Cuatro guardianes de primera vigilan la entrada del Museo de la Memoria y la Tolerancia, ubicado en la Ciudad de México, y que visité hace muy poco: Mahatma Gandhi, Martín Luther King, Teresa de Calcuta y Nelson Mandela. Cuatro efigies de cuatro personalidades, ampliamente reconocidas por todos.
Cuando las ves, intuyes lo que vas a encontrarte nada más que cruces la puerta grande de entrada al Museo. Un sitio de conocimiento y reconciliación. No sereno, pues las fotografías, vídeos y objetos expuestos estremecen, pero si lleno de interés didáctico.
El centro está dedicado al recuerdo de los grandes genocidios de la época contemporánea, sobre todo al producido por los nazis, dada la gran cantidad de documentación expuesta. Israel ha entendido que no puede permitir que el mundo olvide cuánto pasó a los más de seis millones de judíos muertos entre los años 1941 y 1945, en función de un plan sistemático de exterminio de la población.
Atemoriza ver la maldad en estado puro, bajo un envoltorio de ideas y técnicas sobradamente efectivas. Atemoriza, sobre todo el pensar que el resto de países se mantuvieron al margen y que cuando los americanos, por fin, liberaron a los prisioneros de los campos de concentración, lo hicieron por pura casualidad, ya que para ellos pareciera mucho más importante destruir a la potencia que salvar algunas vidas humanas.
En el recorrido tropiezas con algunas claves inquietantes, escritas claramente para reflexión de todos, en los grandes carteles colgados en la pared. Son las preguntas que perduran:
"¿Cómo pudo un crimen de esa naturaleza y esa dimensión suceder en pleno siglo XX en el corazón de la Europa moderna?
¿Cómo la ejecución de un genocidio contó con el consentimiento de una gran mayoría en un país desarrollado y en el seno de un pueblo que era un ejemplo de la cultura y la civilización?
¿Cómo fue que autoridades estatales planificaron y ejecutaron un plan de exterminio de un pueblo inocente, con el cual no estaban en lucha?
¿Qué es lo que transformó a las personas ordinarias en asesinos o en observadores pasivos?"
Y la moraleja:
"Es necesario que veamos el Holocausto como una señal de alarma, una advertencia que nos obliga a actuar y a recordar hasta dónde es capaz de llegar el ser humano con el odio y la violencia. El Holocausto nos obliga a estar alerta para evitar que un evento similar se repita en cualquier lugar del mundo".
Y las conclusiones en positivo:
"Así como la intolerancia ha provocado tan amargas consecuencias para los seres humanos, la tolerancia, por el contrario, ha sido un valor esencial para la sana convivencia y para impulsar avances en la libertad y en la justicia".
Amigos, salí de allí con los ojos húmedos, pero reconfortada. Quiero creer que el mundo entendió.
