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Cultura, literatura, historia, música

La moda romántica

21 de Noviembre | 11:22
La exposición “La Moda Romántica” que se expone en el Museo Romántico de Madrid consta de 22 modelos originales de indumentarias del siglo XIX procedentes del Museo del Traje y el propio Museo Romántico.

En la muestra se pueden ver vestidos de gala, goyescos, de paseo o trajes de novia, así como levitas, fracs y chalecos de caballero, contextualizados en las salas decimonónicas del museo, que le dan un ambiente único e irrepetible,  recomiendo tanto la visita al Museo como a esta exposición que estará hasta el hasta el 5 de marzo de 2017.

En ella se exhiben un total de 22 modelos femeninos y masculinos diseminados en el contexto de las salas del museo, como recreación del ambiente de la época.

La moda es uno de los fenómenos sociales más interesantes del siglo XIX: tiempo de traumáticos y apasionantes cambios que transforman todos los órdenes de la vida cotidiana y que tienen a la burguesía como indiscutible protagonista. En este siglo, triunfan los primeros grandes sastres con firma propia, aparecen las revistas de moda, y damas y caballeros sucumben, por primera vez en la historia, a los cambios de temporada con sus tendencias particulares.

La exposición La Moda Romántica destaca uno de los aspectos de este gran fenómeno: el de los usos sociales del traje a lo largo del período romántico, en el que el vivir cotidiano estaba indisociablemente unido a la observancia de las rígidas costumbres establecidas.

El estricto protocolo disponía la indumentaria adecuada al decoro propio de cada actividad: el diario, el paseo, la visita o el baile; y a los distintos acontecimientos sociales, políticos o religiosos. La exposición presenta, asimismo, la evolución que se produce en el traje desde comienzos de siglo y a lo largo del reinado de Isabel II.

En la muestra, podrán contemplarse fracs, levitas y chalecos de caballero, junto con trajes femeninos de paseo, goyescos, de baile o de novia e incluso algunos modelos infantiles, que ofrecen una visión global de los usos sociales de la moda en el siglo XIX. Década a década, la silueta femenina sufre espectaculares cambios que la transforman: desde el traje imperio, fruto del furor neoclásico con el que se inicia el siglo, hasta las impresionantes y voluminosas faldas de los años 60, ahuecadas con crinolinas, pasando por la austeridad de la década del vestir en 1840 o el desarrollo del busto y las prominentes mangas de los años 30.

El traje masculino permanece, sin embargo, casi inmutable durante la centuria. El viaje en el tiempo que propone el Museo del Romanticismo a sus visitantes termina de cobrar vida en el momento en que podemos apreciar los trajes pensados, diseñados y confeccionados en el siglo XIX en los espacios en los que fueron vividos. Es fácil imaginar el crujir de las telas en movimiento del traje de sociedad en el Salón de baile de la casa, conmoverse frente al vestido de novia en el Oratorio o rememorar la genialidad de Mariano José de Larra junto a su levita en el Dormitorio masculino.


Frac 1865. En Pekín espolinado de seda beige y azul con aplicación de encaje de bolillo en lino y cintas de seda. Traje formado por un cuerpo con escote a la caja, entallado y armado con ballenas, con cintura de corte recto. La falda, de amplio vuelo, se prolonga en una pequeña cola.

Vestido de gala 1810. En sarga de seda con hilos de urdimbre en su color natural e hilos de trama de color rosa fuerte. Vestido largo hasta el suelo con amplio escote, redondeado en el delantero y triangular en la espalda. El cuerpo, emballenado, va forrado en algodón y remata debajo del pecho con un tableado horizontal superpuesto confiriendo un talle alto.                               

Vestido de novia 1820 - 1825. En tafetán de seda de color marfil. Largo hasta el tobillo. El cuerpo, con escote barco y talle por debajo del pecho, va armado con ballena. Drapeado en todo el perímetro del escote y recogido con trabillas ribeteadas.


Vestido de novia
1840. En seda labrada de color marfil que dibuja líneas verticales de perfil dentado, alternando los efectos de rayado mate y brillo, con motivos rameados sinuosos de tipos florales y con aplicación de encaje de algodón y cordoncillo.


Traje de baile 1860 - 1865. (Primer plano). En sarga Batavia de seda en color azul con aplicación de encaje. Decorado en todo su contorno, a modo de canesú, con puntilla de encaje mecánico.


Vestido de baile 1850 – 1855. (Al fondo). En tafetán de seda glasé en su color con cenefas de terciopelo liso en celeste. Vestido con cuerpo emballenado y cuello escotado que remata por delante en punta decorado por un lazo.

Traje de baile 1850 - 1858. En terciopelo labrado con motivos florales y franjas en terciopelo piloso. Manga corta, acampanada y fruncida en la línea del hombro que remata con una cenefa de terciopelo negro. Falda larga, fruncida en la cintura y con cola.

