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Opinión-Editorial

Barrancos, el refugio histórico de los extremeños en Portugal

7 de Julio | 13:36
Barrancos, el refugio histórico de los extremeños en Portugal
La raya, la frontera con Portugal, ha sido para los extremeños a lo largo de la historia escenario de guerras, pero también de contrabandistas y, en no pocas ocasiones, una puerta hacia la supervivencia. Muchos, desde delincuentes comunes hasta perseguidos políticos, han encontrado refugio en el país vecino a lo largo de los siglos. El último gran episodio que ilustra hasta qué punto, más allá de las batallas libradas en nuestros territorios por culpa de intereses imperiales ajenos, extremeños y alentejanos se han tratado como hermanos, tuvo lugar hace justo 80 años.

Las tropas golpistas contra la República avanzaron durante los meses de verano desde Andalucía por todas las comarcas de Badajoz, desatando una represión atroz, hasta el extremo de que ésta fue, en proporción, la segunda provincia más castigada de toda España, después de la de Sevilla. Historiadores como Justo Vila no dudan en conectar la dureza de la violencia empleada contra los extremeños con las ocupaciones de tierras que habían llevado a cabo miles de familias el 25 de marzo de aquel año.  La historiadora montijana Candela Chaves, a quien entrevisté hace unos meses, asegura que el perfil del represaliado no fue sólo político, es decir, sino que la violencia “fue también social, porque era gente de una clase muy determinada, la mayoritaria aquí: campesinos, jornaleros, braceros y muchas profesiones artesanales, como zapateros, herreros o albañiles”. Extremeños humildes, es decir, de la mayoría.

Los derrotados lo tenían francamente difícil para ponerse a salvo: la provincia hermana, Cáceres, había sido controlada rápidamente por los militares golpistas, así que sólo quedaba Portugal. El problema era que el país vecino ya padecía su propia dictadura, que además apoyaba a los sublevados. Muchos de los huidos fueron devueltos a España por las fuerzas del orden de Salazar, entre ellos el alcalde de Badajoz, que hoy da nombre a una de sus más famosas avenidas. Sinforiano Madroñero fue entregado a la Falange, que lo fusiló sin juicio previo a los 34 años. Un nombre ilustre entre los miles ejecutados aquellos días.

Sin embargo, no todos corrieron la misma suerte. Muchos extremeños -en torno a 1.000- siguieron la corriente del Ardila, río de frontera, hasta llegar a Barrancos, un pequeño pueblo del Alentejo, que los acogió “como si fueran hermanos”, recuerdan testigos de los hechos. Se crearon dos campos de refugiados a los que los habitantes de la villa llevaban víveres y ropa. Otros acogían en sus casas a familias enteras. Fue la solidaridad de la gente la que permitió a los refugiados extremeños salvarse. Aunque también la dignidad y rebeldía de un oficial de la dictadura portuguesa, Augusto de Seixas, que se enfrentó a sus superiores y ocultó a gran parte de ellos para mantenerlos a salvo. Algunos barranqueños recuerdan aún hoy cómo el teniente, sobre su caballo negro, se encaraba duramente a militares españoles que atravesaban la frontera en busca de fugados.

Seixas es de esos militares que se sitúan en el polo opuesto a los que excusan sus crímenes diciendo que “cumplían órdenes”. De hecho, se la jugó. Logró habilitar primero un campo de refugiados con unos 600 huidos pero como, pese a que ya no cabían más, seguían llegando extremeños, el oficial decidió crear otro campo de acogida, esta vez clandestino, en el que llegaron a instalarse otros 400. Finalmente, el gobierno portugués llegó a un acuerdo con el gobierno republicano para llevar a los refugiados hasta Tarragona, y fue en ese momento cuando los otros 400 salieron a la luz. Seixas insistió para salvar al millar de extremeños, al completo. Lo logró, pero a cambio de sacrificar su carrera militar: fue encarcelado dos meses en Elvas y destinado a la reserva.

Barrancos es un pueblo portugueño. Hablan español con acento y expresiones extremeñas, e incluso cuando lo hacen en portugués, mezclan idiomas, en un dialecto propio. Se ven chozos en sus dehesas y siempre han acogido a los huidos de estas tierras. Allí llegaron también, por ejemplo, muchos de los que se ocultaban de la violencia del ejército francés, en el siglo XIX, o revolucionarios -y propietarios- durante las revueltas campesinas. Barrancos es nuestro refugio, hasta hace poco tierra de nadie, lleno de gentes históricamente acogedoras. Pese a que hace unos años se concedió a este pueblo alentejano la Medalla de Extremadura, no muchos conocen la historia de los extremeños que salvaron Seixas y los barranqueños, de la solidaridad y la rebeldía que lo hizo posible, en tiempos en que los refugiados eran tildados de subversivos y suponían un problema para el gobierno portugués. Frente a la geopolítica a menudo es la ternura de la gente normal la que marca la diferencia.



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