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Opinión-Editorial
SIN PROPÓSITO DE ENMIENDA

Santa Rita buena, mártir

24 de Noviembre | 12:26
Santa Rita buena, mártir
Leemos en el Diccionario Filosófico de François-Marie Auret, llamado Voltaire, que el emperador Constantino, fraticida, matricida y tirano en la Nueva Roma, se hizo bautizar en su lecho de muerte para lavar todos sus crímenes, que fueron abundantes. Constantino El Grande, desde entonces.

La muerte trae el aura de la bendición a quienes son visitados por La Señora. Después de fallecido, todo son alabanzas, honores y buenas palabras. En cierta forma, la muerte, como el bautizo, quitan los pecados.

Rita Barberá ha muerto de un infarto. Descanse en paz.

La alcaldesa de Valencia no tuvo ni compasión ni respeto por las víctimas del accidente de metro en su ciudad ni por sus familiares, de los cuales se burló cruelmente durante una manifestación que exigía responsabilidades políticas por la mala gestión del desastre, pero que careciera de esa mínima sensibilidad no es óbice para que se la neguemos los demás a ella. Descanse en paz.

Pero los buenos sentimientos, el respeto a la persona, las condolencias públicas o privadas, no debería devenir en un enjuague de su gestión que pretenda hacer olvidar las distintas corruptelas en que se ha visto envuelto en sus últimos años o el terrible ejemplo que como cargo institucional nos ha ofrecido en el Senado, aferrándose a un sillón y cobrando todos los meses un buen salario pese a contarse con los dedos de una mano su asistencia a los plenos o sus iniciativas. De hecho, ninguna: cero iniciativas desde que pisó las alfombras de nuestro principal y más costoso cementerio de elefantes.

La muerte nos hace buenos, y por eso el Partido Popular se ha apresurado a derramar lágrimas  de cocodrilo por la difunta pese a la distancia que quisieron poner de por medio cuando fue llamada a declarar ante los jueces. Y del mismo modo, el Congreso de los Diputados, que negara un minuto de silencio al ex diputado José Antonio Labordeta (que nunca pisó un tribunal acusado de corrupción, cohecho o prevaricación) se ha apresurado a ofrecer un pequeño homenaje a la finada. Porque el minuto de silencio es un homenaje, una conmemoración, una muestra de afecto político. Todos, menos 69 diputados, han participado en un ejercicio de hipocresía en la sede de la soberanía española.

No hubo minuto de silencio por Labordeta, argumentó entonces la Mesa, porque ese gesto no se había tenido con otros compañeros. Más aún, que el Congreso guarde minutos de silencio es un evento muy inusual. Y sin embargo en este caso lo hubo. Y es en esa excepcionalidad donde vemos una decisión política: es un ejercicio de exculpación en toda regla, un rito de la tribu para congraciarse con la defenestrada del clan, un cierre de filas. ¿Debían participar el resto de los diputados en esa ceremonia tribal y mediática orquestada por el PP? Lamentablemente la mayoría decidió que sí.

Mis profundos respetos por Rita Barberá, pero el respeto personal no significa respeto a su gestión política. No puedo respetar el dolor que infligió a los familiares de los muertos del metro, ni la desesperación en que han quedado sumidas cientos de familias valencianas que no encontraron en su Ayuntamiento un espacio de comprensión, ayuda y solidaridad. No respeto que contribuyera a hacer del Partido Popular una engrasada máquina de lavar dinero negro para concurrir dopados a las elecciones ni puedo respetar el penoso ejemplo que nos ha ofrecido como senadora. No respeto que cuando una familia quiso enterrar dignamente los restos de un padre torturado y ahorcado por el franquismo y enterrados ignominiosamente en una cuneta, la alcaldesa entonces de Valencia les pidió 45.000 euros, habiendo puesto previamente todas las trabas posibles. Pedro, de 93 años y Pilar de 73 no pudieron llorar en una tumba a su progenitor porque Rita Barberá no tuvo ni compasión ni decencia.

Descanse en paz Rita Barberá. Ojalá siguiera entre nosotros. Pero en estos tiempos donde lo políticamente correcto nos asfixia, permitan que no contribuya al estado general de hipocresía con un relato heroico y falaz de la Rita política.

La muerte nos iguala. Pero no nos absuelve de cómo nos hayamos conducido en vida.



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