No descubro nada si digo que Joaquín Sabina es un gran poeta, profundamente lúcido e inteligente en sus percepciones. Como tantas veces en la vida, el personaje tiene profundidad y experiencia.
Sucede, a veces, que necesitamos el espejo para reconocernos. La imagen de lo que somos para darnos cuenta de algunas cuestiones que antes no hemos sabido entender. Cuando visité el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, entrando y saliendo de las salas que reconstruyen el antes y el después del Descubrimiento de América, observé detalles en los que no había profundizado antes. Fue la exposición la que me hizo reflexionar (desde fuera) sobre ciertas cuestiones transcendentales de nuestro modo de vivir.
Ya pasó la Navidad. Los instantes son frágiles y rápidos. Una tiene tentaciones de creer que puesto que lo deseamos, vendrá un tiempo mejor. Pero seguramente será falso en alguna medida, pues los buenos deseos, sin toma de decisiones al lado, no llegan a ningún sitio. Por eso, hoy, al escuchar las noticias en los programas de radio, oigo los mismos efectos, contados de idéntica manera. Todo igual, las fotos y el teatro. Sólo que con voz más melosa.
Cavilaba yo sobre estas figuras femeninas, puestas de actualidad por la prensa de modo tal que interesen a los lectores para así mantener la supervivencia del medio. En general son mujeres atractivas, elevadas a la fama por sus relaciones sentimentales con individuos famosos nacidos en lugares privilegiados o llegados allí por una fama exagerada. Las chicas son exhibidas sin compasión, en un incierto equilibrio entre lo menos y lo más de lo que se considera, por la opinión pública, idóneo. Si gastan mucho, critica; si gastan poco, porrazo y tente tieso por incorrectas o rácanas. Como en lo deportivo, no hay términos medios: o se es una figura o se es una birria manifiesta. Todo en aras de las ventas, de los presupuestos y de la rentabilidad. Y que siga la samba...
Algo parecido ocurre con las palabras institucionales: deben ser hermosas, aunque no sirvan de mucho al carecer de una verdadera determinación en los enfoques, tan políticamente correctos. Permanecerán en hemerotecas que nadie comprobará cuando informe de las mismas cuestiones, sirviendo (eso si) para investigación de historiadores convencidos de antemano. Hipocresía, diría yo, en estado puro...poca excelencia.
Pero ¿qué ocurre cuando, coherentes con una determinada idea, algunos trabajan por la igualdad de oportunidades entre meritorios y no, entre preparados y no tanto, entre torpes y listos, para acabar recibiendo el desprecio de aquellos más flojos en méritos o dotes morales para quienes se logró? ¿Deben seguir insistiendo o deben cambiar sus esfuerzos en la dirección contraria, porque sin duda, la igualdad de oportunidades implica desventajas para lo que ya tienen formación y méritos?. Ah, amigos, cuestión a estudiar en este nuevo año, ¿no les parece?
Carmen Heras
