En el año 1180, comenzaban en Japón las conocidas como “Guerras Gempei”, una sucesión de conflictos armados que enfrentaron durante cerca de cinco años a los clanes Taira y Minamoto.
Minamoto no Yorimasa, un veterano samurai de 74 años, fue el encargado de liderar las tropas del clan Mimamoto, clan que había sido expulsado por los Taira veinte años atrás.
El 26 de marzo de 1180, Yorimasa dirigió su pequeño ejército, compuesto por monjes guerreros del templo Mii-dera, hacia la ciudad de Kioto, con intención de enfrentarse a Taira no Tomomori.
Finalmente el encuentro tuvo lugar en la ciudad de Uji, a medio camino entre Kyoto y Nara. Las fuerzas de los Taira eran muy superiores a la de los Minamoto, por lo que tras un primer enfrentamiento los monjes guerreros capitaneados por Yorimasa idearon un plan.
Después de cruzar el rio Uji, desmontaron cerca de 60 pies de tablones del puente. Poco antes de la salida del sol, cabalgando entre la bruma, los Taira alcanzaron la orilla del río, lanzando su estruendoso grito de guerra, al cual respondieron los Minamoto. El plan funcionó a la perfección, y los jinetes del clan Taira desparecieron engullidos entre agua y niebla.
Sin embargo, y tras descargar una lluvia de flechas sobre los Minamoto, los Taira consiguieron vadear el río, con la consiguiente derrota de los monjes de Yorimasa.
De ninguna de las maneras podía Minamoto no Yorimasa soportar el deshonor de haber sido derrotado en batalla, por lo que decidió acabar con su vida.
Pero Yorimasa, además de ser un gran samurai, también fue un gran poeta. Así que antes de hundir el filo de su sable en su abdomen, recitó una pequeña poesía de despedida, poesía que escribió en el dorso de su abanico:
Mumoregui no Planta enterrada
Hana saku koto mo que jamás floreció.
Nakarishi ni Así de triste
Minonaru hate zo mi vida fue; y sin fruto
Kanashi Karikeru dar ahora termina.
El autor del Heike Monogatari, también conocido como Cantar de Heike, obra donde se recoge este sentido poema, no pudo evitar hacer un comentario:
“Tras estos versos, Yorimasa se clavó la punta de su espada en el vientre y echó el cuerpo hacia adelante para ser bien penetrado y exhalar así su último aliento. Ante un momento así, es muy dificil tener ánimo para componer y recitar un poema, pero este hombre, que tenía afición a la poesía desde su juventud, fue fiel a ella hasta en los instantes finales de su vida.”