Allí estábamos todos velando su horrendo cadáver.
Un grito desgarrador se oyó a los lejos: —levántese madre.
Supongo que fue un vago intento de resucitarla, pero ya era demasiado tarde.
Yo, por mi parte, me siento culpable, inútil y pequeño ante la magnitud de su yaciente cuerpo. Sus hermosos ojos estaban secos, las cicatrices marcaban su delicada figura, el fuego había arrasado todas sus facciones y lo peor era que, ya no quedaba ni rastro de la vida que tenía dentro.
Silencio, sólo se escuchaba el silencio de Gaia.
Se reveló y luchó contra nosotros con las armas de las que disponía, pero no pudo con nuestra codicia.
Allí estábamos, viendo lo que habíamos hecho.
Agotar sus ríos y mares, construir feas estructuras que marcaron su físico, incendiar su rostro hasta convertirlo en un páramo. Acallar el canto de cada uno de sus animales hasta extinguirlos.
Allí estábamos, llorando de forma hipócrita sabiendo que no podríamos traerla de vuelta con nuestro dinero.
Un grito desgarrador se oyó a los lejos: —levántese madre.
Supongo que fue un inútil intento de resucitarla, pero ya era demasiado tarde.
Permanezco mudo, silencio, sólo se oye el silencio de Gaia.
Falleció la naturaleza.
Fin.
Relato premiado en el Certamen Internacional del Tajo de microrrelatos. Espero que les guste.
