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Opinión-Editorial
SIN PROPÓSITO DE ENMIENDA

Muere y sufre

22 de Marzo | 13:26
Muere y sufre
El suicidio es una práctica aceptada y respetada en muchas culturas. En Roma o en Grecia no era infrecuente que, ante las adversidades o enfermedades insuperables, tras una derrota militar de envergadura o por lo insoportable de la existencia, filósofos, generales o simples ciudadanos optaran por dejarse morir, algunos por hambre, otros por venenos y los más con el corte de las venas mientras reposaban en un baño de agua caliente. Pese a algunas imágenes que nos ha proyectado el cine, como el suicidio de Cayo Petronio en “Quo Vadis”, en este irse del mundo no había asistencia de público: el suicida reclamaba privacidad para su último trance. Solo el general derrotado que se arrojaba sobre su espada en el campo de batalla contaba con el auxilio de sus camaradas. 

También en las culturas chinas y japonesas el suicidio es una opción personal que nadie cuestiona. 

¿Por qué en nuestros países existe tanta reticencia entre nuestros gobernantes y en algunos sectores, especialmente conservadores ante la idea de quitarse la vida? Porque todavía no hemos logrado sacudirnos el lastre de ciertas supersticiones y dogmas judeocristianos. Es la Iglesia o la Sinagoga la que ha interpuesto un interdicto sobre el acto del suicidio. En su concepción, nuestro cuerpo no nos pertenece, es de Dios, de “su” dios, y sólo él puede decidir cuando abandonamos este mundo de dolores. Más aún, lo gozoso, lo edificante, es sufrir. Morir sufriendo. Como Cristo sufrió en la Cruz. El suicida, para quienes así conciben la existencia, tan terrible, tan opresiva, es un rebelde que niega al dios cristiano la propiedad del cuerpo humano. 

El problema no reside en que los cristianos quieran morir entre dolores, un derecho que debe respetarse. Pero ¿por qué los demás tenemos que comulgar con sus ruedas de molino? A mí, que me siento y me sé dueño único de mi cuerpo y mi conciencia ¿por qué me niegan el derecho a dimitir de esta vida? 

Decía Ramón Sampedro que la vida es un derecho, pero no es una obligación. Le impidieron desistir de una existencia que se le hacía insoportable, de abandonar la prisión y tortura permanente de su cuerpo, de dejar atrás por fin una enfermedad terrible y de la que no había – ni hay todavía – cura posible. Fue uno de los mayores defensores del derecho a la eutanasia y finalmente logró su objetivo por la vía criminal. Es decir, se mató incumpliendo la ley. 

La eutanasia no es exactamente el derecho al suicido (que no obstante yo defiendo) sino el derecho a morir dignamente, con rapidez  y sin dolor, una vez que estás desahuciado por la ciencia médica. 

Y una Ley en favor de la eutanasia es lo que este pasado martes se votaba en el Congreso de los Diputados a propuesta de IU-Podemos. Lamentablemente, las dos derechas católicas del país, el PP y la ex CiU, con la abstención de Ciudadanos y la más sorprendente del Partido Socialista, impidieron que culminara en puerto tan necesaria y tan razonable norma: que nadie, por sus prejuicios religiosos, puede obligarnos a morir entre dolores. 

La postura del Partido Socialista me ha resultado particularmente incomprensible. No han aportado ninguna justificación razonable a ese rechazo, a esa abstención vergonzante. Han insinuado que la sociedad “todavía no está preparada”, pese a que todas las encuestas dejan claro que la inmensa mayoría de los españoles, incluyendo a votantes del PP y de Ciudadanos, no digamos ya del PSOE, apoyan la eutanasia. Más bien pareciera que por mero cálculo electoral, los diputados socialistas no quieren que el grupo de En Común-Podemos se pueda apuntar una victoria con la aprobación de la Ley. 

Y así nos condenan; una vez más, por infantilismo, por ataque de celos. 

Pero al igual que sucediera con el divorcio, con las familias homoparentales o con el matrimonio igualitario, rechazado por los sectores conservadores con ahínco y encono, el derecho a la eutanasia terminará por ser una ley y dentro de unos años nos preguntaremos cómo fue posible que en el pasado se negase.



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