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Opinión-Editorial
SIN PROPÓSITO DE ENMIENDA

El autobús del odio

2 de Marzo | 16:44
El autobús del odio
Todo empezó con un folleto que la asociación de talibanes católicos Hazte Oír quiso repartir en las escuelas para prevenir a los niños de la influencia de lo que ellos llaman “dictadura gay”. Caminamos así por el mundo de la distopia de Georges Orwell: el ministerio de la guerra se llamaba “de la paz” y el de la manipulación ideológica “Ministerio de la Verdad”. Hazte Oír prefiera llamar dictadura a todos aquellos que promueven. una sociedad tolerante, plural, abierta, democrática e inclusiva, los colectivos de activistas LGBTI.  

Miles de hombres y mujeres gay, lesbianas, transexuales y bisexuales sufrieron torturas y cárcel precisamente durante la dictadura de Francisco Franco; los nazis nos ponían un triángulo rosa en la solapa a los sodomitas y en aquella Alemania que había visto nacer los primeros movimientos en defensa de los derechos uranistas (como querían denominarse entonces los gais, recurriendo a un pasaje de El banquete de Platón) los campos de concentración y la cámara de gas fueron el destino seguro para quienes amaban de otra forma y en la Italia fascista se decretaba cárcel, palizas y muerte. Las democracias tampoco mostraron mayor tolerancia durante años: la homosexualidad ha estado prohibida hasta bien entrado los años 70. Sí, siempre quedaba París, pero incluso en el país laico por excelencia, la homofobia estaba instalada en la sociedad y los maricas y bolleras tenían que buscar el refugio del gueto o vivir en la invisibilidad. 

Hazte Oír pues. Son gentes que odian. Sus miedos, sus fobias, su desesperación, es la propia de aquellos que viven en el odio. Le tienen pánico al otro, al distinto, al que no encaja en su mundo estrecho de miras y de experiencias. Carecen de la capacidad de ponerse en la piel de otro ser humano, es decir, son incapaces de practicar la empatía. 

He tenido la oportunidad de poder leer sus reflexiones en las redes para vislumbrar ese pozo oscuro. Almas torturadas que quisieran vivir en un país sin más diversidad que la de elegir el horario de misa: de 10 o de 12. Algunos, incluso en un acto de arriesgada flexibilidad, hasta podrían permitirte ir solo a la misa de tarde. 

Es la España del nacional-catolicismo, de cerrado y sacristía, esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, esa España que ora y embiste cuando se digna usar su cabeza, esa España que denunciara Antonio Machado en su poesía. Por el momento no pueden arrojarnos por las azoteas de los pisos como hace el DAESH o encerrarnos en los penales y psiquiátricos para someternos a descargas eléctricas, como sucedía en tiempos de Franco, pero si pasear su autobús del odio. 

Pretendían señalar a todos los niños trans, a quienes se sienten en un cuerpo extraño, que saben, que sienten, que no es el suyo. Hombres atrapados en el cuerpo de una mujer, mujeres desgarradas bajo las formas físicas de un hombre. La orientación sexual es aquello que sentimos, aunque estos odiadores del cilicio sean incapaces de vislumbrar siquiera esa posibilidad. Basta con hablar con un padre o una madre de un hijo trans para comprobarlo. O escuchar al propio muchacho. Por eso, sí: existen niños con vulva y niñas con pene. 

Las leyes a favor de la igualdad que hemos ido impulsando en estos años han logrado no solo protegernos de los homófobos, sino, especialmente, desterrar el suicidio, la marginación o el armario (donde esconderse) como horizonte de vida para quienes amamos de otra forma y nos sabemos disidentes en nuestros afectos. El nuestro fue un sentir disidente durante siglos, condenado como pecado o como delito; hoy, afortunadamente, un sentir aceptado y respetado. Al menos para la mayoría de los españoles. 

Hay que ser un joven gay, lesbiana, bi o transexual para comprender cómo puede afectarte en tu vida un ambiente de opresión, rechazo e insulto. Siempre buscamos una válvula de escape, un asidero para no despeñarte: en la mayoría de los casos se optaba por el silencio, por vivir una vida fingida. Quienes no podían, optaban por huir, a veces, demasiadas veces, por huir de la existencia. ¿Son conscientes estos talibanes del daño que pueden llegar a provocar? Odio e ignorancia. Cuando se juntan esos dos ingredientes, el resultado es el autobús del odio. 

Enhorabuena al activismo que lo ha frenado, a los partidos que han sabido responder y a la sociedad que ha tendido su mano a la tolerancia y el respeto.



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