de la corrupción del PP (y de las otras) o de la senda correcta por la que transita Rajoy a velocidad de vértigo y con determinación. Diré lo del cura y su sobrina: en casa cuando no sabemos qué comer nos agarramos a los huevos.
Mi comodín cuando no sé de qué escribir es la BUROCRACIA (con mayúsculas). No hay tema más socorrido, ni que suscite más adhesiones en toda España (dicho sea con perdón). O si prefieren en las Españas, en la España de las nacionalidades y hasta en la República Independiente de Catalunya. Porque no me digan que para adoctrinar al aparato educativo, o hasta para poner multas a los que ponen en los escaparates los nombre de los productos en castellano, no hay que tener un aparato burocrático eficiente, que acojone como es debido a los infractores que torpedean el tránsito republicano
Pues bien, desde que se decretó el “Estado de las Autonomías” (aquello del café para todos) la racionalidad administrativa cogió una marcha que nos trajo a un millón más de funcionarios y me quedo corto. Esto sin contar las nuevas embajadas y otros cargos de un organigrama al que ya no conoce ni la madre que lo parió. Bien es verdad que en algunos sitios ya son bilingües, pero según me dicen, la mala leche (como en la Guardia Civil antigua) la llevan en el cuerpo. Vigilan los expedientes con la eficacia de los jóvenes burócratas altamente preparados, con vocación de servicio público e inasequibles al desaliento.
Por tanto, desde el Honorable Puigdemont, hasta la Faraona del Sur, han hecho de la simplificación administrativa un pan como unas hostias. Ahora te vas a las tres (mejor un poco antes) a las puertas de una Consejería y empieza a salir tanta rata de la madriguera que no hay dios que las cuente. Por supuesto en la dura jornada ya les ha dado tiempo para hacer la compra, chinchorrear con los colegas, hablar por telefono y putear al sufrido administrado, aunque éste haya venido del último pueblo de la provincia, región o nacionalidad.
No se sabe bien si son cuatro o cinco millones los funcionarios y empleados públicos que tenemos hoy en este Ruedo Ibérico. Sólo sabemos que son pocos, que hay que cubrir vacantes por un tubo y que hacen falta muchas más plazas si queremos una “Administración Moderna”. Y no les hablo a ustedes de la nómina de asesores de gran nivel, de nivel medio y de los siguientes niveles, ni del resto de cargos de confianza y asistentes por no hacer esto mucho más largo. En fin, que se me acaba la columna; estaba escribiendo sobre BUROCRACIA y me acuerdo de repente de Lope de Vega: “Un soneto me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto en tanto aprieto... Contar si son catorce y está hecho”.