Nosotros, sí, los extremeños, que tanto desconocemos nuestra región, tenemos en la estación otoñal la mejor oportunidad para (re)enamorarnos del territorio que nos rodea.
El otro día realicé una visita por el Valle del Ambroz con un grupo de personas de Talavera de la Reina. “Desconocemos lo más cercano” – me decía una mujer completamente enamorada de la visión que se le presentaba ante sus ojos desde lo alto del recinto de la iglesia de Santa María de Hervás -. Poco después, cuando paseábamos por la orilla del río Ambroz y después por las pintorescas calles de lo que llaman “el barrio judío”, un señor mayor exclamaba una y otra vez: ¡Pero qué auténtico es este pueblo! En efecto, el desconocimiento de nuestra tierra cercana y de la autenticidad que aún conservan muchos de nuestros pueblos son características de Extremadura, los extremeños y los vecinos que nos rodean.
Extremadura es la gran desconocida, dicen muchos. Es una pena, cierto, pero más gravosa es la cuestión si son los propios habitantes de la región los que ignoran en demasía el Patrimonio histórico-artístico y natural extremeño y, por ende, la propia historia de cada uno. Obviamente estoy generalizando, pero me temo que el porcentaje de extremeños que tiene un conocimiento más o menos amplio sobre Extremadura es muy bajo, sobre todo entre los jóvenes. Y no es precisamente por falta de oportunidades para viajar o inaccesibilidad a información cultural regional. Entonces, ¿por qué?
Son muchas las causas, y no es nuestro objetivo estudiarlas, pero entre ellas se encuentra el eterno complejo de inferioridad del extremeño, complejo a que nos tachen de paletos por hablar como hablaban nuestros abuelos, a que aceptemos sin más que por ahí fuera sigan pensando que Extremadura es un secarral y en donde solo hay campo y poca civilización. Y es que somos nosotros mismos los que no hacemos nada por cambiar aquellas ideas, al fin y al cabo, queda mucho mejor decir que te vas a pasar unos días a Andalucía o a Cataluña que a las Tierras de Alcántara a conocer la cultura megalítica o a la Siberia extremeña a disfrutar de horizontes infinitos y oler el ganado pastando. Incluso el propio día de Extremadura preferimos irnos a pasarlo en “Isla Mágica” o a comer a Portugal (que, por supuesto, también es recomendable hacerlo). Que esta circunstancia cambie, aunque sea por arte de magia, solo depende de los propios extremeños.
Y hablando de lo mágico, es el otoño el que sin duda se lleva la palma como estación para re-conectar con Extremadura. Lo saben muy bien en el Ambroz, pero también en el resto de comarcas del norte extremeño. Y la persona que todavía no se crea eso de que Extremadura es verde (al menos 8 meses al año, que no son pocos), que mire una imagen aérea del Satélite Meteosat de la península Ibérica y agudice la vista o, mejor aún, que se dé unos paseos por la dehesa y sierras extremeñas. No hay excusa, es más, se aproximan celebraciones para todos los gustos, desde la tradicional matanza extremeña, el “mercado medieval” de Cáceres, el “mercado imperial de Carlos V” en Tornavacas, la Encamisá de Torrejoncillo, Los Escobazos de Jarandilla de la Vera, o actividades culturales y deportivas en cualquier paraíso extremeño. Además, siempre se come bien, y sale barato.
El turismo en Extremadura debe empezar porque los propios extremeños re-conozcamos nuestra región, Patrimonio e Historia.
