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Opinión-Editorial

Hablaréis pero no diréis

21 de Septiembre | 12:52
Hablaréis pero no diréis
Noble institución, enraizada en los terraplenes del conocimiento, expeliendo vapores de sabiduría, rostros intelectuales, paredes encorchadas con propaganda de la razón, tradiciones atávicas del proceder del pensamiento… Honorables edificios horribles, en avenidas con nombres ridículos, baldosas móviles y charcos que se propulsan en días lluviosos hasta las rodillas de quienes corren para escuchar las ponencias… Todo ello en un lugar apartado: la Universidad (de Extremadura). 

Como universitario que soy, recibo las exigencias de profesores rigurosos que nos obligan a redactar correctamente, a procesar información conveniente y científicamente, expresar con palabras acertadas y calcular la dimensión intelectual de nuestras declaraciones… Todo esto sería gustoso de cumplir si, al menos, quienes pronunciaran estas órdenes tomaran ejemplo. En esta noble institución, con las características ya expresadas en el anterior párrafo, uno abre las puertas de las aulas para recibir la lección de un doctor, doctorando o catedrático con título que apela al trabajo durante años en una obsesión por estudiar cualquier aspecto de la vida concreto (en mi caso Biología). Esas eminencias de la sapiencia, muchas de ellas y no todas, me muestro cauteloso ante las generalizaciones; mejor harían dando la clase mediante lenguaje de signos que abriendo esas profanas bocas. Fusilan el lenguaje, aniquilan la belleza de una palabra bien expresada o de la frase bien construida. Y ello provoca la dificultad en el entendimiento y, por supuesto, a la hora de elaborar los apuntes. Es imprescindible expresarse apropiadamente sobre el encerado porque, frente a ellos, los profesores, se encuentran unos asientos ocupados por proyectos de algo, por futuros trabajadores que, por culpa de encontrarse con tan ínfimo nivel, no rendirán como lo desearían las futuras empresas, jefes, o quien sea que les instruya. El profesor torpe no repara en el hecho de que en una Universidad (noble institución), lo de “dar clase” se sale un poco de la seriedad que se necesita, puesto que lo que realmente se imparten son ponencias de una disciplina determinada: Ponencia sobre Biología Celular, ponencia sobre Fisiología Vegetal, sobre Derecho Mercantil, Anatomía Forense, etcétera.

Y una ponencia o clase de Universidad ha de semejarse a una conferencia realizada por un experto en un campo para un público interesado en escuchar… y esa es otra: el interés. Manada de borregos acudiendo a las aulas, muchos de ellos, claro. (Cautela como escudo sobrepongo ante las generalizaciones). Hato de indisciplinados cuyo afán de escuchar la clase estando resacosos, con ojos colorados y boca pastosa obliga a ponerle un nombre vejatorio a sus inservibles, vacías y holgadas vidas. Qué decir de una generación de jóvenes oscuros de mente, sin un resquicio de sol, que esperan ansiosos, aguardan ávidos al jueves, “el día de salir”, el día de la borrachera semanal, el día en que se bebe como un cosaco, se transforman en chimeneas humeantes de porros y tabaco, se “perrea” poniendo el culo desesperado en el paquete o en las faldas de otro u otra que se encuentre en estado de embriaguez y mirando el reloj para no perder el bus de las ocho y asistir a la maravillosa clase; se mira con deseo al fetiche de la clase; y se concluye el ritual sentado en un bar a tomar churros con chocolate, y vuelta a casa para coger la libreta y los apuntes. Decía don Miguel de Unamuno, Rector Mayor de la Universidad de Salamanca, en su famoso discurso en el paraninfo de esta, que el verdadero y mejor Imperio, el que ha de conservarse por su valor grandioso, es el del lenguaje, el Imperio de la Lengua Española, nuestra riqueza, nuestros doblones poco usados. Habría que explicar a muchos de esos que amanecen carrasposos al relente quién es ese prócer unamuniano, si no hay que definir qué es el paraninfo de una Universidad, por cierto…

Hay que citar también a esos tocados de modernidad, los profesores “guays”, que sienten superar a cualquiera de su gremio por decir, en medio de las jerigonzas de su materia, un “coño”, “de puta madre”, o la típica chanza del maestrillo que te incita a sonreír forzadamente… Por no decir de la gran admiración que por ellos profesan la mayoría de los estudiantes, que no sé si en un laboratorio (siguiendo como ejemplo mi carrera), delante del técnico, con tubos de ensayos en la mano, y papel de cromafín en los bolsillos, dirán: “El glicerol-3-fosfato está actuando de putísima madre con el puto ácido clorhídrico, que me ha quemado como sus muertos. ¡Qué buen profesor de bioquímica tuve!”

Esa nula perspectiva de futuro, y la dichosa aquiescencia que nos mantiene quedos ante este problema, nos está haciendo bastante daño. Un error es culpar, como se suele hacer, a los políticos de este mal. Esa culpa se comparte, porque hablar bien, mal o regular a la hora de impartir una asignatura no tiene nada que ver con que el ministro de Cultura o de Educación del momento sea de este o de aquel signo, que sea un ignorante o un fanfarrón. Menos aún tiene que ver con la capacidad de conocimiento del profesor y su nivel de exigencia, allá cada uno y su ética profesional para con el discípulo. 

Para la plaga de gandules, de indoctos, los presos de la botella y del jueves, transcribo las siguientes palabras del autor de Niebla: “venceréis, pero no convenceréis, conquistaréis pero no convertiréis”. Está venciendo la Incultura, el vocablo fácil y la insidiosa sentencia que borra toda complejidad a la comprensión. La simpleza y la vileza popular se están introduciendo incluso en las páginas de los diccionarios. Pero no dejemos que nos convenzan sus asechanzas camufladas. Están conquistando con el “pasarlo bien” y “el alumno debe llevarse bien con su profesor”, “relaciones fraternas en el aula”, y esas chorradas, cuando bien es sabido que se forja una cariñosa amistad profesor-alumno si el primero no suspende al segundo… Las palabras unamunianas también se las dedico a los maestrillos, a los profesores venidos a menos, y su gran habilidad con el hablar sin decir. He de comentar, terminando, que me rindo ante aquellos que dominan perfectamente el lenguaje, por lo menos tienen la decencia de presentarse ante sus alumnos usando los términos correctos, formando concienzudamente las frases y exponiendo con seguridad y dominio sobre sí mismo.

“Hablaréis pero no diréis”, este es el nuevo lema de la situación actual.  



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