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Cultura, literatura, historia, música
(SEGUNDA PARTE)

La leyenda de las ánimas

14 de Junio | 12:47
La leyenda de las ánimas
Unas calabazas, de mirada hueca les contemplaban. Sus bocas vacías no tenían lengua, sin embargo, hablaban. Era, un susurro apenas audible, un coro de voces desesperadas, en un mismo lamento: decían así, − huir mientras podáis no hagáis caso −, se oían a veces, − liberarnos estamos aquí −, se escuchaba acompañado de llantos. Gimoteos espeluznantes, que parecían venir de mil épocas, para atraparte el alma. El negro, hizo nuevo acto de presencia. Sólo quedó el brillo de aquellas cavidades, que tenían por ojos. Los contemplaban en la oscuridad, para seguir rogándoles, en sus lamentos: veniiiddd a por nosotros… No os haremos dañooo. Sus voces, eran de fría ultratumba, haciendo que la habitación, de pronto, se volviera gélida.

En mitad de la oscuridad, una sensación helada les poseyó. Empezaron a tiritar ferozmente, los dientes les castañeaban, clac, clac. De repente, notaron que algo extraño, les abrigaba, cálido, como el amor de una madre y suave al tacto. Fundieron sus figuras, en aquel ardiente misterio, que les envolvía poco a poco lento muy lento. Suave al principio, cada vez más fuerte.

En medio de la poca luz, que provenía de las calabazas, comenzó a vislumbrarse, unos rostros grises, a los que les empezaba a faltar el aire. Unos glups glups, se oyeron como música de fondo, por toda la sala, decían lo siguiente: − ¡Socorro algo quiere ahogarnos! – gritaban algunos. − ¡Unas manos me arrastran con ellas! – se quejaban otros.

El terror, estaba empezando a adueñarse de ellos. Aullidos aterradores que decían esto: − por favor aire −, se escuchaba, −algo se nos lleva a las entrañas de la tierra −, se oía, − enciendan las luces por lo que más quieran −, lamentos por toda la sala. Y de nuevo como un fugaz relámpago, todo se volvió claro. Se miraron unos a otros, creció el pánico. Algo grisáceo les cubría todo el cuerpo. Lo que les había abrigado, para después, hacerles sentir el horror de la muerte, eran unas inocentes telarañas. Quisieron reír por ser ingenuos, pero no pudieron. Aún, les agarrotaba el miedo sin darles oportunidad de recuperar el aliento, volvió la negrura acompañada de la leve luz, de los vanos sin fondo de las calabazas. Con sus bocas sin lengua diciendo: − Venid a por nosotros… Estamos aquííí.

Pero ellos ya no les escuchaban. Estaban perdidos e intentando, asimilar lo vivido hasta el momento. Todos, los crédulos y los incrédulos.

CONTINUARÁ…



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