La empatía es esa cualidad que nos permite ponernos en el lugar de los otros, calzar sus zapatos, caminar su camino (dicho todo en términos metafóricos).
Tal pareciera que nuestra sociedad la tiene, que somos seres empáticos con las preocupaciones y deseos de los demás. Lo digo porque aparentemente casi a diario abrazamos causas interesantes, dada la casuística específica que recogen, lo cual revelaría una sensibilidad especial: nos preocupan (por ejemplo) los intereses de la infancia, las mujeres muertas por violencia de género, los problemas del medio ambiente, etc.
Como ven son causas tremendas, realmente poderosas en su resolución, claves para el desarrollo de muchos derechos fundamentales. De eso no hay duda. Pero todas tienen en común la lejanía, la invisibilidad de los rostros, la no necesidad de demostración con seres humanos de carne y hueso, que huelen y exhalan lágrimas y lamentos. Y ante los que a veces no sabríamos qué decir.
Atender a los más cercanos carecería, sin duda, del glamour suficiente para hacer alegatos al respecto, y si lo hiciéramos siempre estaría englobado en sentimientos generales de asociación o colectivo para darle dimensiones adecuadas que permitieran un cierto prestigio social. De hijo adoptivo, por ejemplo.
Nuestra sociedad no es una sociedad con empatía, más bien al contrario somos una sociedad llena de frialdad y despreocupación de los unos para los otros. Bajo el aspecto del llamado respeto a la vida ajena, funciona un alejamiento emocional profundo, de no implicación.
Ahora que están muy de moda las auto instrucciones, viene a mi memoria la que dice (más o menos) que hagamos lo qué pensemos qué debemos hacer en nuestras vidas y que si ello no es entendido por los demás, allá los demás, pues será su problema.
A mí la frase me dejó perpleja cuando la escuché por primera vez, la encuentro llena de egoísmo e indiferencia. Nada qué ver con los aspectos solidarios de las relaciones entre iguales.
Sólo desde esta perspectiva pueden entenderse algunos de los defectos de nuestro mundo. Hay un desdoblamiento de la conciencia que le permite a ésta funcionar en dos planos diferentes al mismo tiempo: mientras entendemos dónde está el problema que le sucede a alguien, nuestro propio hacer destroza los puentes por donde hubiésemos podido transitar todos para salvarlo y salvarnos en comunidad.
¡"Qué buen chico es Fulano -decimos, por ejemplo- pero que mala suerte tiene". Y no nos apercibimos (o sí) de que hemos colaborado a ello con nuestro proceder, al difundir (¡tan profesionales!) los aspectos de aquella, en ese mal fario que parece rodearle.
Porque además la frialdad es contagiosa. Y se alimenta de otras frialdades.
Y esto es lo qué hay, señores.
Carmen Heras