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Opinión-Editorial

IU: La primera víctima de Podemos

11 de Mayo | 10:52
IU: La primera víctima de Podemos
Ha tardado pero ya está hecho. El partido emergente, joven y tercera fuerza política en España, Podemos, concurrirá al alimón con la veterana, carca y arcaica quinta fuerza política de Izquierda Unida o de Unidad Popular o como quiera que se llame. Aunque se quiera ver como una novedad, se trata, a mi modo de ver, de una noticia esperada en la que ambos pretenden cubrir sus necesidades con la esperanza de que la matemática se instale en la política y que, tomando como referencia las elecciones del pasado diciembre, los resultados de ambas se sumen en junio.

El parasitismo es un proceso biológico en el que, el parásito se beneficia del hábitat y del medio ambiente de huésped para su desarrollo vital. Esta convivencia es absolutamente perjudicial y dañina para el huésped, pues su visitante, en un alarde de egoísmo, le puede ocasionar una lesión, una enfermedad o incluso la muerte.

Es un hecho que Podemos comenzó su andadura política, en la que necesitaba más pragmatismo que teoría, aprovechándose de los descontentos que provenían de una extrema izquierda a la deriva y sin liderazgo desde que Julio Anguita dejó el mando de Izquierda Unida a Gaspar Llamazares y el del Partido Comunista a Francisco Frutos. Ni siquiera logró reconducir su caída con Rosa Aguilar, convertida en flamante fichaje de los socialistas andaluces de José Antonio Griñán, frustrándose toda esperanza de salir de un hoyo ideológico caduco en toda Europa.

Izquierda Unida, al contar con estructura en todas las provincias de España, se convirtió en el primer objetivo de Podemos, pues se veían enormes posibilidades de crecimiento a través de las sedes territoriales ya existentes, facilitándose así una expansión rápida y eficaz de la nueva organización que le permitiera abordar los sucesivos procesos electorales. El parásito contactó con su huésped. Se aclimató a su medio y comenzó su desarrollo.

Pero Podemos no era Izquierda Unida. Decían ser una “nueva política”. Eran seres puros e impolutos que llegaban para la ruptura del sistema, para el cambio drástico y radical con la Transición. Para el joven urbano, incorformista, universitario y políticamente activo, pero ni de izquierdas ni derechas, era la alternativa para hacerlo y terminar tanto con las élites de los partidos de la “vieja política” como con los poderes fácticos del neoliberalismo.

El pacto alcanzado ayer, del que se desconoce su contenido incluso para los propios militantes y seguidores de ambas formaciones, que hoy lo votan a ciegas, supone un posicionamiento claro en el que los dos firmantes creen obtener beneficios.

Izquierda Unida obtiene un número de escaños más acorde con su realidad y que la Ley Electoral impedía. También, digámoslo, dinero en un momento en que su situación financiera es absoluta bancarrota. Aporta, eso sí, un votante fiel en el segmento de edad superior a los 60 años del que Podemos carece. Por el contrario pierde ya su identidad de izquierda tradicional y razonable. Y ahí lo dejo, porque es todo lo que puede perder.

¿Y qué gana Podemos? De momento su caída electoral y la fuga de votos que previsiblemente irían hacia Izquierda Unida. Gana también ilusionar a los votantes de la izquierda más dinámicos y solapar para otros las escandaleras de los intereses por los sillones y poltronas, los ingresos venezolanos a la fundación CEPS, el sospechoso crowdfunding del que se financia y el chavismo que inspiró su fundación. Toda una retahíla de tufos. ¿Y que pierde? Mucho: su camuflaje político. Ya no es la “nueva política”. Es la política de siempre y en su versión más rancia y caduca. Confirma su radicalismo de izquierda asumiendo postulados que no han funcionado en ningún país del mundo en los últimos cien años.

Pero hay más. Aquellos que están agarrados a la calculadora deben saber que la política no es aritmética. Que dos y dos no tienen por qué ser son cuatro. Que los pactos que a unos pueden gustar a otros pueden espantar. Es una falacia y un desprecio al votante creer que la unión de ambas formaciones políticas supondrá de forma directa y automática la suma de los votos de una y otra. Eso nunca ocurre.

Nos espera, todavía, mucho tiempo para ver con paciencia como se entretienen y juegan con nuestros destinos aquellos que el próximo 26 de junio nos pedirán el voto. Y la verdad que el aburrimiento, el desánimo y el desencanto de los últimos meses no auguran nada bueno. De momento, Podemos ya tiene su primer trofeo. Ahora va a por el siguiente.



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