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Opinión-Editorial
SIN PROPÓSITO DE ENMIENDA

La inquisición gay

15 de Marzo | 12:38
La inquisición gay
A juzgar por las expresiones y lamentaciones de ciertos talibanes ultracatólicos, pareciera que las personas heterosexuales están siendo perseguidas en este país por mostrar sus afectos, que se agreden en las puertas de las discotecas a aquellos hombres que están besándose con alguna mujer y viceversa o se dan palizas a quienes, paseando por la calle, muestran en sus andares, gestos y posturas inequívocos trazos de formar parte de la mayoría heterosexual. Pareciera. 

Y sin embargo, no existe ninguna cultura, ningún periódico histórico, ningún país ni geografía alguna donde se haya perseguido el amor heterosexual. No cabe decir lo mismo de las relaciones lésbicas y homosexuales, de las personas trans y bisexuales, de la intersexualidad. Mientras escribo estas líneas, todavía se recuperan en sendos hospitales cuatro chicos brutalmente agredidos al grito de “maricones”, dos en Cataluña y los otros dos en Madrid

Estos talibanes ultracatólicos no quieren proteger su derecho a vivir la heterosexualidad, que nadie, ninguna ley, ninguna norma, ninguna costumbre social, condena. Lo que quieren preservar es su “derecho” a vejar, insultar, maltratar y humillar a todos aquellos que no somos heterosexuales. Quieren impedir que podamos besarnos en público, que se puedan hablar de nuestra existencia en las escuelas, que podamos reclamar que se persiga penalmente a quienes nos dan palizas por el hecho de manifestar nuestra identidad, género y condición. Quieren, ya que no pueden volver a quemarnos en las plazas públicas, invisibilizarnos y legitimar que se nos acose. 

El gay, la lesbiana, los y las trans y bisexuales aprendemos nuestra “diferencia” merced al choque de la injuria. En el principio, está el insulto. Degenerado, enfermo, maricón, bujarra, camionera, bollera… En el crecer durante nuestra adolescencia hace acto de presencia el calificativo que constata que nosotros somos “el otro”. Como explica Didier Eribon en “La cuestión gay”, el lenguaje de la injuria crea una asimetría entre los “normales” y nosotros. Es, el insulto, un acto de desposesión, porque son los demás quienes me definen; y es un acto de poder, porque los demás van a gozar de la capacidad de herirme y humillarme. 

Cuando desde la inquisición gay – o el imperio gay al decir de un prelado valenciano – promovemos leyes contra la LGBTifobia, pretendemos que el Estado garantice un derecho recogido en la Declaración Universal de DDHH:  el de no ser discriminado ni por el género, la etnia, las creencias e ideas o la orientación sexual. Simple ¿verdad? Justo ¿No es cierto? 

España es un país tolerante y abierto y ya no tenemos que refugiarnos en el armario. También, nuestra mayor visibilidad nos expone a algunas minorías homófobas, pero como explica Hannah Arendt, el dominio por la pura violencia entra en juego allí donde está perdiendo el poder.

Por eso la rabia de estos grupúsculos, que ven como la homofobia ya no es ejercida desde las instituciones y el aparato del estado y desaparece como patrón constante de la cultura; ante ese panorama algunos optan por ejercerla por su propia mano. 

No nos engañemos. Hazte Oír no protege su derecho a la heterosexualidad, lo que quiere promover es una sociedad que vuelva a perseguir a los gais, lesbianas, trans, bisexuales e intersexuales.


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