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Opinión-Editorial
LA PUERTA DE TANNH?USER

La música como arte superior

14 de Octubre | 10:58
La música como arte superior
Hay pocas cosas en este mundo que nos eleven más que la música. Es difícil encontrar mejor analgésico frente al desasosiego de las batallas diarias que esta extraña manifestación artística. La música amansa las fieras, se dice, y además podemos añadir que también sofoca todos los fuegos internos que nos abrasan.

Yo me abracé a su encanto desde bien pequeño. De hecho, creo que siempre ha estado conmigo, es un pilar fundamental sobre el que he construido el universo que me rodea: a ella he recurrido siempre que he necesitado cargarme de fuerza en los momentos difíciles, o simplemente la he utilizado para acompañar acontecimientos placenteros que me han ido  pasando cuál banda sonora de mi propia vida. También me ha permitido volver a revivir algunos de los episodios ya pasados que perduran intactos en mi memoria, porque mis recuerdos descansan al abrazo de una canción. Desde que tengo uso de razón, mi mente ha funcionado como una extraña orquesta frente a un auditorio repleto de pensamientos inacabados que esperan ansiosos el calor de una melodía cualquiera para así ser liberados.

Todo esto es una realidad propia que me he construido yo mismo. Sin música no podría vivir, y ahora entiendo el por qué de esta afirmación tan maximalista.

Según algunos autores con los que ahora convivo (y me centro fundamentalmente en la obra de Schopenhauer), se trata de la mayor manifestación artística que existe, el más fuerte vínculo que une este mundo de las apariencias en el que nos encontramos anclados en espacio y tiempo,  con el que nos encumbra a los deseos atemporales del mundo verdadero, allí donde rigen las fuerzas irracionales de la naturaleza, y que se nos representan sesgadas ante nuestros ojos en forma de fenómenos puntuales.

A ojos del filósofo, por lo tanto, la música es, junto con otras artes tales como la arquitectura, escultura y poesía, meramente una llave que nos permiten evadirnos de la vida representativa tan llena de pesares por donde trascendemos, y sobre la que nada podemos hacer salvo dejarnos llevar y acatar la naturaleza de la voluntad del mundo en sí.

Yo no creo demasiado en esa concepción pesimista de nuestra existencia, más bien presupongo un escenario cambiante repleto de altibajos en donde algunas cuestiones son inmodificables (esas fuerzas naturales a las que el filósofo se refiere como voluntad), pero otras tantas son controlables; nacemos, crecemos,  nos hacemos a nosotros mismos y finalmente morimos, estas son las únicas verdades eternas. A partir de ahí, los vuelcos a los que estamos sometidos son constantes, aunque en nuestra mano está el intentar agarrar las riendas de ese corcel indomable que nos arrastra hacia delante.

Es cierto que en ocasiones, las fuerzas con las que tenemos que luchar son demasiado fuertes, algunas no obedecen a la racionalidad según nuestra propia concepción, y su vigorosidad se sustenta  en esos brotes de “voluntad” natural instintiva; la propia enfermedad, el duelo por perder a un ser querido, la frustración ante un hecho calamitoso…Todas esas causas provocan sufrimiento, y es en ese ámbito donde el desarrollo artístico funciona como analgésico, ahí es donde podemos encontrar un filón para calmar los pesares “fenoménicos” de este mundo. Estas afirmaciones trascienden del mero campo metafísico donde trabajaba Schopenhauer; claramente, hay un fundamento orgánico, biológico, bioquímico en sentido estricto.

La ciencia, el enemigo a la que execraban tanto Schopenhauer como el prusiano más eterno, avala estas tesis empíricamente.

Existen hechos objetivos que demuestran que la música induce excitación del sistema límbico, la gran fábrica de emociones que reside en el interior de nuestro cerebro. Gracias a ello, sentimos y vivimos al son del compás de la música, y está demostrado que gracias a estos procesos naturales (“voluntad pura”), podemos luchar contra las sensaciones desagradables.

Además, la antropología en alguna de sus teorías, otorga a este arte la responsabilidad de habernos hecho a aprender a vivir en colectividad, ya que la melodía despierta en cada uno de nosotros un comportamiento que se expande cuál pandemia individuo a individuo, y que sirve para unificarnos en torno a un mismo patrón de respuesta. Curiosa teoría esta; algo me recuerda a la concepción del mundo dionisíaco del padre de Zaratustra.

Sea como fuere, desde el empirismo o desde el conocimiento abstracto e inductivo, está claro que la música aúna criterios. Desde todos los puntos de vista, está claro que se le da una importancia superior a esta manifestación artística, por lo que algo diferente tiene. El mundo, sin música, sería un gran error.   



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