Chalecos 1830 - 1840.  


1. Piqué de algodón en blanco con motivos bordados florales en azul. Decorado con motivos florales en azul, gris y blanco realizados con bastas flotantes.


2. En sarga Batavia de seda en color beis con aplicación de bordado decorativo. Decorado con una aplicación de bordado en seda y a punto de cadeneta que dibuja motivos de espigas y recreaciones florales.


Vestido goyesco 1800 – 1810. El talle alto y la manga larga sitúan a esta pieza dentro del estilo Imperio que invadió –por poco tiempo– todos los ámbitos de la moda a nivel internacional, incluida España.


Traje 1851 – 1855. Traje característico de la década de los años cincuenta del siglo XIX, en la que la crinolina fue la encargada de ahuecar las faldas femeninas, proporcionando una silueta de cúpula a la falda. El estampado floral remite al desarrollo que la revolución industrial textil y los nuevos colores propiciaron en la ampliación del repertorio decorativo de los tejidos.


Vestido 1825 – 1830. Este modelo coincide tipológicamente con los vestidos en uso en el primer estilo romántico que empieza a definirse alrededor de 1822. Se transforma la silueta femenina al ir poco a poco descendiendo la línea del talle a su posición natural. Las mangas tienden a ensancharse y los hombros se presentan caídos.


Vestido ca. 1820. La hechura de este vestido infantil conserva los rasgos esenciales del estilo Imperio. En concreto, remite al conocido vestido camisa, caracterizado por ser suelto y con el talle alto y ajustado. La singularidad viene dada por el empleo de un tejido más pesado para su confección y el empleo de una manga corta abullonada.


Joyas, camafeos, pendientes, anillos de S.XIX, que se utilizaban como complementos.


Peinetas de carey.


Faldón de cristianar ca. 1850. Prenda ceremonial por excelencia dentro de la indumentaria infantil. Para la ceremonia del bautizo, el niño se ataviaba generalmente con un largo vestido blanco, símbolo de pureza e inocencia, junto a otros complementos como la enagua, la capa o la capotita.


Traje 1855 – 1865. En el contexto del empleo de la crinolina se inserta esta pieza en la que destaca, de manera singular, la decoración en terciopelo de seda labrado de cuadros escoceses, indicativos de la procedencia o influencia anglosajona del conjunto. Sigue la moda iniciada por la reina Victoria de Inglaterra.


Levita 1830. Esta levita perteneció al célebre escritor y periodista Mariano José de Larra. Es de cuello ligeramente alto por detrás y solapas en terciopelo negro. Con faldón largo, tanto por delante como por detrás. Cierra con seis botones en el frente y cinco botones en la bocamanga.


Gemelos, botones y insignias de la época.


Gafas y lentes del 1878.


Vestido 1865. Este vestido nos informa de los últimos modelos del periodo romántico. En torno a 1865 y hasta 1869, en que hizo su aparición el polisón, se opera un cambio importante. En vez de predominar la silueta acampanada o cupular de la crinolina, la falda se desinfla en el frente y los lados comienzan a contraerse y proyectarse hacia atrás, confiriendo una base oval al conjunto indumentario.


Traje 1865 – 1868. Durante los años sesenta del siglo XIX la prenda interior por excelencia para ahuecar la falda es la crinolina lanzada, lo que confiere a la figura femenina una silueta oval, frente a la circular inmediatamente anterior. Estos dos magníficos conjuntos se circunscriben dentro de la moda internacional imperante, puesto que, en ambos casos, los colores y adornos con los que están guarnecidos juegan a combinarse gracias a la unicidad que, a partir de entonces, permite la aparición de los tintes  químicos y su empleo en el ámbito textil.

Durante el siglo XIX hubo una gran proliferación de publicaciones femeninas dedicadas a la moda, en las que era frecuente la inclusión de figurines con las últimas novedades del mercado. Normalmente eran ejemplares de ocho o diez páginas, en las que se incorporaba una lámina con un figurín, además de diversos patrones y labores consideradas como femeninas durante esta centuria.

Las principales revistas de moda fueron siempre francesas, como por ejemplo el Magasin des Demoiselles o el Petit Courier des Dames, pero el influjo parisino arribó pronto a España, donde también proliferaron este tipo de publicaciones. Muchas de ellas tuvieron una vida muy corta, ya que debían financiarse únicamente a través de las suscripciones. Entre las revistas españolas destacan el Correo de la Damas, La Moda Elegante o El Tocador.

Con esta exposición el Museo Nacional del Romanticismo se llena de personajes vestidos para la ocasión, y sus indumentarias ocupan las salas, salones, comedores y capillas para contarnos la Historia, y las historias, muchas de ellas, terriblemente “románticas”.
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