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Opinión-Editorial

Españoles, Rita Barberá ha muerto

24 de Noviembre | 12:53
Españoles, Rita Barberá ha muerto
No sé cuantos de los lectores siguen recordando el NO-DO, la serie de noticieros propagandísticos que, durante el régimen de Franco, eran de obligada proyección en los cines. Si no lo recuerdan, no importa, basta con ver el telediario de casi cualquier canal público o privado. Durante veinte minutos nos azotaron ayer con la muerte de Rita Barberá. En el estilo del viejo NO-DO se glosó la figura política de la difunta, el traslado (con grandes medidas de seguridad) del cadáver, los ramos de flores y los tres días de luto en Valencia, la oferta del Ayuntamiento de instalar allí la capilla ardiente, los minutos de silencio en el Senado y el Congreso... 

A continuación fueron desfilando por la pantalla los muy sentidos pésames y condolencias de políticos y personalidades. ¡Qué buena persona y mejor política era la ex-alcaldesa valenciana! ¡Qué injustamente se la trato! ¡Cuanta inocencia dejó por demostrar...! La hipocresía habitual en la repentina consideración de cualquier difunto (que en cuanto muere pasa de ser todo lo sinverguenza e incompetente que fuera a casi rozar la santidad) alcanzó ayer ribetes de opereta tragicómica. De la forma más trapacera que quepa imaginar, el mismo Partido político que en los últimos días hacía repetir en ruedas de prensa que nada tenía ya que ver con la senadora del grupo mixto, se travistió ayer, de golpe, en la Santa Congregación de la Martir Barberá.

No sé si por el fervor típico del neoconverso, por afán de obtener réditos políticos, o por el alivio de ver como se cerraba la investigación sobre la ex-alcaldesa (uno de los mil tentáculos del proceso por financiación ilegal y lavado de dinero negro que – por sí solo – mantiene imputados a medio centenar de personas, incluido al PP como persona jurídica, y a la casi totalidad de los ex-concejales de Ayuntamiento de Valencia), los miembros de esta novísima Congregación de la Martir Barberá atacaban ayer a troche y moche a todos los infieles que no se sumaban a la causa.

Así, mientras el ministro y portavoz del gobierno Méndez de Vigo anunciaba el perdón (sic) de la santa a todos aquellos que le habían hecho algún mal, el tramo marujopopulista de la cofradía amenizaba el espectáculo con coloristas declaraciones. Celia Villalobos acusaba a la prensa del martirio y muerte de Barberá, y comparaba su sufrimiento con el suyo tras ser pillada jugando al Candy Crush mientras presidia el Congreso. El otro siniestro clown del partido, Rafael Hernando, se dolía de la crucifixión de su ex-compañera (¡Por apenas 1000 euros! – decía –), y rogaba, emocionado, respeto por los muertos. El que pide este respeto por los muertos es el mismo, por cierto, que hace meses se mofaba de las familias que todavía andan buscando a sus padres y abuelos por las cunetas de media España, tildándolas de oportunistas solicitantes de subvenciones.

Por supuesto, no hay Santa Congregación de nada sin un buen mal diablo que se precie. Tal como en el viejo NO-DO franquista aparecían los pérfidos enemigos de la patria (no hay patria o régimen que no se construya contra pérfidos enemigos), en forma de rojos y masones, en el telediario de ayer aparecía el malvado Pablo Iglesias negándose a guardar el dichoso minuto de silencio. Con buen criterio, a mi juicio. Que se tenga algún gesto simbólico de condolencia por alguien que muere (y en cuanto que muere) tiene sentido en su entorno familiar o laboral. Ritá Barberá era senadora, y es aceptable que en el Senado se le guarde un minuto de silencio (a esto no se ha negado Podemos, que ha participado de este gesto). O que se la recuerde en el Ayuntamiento del que fue durante tantos años alcaldesa con gran apoyo popular. Pero que esto mismo se repita en el Congreso de los Diputados es un asunto distinto. No siendo diputada, y no debiéndose, por tanto, el homenaje a motivos corporativos (un homenaje corporativo que, además, no es habitual), el minuto de silencio en el Congreso tenía un valor institucional muy claro: el laudatorio. Y esto es lo que, creo que con buenas razones, ha rechazado Podemos.

La más objetiva de esas razones es que a la difunta senadora Barberá, pese al blindaje judicial que le proporcionaba su cargo (al que ella misma se había negado a renunciar, pese a las órdenes de la cúpula de su ex – partido, y a tener que pasarse al grupo mixto), se le había abierto finalmente causa por parte del Tribunal Supremo. No por la “prensa asesina”, como afirma la inefable Villalobos, sino por decisión de la Guardia Civil, la Fiscalía Anticorrupción, el Juez que investiga el caso Taula (uno de los tropecientos del PP valenciano), y el propio fiscal del Supremo. La menos objetiva de las razones es que nadie puede creerse que Barberá, uno de los políticos con más peso y poder del PP valenciano, no estuviera al tanto del entramado de financiación ilegal que ha sostenido sus propias campañas políticas durante años, y por el que están imputados la práctica totalidad de sus colaboradores en el Ayuntamiento.

En cualquier caso, y más allá de todo esto, la mejor muestra de respeto que podemos hacer a una persona es ser honestos con ella y con su legado (que, como en casi cualquier ser humano, está lleno de luces y de sombras), y no instrumentalizar su muerte por mero oportunismo político. Un cierta discreción, dada la situación personal y procesal de la ex-alcaldesa, y una dosis mayor de  honestidad  – en lugar de un NO-DO propagandístico y una campaña de hipócrita beatificación y declaraciones partidistas –  hubiera sido el mejor minuto de silencio que podrían haber dedicado los miembros del PP a su ex-compañera.



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