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Opinión-Editorial

Participación ciudadana y calidad democrática

5 de Febrero | 11:19
Participación ciudadana y calidad democrática

El concepto de participación ciudadana se reivindica como una alternativa a los modelos de democracia por delegación cada cuatro años. Aunque no deja de haber oportunistas que lo utilizan para indicar que el estado dejará de prestar servicios y que serán los ciudadanos y las ciudadanas las que tengan que buscarse la vida por su cuenta para cuidar al hermano discapacitado o la madre con alzehimer. Algo así como el modelo de filantropía norteamericano, en el que se asume que el estado no cubre a la mayoría de la población y que la comunidad ha de implicarse en solucionar las necesidades sociales.


Si queremos, podemos ver una parte positiva en ese modelo: la generación de un sentimiento de pertenencia a tu comunidad y la implicación ciudadana, como parte de ella, en la búsqueda de soluciones; la otra parte es que ese modelo al final se ciñe a la participación social y no política (o como mucho la política se limita a lo puntual), con lo cual tampoco se cuestionan las causas subyacentes de los problemas, sino que se concibe la participación como elemento utilitarista y que aleja a la ciudadanía (en muchos casos) de la incidencia en las causas importantes.

El problema es que en un sitio hemos dejado que el Estado sea algo extraño y no controlado por la ciudadanía; y en otro han reducido el Estado a la mínima expresión y dejado que sea el apaño de cada cual, coordinado con los vecinos o no, el que vaya buscando soluciones. ¿Retomar el control en el primer modelo sin arriesgarme al segundo? ¿Rescatar cosas de los dos mundos ya que deberían ser complementarios y no excluyentes?

En los países con mayor participación ciudadana (voluntariado, política...) hay una mayor calidad de vida media, mayor equilibrio social y menor número de injusticias. Por contra en los países con menor participación ciudadana, una pequeñísima parte de la población se aprovecha del control político para hacer lo que quiere y saquear los recursos del país...Hay quien afirma que estas dos premisas se pueden discutir, pero estaremos de acuerdo en que nosotros vemos con envidia sociedades más dinámicas y activas en sus procesos de innovación y participación social.

Al respecto quiero traer a colación algunas conclusiones de Vargas Machuca, Pérez Yruela y algunos otros ya en el año 2010, cuando publicaron “Calidad de la democracia en España: una auditoría ciudadana”, con los resultados de un estudio del CIS realizado en 2007. Allí constatan que los españoles consideramos de manera mayoritaria que los que detentan el poder político y económico están por encima de la voluntad de la ciudadanía, de la soberanía popular y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que la sociedad civil española no llega a niveles de participación suficientes para ser un actor relevante en el proceso político. Todo lo que ha llovido desde entonces, todas las tormentas y soles que han caido sobre la sociedad española, todas las plazas, toda la nueva politica, todas las mareas y las nuevas voces, no parece que hayan hecho cambiar el diagnóstico: los problemas de nuestra democracia se localizan en un circulo vicioso alimentado por un débil funcionamiento de la sociedad civil y por la baja calidad de la representación política.

La cosa no ha resultado tan fácil como ha podido parecer en algunos momentos de los años recientes. Una sociedad civil desmotivada por la política en el mejor de los casos, cuando no en abierta confrontación, y un sistema de representación alejado de la ciudadanía, incluidas instituciones del estado y organizaciones políticas partidarias, son los dos ingredientes que determinan la calidad de nuestra democracia. Indudablemente no son mimbres para tejer una suficiente calidad democrática.

Quiero resaltar que la construcción de la ciudadanía compete a las instituciones gobernantes y organizaciones políticas a la hora de generar marcos de oportunidad para la generación de modos ciudadanos de comportamiento, pero no es posible sin la confluencia deliberada de la propia ciudadanía autoorganizada. Es decir, que necesitamos modos comunitarios de percibir la democracia como transformacional, no como transaccional: se trata de modificar democráticamente nuestra realidad social, no de firmar un “contrato” en virtud del cual yo te proveo de derechos, en forma servicios públicos, a cambio de tu voto.

La construcción políticosocial tiene tres patas (lo público, lo privado, lo civil). Creo que esto es importante. Antes la discusión se centraba en lo público y lo privado (lo cívico-social se desdibujaba en lo privado para los liberal-anglosajones o en lo público para los jacobinos), ahora ya no se discute el papel preponderante de la iniciativa privada mercantil en la construcción social, se da por hecho que el estado y la iniciativa pública ya no juegan y se han de traspasar sus funciones a la sociedad civil (menos la parte del león contante y sonante que se privatizará a mayor gloria del capital).

Algo derivado de esta situación habrá que aprender, pero sin perder el papel de las administraciones del estado, también y sobre todo las municipales, como redistribuidoras de riqueza, generadoras de igualdad, reguladoras de los procesos económicos, garantes de los derechos básicos de salud, educación y bienestar, responsables, dueñas y promotoras de la iniciativa económica en sectores estratégicos.

Reivindicando también el papel de la sociedad civil autoorganizada: entender la ciudadanía como virtud cívica y compromiso social, garantizar y facilitar el acceso a la interlocución social a poderes ciudadanos colectivamente organizados (en torno a las necesidades y reivindicaciones autodeterminadas) como mínimo en igualdad de condiciones con los poderes mercantiles.

Y para terminar por donde empazábamos, no dejarse engañar por los cantos de sirena sobre la big society y exigir a los partidos que estén a la altura de las circunstancias y se reinventen como partidos ciudadanos.

Ciudadano Javier Moreno Ibarra



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