Supongo que ya lo saben. El Parlamento ruso, a propuesta de dos parlamentarias del partido ultraconservador Rusia Justa, parece resuelto a despenalizar la violencia doméstica de “carácter leve” (la que no provoca más que arañazos y moratones) y no reincidente (no más de una denuncia al año), convirtiéndola en una simple falta administrativa. Dicho con más claridad, los padres de familia rusos podrán pegarle una paliza de tipo estándar (sin lesiones graves) al año a su mujer o a alguno de sus hijos, sin exponerse más que a una multa y unos días ayudando en misa. Digo lo de misa porque la iglesia ortodoxa, que afirma estar de acuerdo con la medida, siempre que la paliza sea “desde el amor” (sic), parece la más indicada para aprovechar los días de trabajo gratuito a la comunidad de sus feligreses más impulsivos (aunque siempre “justos”).
Hablo con ironía, pero esto no tiene maldita la gracia. En Rusia, y según datos (ya antiguos, porque se niegan a actualizarlos) del propio ministerio del interior, muere una mujer, por violencia doméstica, cada 40 minutos. Y unas 36.000 sufren cada día malos tratos de sus cónyuges y parientes. Una cifra muy a la baja, teniendo en cuenta quién la suministra, y que, según las mismas fuentes, se estima que solo se denuncian un 12% de los casos.
Hay que recordar, también, que en Rusia no hay ley específica de violencia de género. Y que, con la reforma legal que podría aprobar el Parlamento, la investigación de cada caso correría por cuenta del denunciante, que tendría que recopilar y presentar ante el juez las pruebas de las palizas, violaciones, acosos y amenazas que sufre de manos de sus parientes (que, supongo, acompañaran de buen grado a la denunciante al juzgado, o la esperarán con alborozo en casa). Si con la ley anterior el 90% de las denuncias (ya de por sí mínimas) no llegaban a juzgarse, con esta ley, que impide al Estado actuar de oficio, no llegará ninguna.
El argumento en el que coinciden las diputadas de Rusia Justa (partido que también ha promovido el control de la “propaganda gay” y la pornografía), la iglesia ortodoxa, el presidente Putin y, no hay que engañarse, una gran parte de la sociedad rusa, es que el Estado no debe inmiscuirse en la vida familiar, donde reina el pater familias, a no ser en caso de delito flagrante, entre los que no está, parece, pegarle una paliza con fines educativos (con amor, como reza el – nunca mejor dicho – patriarca del barrio) a tu mujer o a tus hijos.
Así son las cosas en Rusia. Más o menos parecidas a como eran aquí hace unos años y como aún no dejan de serlo del todo. Ni mucho menos. Sin llegar a las monstruosas cifras de Rusia, en España mueren entre 50 y 70 mujeres de promedio al año por violencia de género, y se denuncian cientos de miles de casos de maltrato a manos de parejas o ex-parejas. Y no parece que pase gran cosa. Ni se moviliza el país entero, como si lo hace contra otros más puntuales actos de terror. ¿Se imaginan que ETA o algún otro grupo terrorista matara 60 personas cada año? Se crearían gabinetes de crisis, habría manifestaciones multitudinarias cada semana, se derrumbaría el gobierno, hervirían las tertulias en los medios. Todo lo que no pasa en absoluto ahora.
Para qué hablar de medidas de presión internacionales contra países que, como ahora Rusia, alientan el sometimiento y asesinato de la mitad de sus ciudadanos por la otra mitad. Parece que sería de una ingenuidad vergonzante clamar, al menos, por alguna declaración oficial al respecto. Vergonzante y, para muchos, inútil. Definitivamente, y pese a todos los esfuerzos y la lucha de tantos, algo se habrá hecho mal para que la mayoría acepte seguir viviendo en un mundo sometido al poder testosterónico de siniestros tiranos que, tanto en las instituciones como desde el salón de su casa, aun se dan ese aire machote y justiciero, a lo James Bond, en defensa de la libertad, la propiedad y la familia (es decir: de la libertad de humillar, violar y asesinar a la familia que crees de tu propiedad). En este caso desde Rusia.Y sin pizca de amor.