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Opinión-Editorial

Mire usted, señora

17 de Marzo | 10:45
Mire usted, señora
Mire usted señora, no sé si se habrá dado cuenta de que las luces están disminuyendo su intensidad, de que los acomodadores están soltando gotas de saliva mientras mandan silencio, de que las madres acomodan a los niños en sus butacas, de que los actores secan las incipientes hileras de sudor a causa de los nervios, de que las puertas laterales emiten chirridos al cerrarse, y de que mi cara de paciencia es signo de la molestia que me está causando y de la falta de educación no acorde con la edad que ostenta, evidenciada por las arrugas de su faz lánguida y de las patas de gallo que más parecen jamones de pata negra. 

Mire usted señora, pero no sé si se habrá percatado de que las luces de la sala se han apagado, y un hilillo de música se escapa de los altavoces, ensordece a los espectadores de la primera fila y sumerge al aforo en un silencio necesario, y de que esas notas musicales tienen ahora mismo un conflicto al toparse con la barrera de su audífono apagado.

Perdone, señora, ¿le importaría callarse? Estará sorda, pero ciega lo dudo, así que eche un vistazo a su alrededor, y no podrá ver a nadie. Entiéndame, no quiere decir que no haya nadie, es que ha comenzado la función y nos vemos sumidos en la penumbra. ¿Sabe qué quiere decir esto?

Le pongo un ejemplo muy claro que a lo mejor le viene formidablemente: dado su aspecto de villana (no le estoy llamando malvada ni ruin, sino habitante de una villa), recordará en sus tiempos mozos, si es que la memoria se lo permite, las reuniones de los vecinos en la plaza popular, sentados en sillas dispuestas en filas paralelas, y contemplando en una sábana blanca una película proyectada…

No doy crédito. Tiene usted el valor y la osadía de responderme que aquellas películas proyectadas eran de cine mudo, y que hablabais, comíais, y gritabais mientras las veíais. Pues lamento la comparación empleada, no es de utilidad. 

Señora. No sé si por el rabillo del ojo intuye mi incomodidad ante su tos perenne y carrasposa. Si se fija en el suelo, verá unas bombillitas encendidas que la podrán conducir hasta las puertas laterales, y las correspondientes señales la guiarán al cuarto de baño. El de señoras, por supuesto. Allí tiene un grifo y podrá beber, hacer gárgaras y todo lo que se le antoje.

Disculpe de nuevo. ¿Pero no ve que el de la fila de delante mira continuamente hacia atrás, chasqueando la lengua? Que no lo hace por seguir el ritmo musical de la función de la que no me estoy enterando de nada, en la que he invertido un dinero en balde, sino por decirle de alguna manera ¡¡que se esté quieta de una puñetera vez!! 

No. No. Me niego rotundamente. No se lo consiento. Le he indicado dónde puede ir a calmar el moquillo de su garganta que intenta expulsar… No me sea usted cochina, que no estamos en la plaza de su villa donde escupía sin problema, y los machitos, con los petos del campo ensuciados de yerba y abono, expelían y hasta arrojaban en bolas de miasma los palillos de madera que dejaban posados en el labio inferior a falta de pitillo. ¿Cómo se atreve? Acaba de rozar su gargajo la suela de mi zapato embetunado. ¿Se encuentra mal? ¿Le duele la garganta?

¡Imposible! Esto es ya insostenible. ¿No podría abrir ese maldito caramelo afuera, o tragárselo con el papel? Se está acercando la acomodadora con la linternita y usted no se entera. ¿¡Quiere dejar de chupar con esa lengua seca el envoltorio!?

Bien. Parece que se le ha calmado un poco la tos gracias a ese caramelito de miel. 

De verdad… ¿Qué pinta ahí ese personaje acechando a su madre, mientras el hermano come a dos carrillos un plato de cocido? ¿De qué va esta historia por la que he pagado doce euros? ¿Y qué suena ahora?

Perdone, señora. ¿Podría sonarse los mocos fuera, y no formar este escándalo, que ni la Orquesta de Extremadura? ¿No es capaz de abrir el paquete de pañuelos? ¿Se le ha pegado el adhesivo en la yema del dedo índice? ¿Por eso se ha levantado, dificultando la visibilidad del espectador situado justo detrás de usted, que ahora mismo solo contempla un eclipse en el foco del escenario, que no es más que su trasero tamaño ensaimada de “La Cubana” con pantalón de fieltro? ¿Por qué le ha cogido de los tres pelillos de la calva al individuo que le chasqueaba la lengua para pedirle un pañuelo? Estará usted contenta. Le ha prestado un pañuelo de tela con iniciales bordadas. Ya puede sonarse los mocos a gusto… ¡Pero no, señora, no! ¡Así no! ¿Acaso antaño tocó usted el trombón en las procesiones del Corpus Christi? ¿Quiere enterarse de que han elevado el volumen de los micrófonos de los actores? ¿Pero qué hace? ¡No le devuelva el pañuelo al hombre! Kyrie, kyrie, Eleisón… 

Parece que se ha calmado la mujer… ¿Y ahora por qué están hablando el padre y la madre del chico enamorado, y por qué le están llamado por teléfono al progenitor? ¿Y cuál es el motivo por el cual no lo coge? ¿Perdón? ¿Es su teléfono, señora? ¿De verdad que el “Que viva España” que estoy oyendo ahora mismo es su tono de llamada? ¿Quiere poner en silencio el dichoso aparato? ¿Qué parte de “Apaguen los teléfonos móviles” proclamado antes de alzar el telón no ha entendido? ¿Tan difícil es poner en silencio el telefonito? 

¿Y ahora por qué aplaude la gente? ¿Ha acabado ya esto? Bueno, pues me levantaré y aplaudiré como loco. ¿Qué me está intentando decir, señora? Ah… que no le ha gustado la obra… 

No ha estado mal, señora. No ha estado mal…



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