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Opinión-Editorial

¡Oh, blanca Navidad!

19 de Diciembre | 12:17
¡Oh, blanca Navidad!
"Estáte ahí, acuchadica " -decía mi madre- (de acuchar: abrigar o proteger), refiriéndose a que no tuviera prisa por levantarme, la primera mañana de vacaciones de Navidad, en el tiempo frío del diciembre castellano.  Yo la oía trajinar por la casa, haciendo las tareas, mientras sonaba en la radio el canturreo de los niños de San Ildefonso con los números de la lotería, y ese es mi primer y vivo recuerdo de la felicidad navideña: el calor de las sabanas unido al calor de las voces infantiles.

Por la tarde salíamos un rato, tapados hasta las orejas ("si no tienen fiebre, sáquelos abrigados a la calle, aunque tengan catarro" -decía el médico de casa). Nos compraban la pandereta que luego habríamos de tocar virtuosamente (jajaja) y algún libro de la colección Historias, donde el comic incluído entre las páginas aligeraba el texto más amplio de las mismas.

En la cena principal, de primer plato, lombarda. Eso estaba claro, morada y ligera para dejar paso al cordero y al pescado. Y al final un poquito de sidra para los niños. Y alegría. Y villancicos. Y amor. Y campanadas, cuando tocaba, al toque de la cucharilla sobre la bandeja. Y...amor.

Épocas bellas que además enaltecemos en el recuerdo porque nos da la gana. Años en los que, curiosamente, las niñas felices del colegio visitábamos las casas de personas desfavorecidas, para llevarles alimentos que no podían comprar. Quien me había de decir a mi, que tantos años después, todo iba a volver a repetirse, con los mendigos a las puertas de los establecimientos y las peticiones básicas en cualquier lugar de beneficencia...

La segunda etapa maravillosa en Navidad para mí fue durante la crianza de mi hijo, porque la ilusión de los niños contagia a los padres y abuelos y te hace revivir tus propios recuerdos, acrecentándolos.

Como aquel año en el que le contamos al peque que los papás eran los encargados por los Reyes de traerles los regalos a los niños, y que si quería podía tenerlos a partir de Nochebuena y disfrutarlos más tiempo, antes de volver al colegio. Aceptó, pero la víspera del día seis de enero, cuando lo estaba arropando, al acostarlo, me dijo con una carita encantadora: "Mami, ¿entonces esta noche los Reyes no me van a dejar nada?". Y tuvo que salir el padre, a las tantas, en busca de algún bazar que aún estuviera abierto para conseguir unos regalillos que hallase por la mañana cuando despertara...Ya era listo entonces, el mocoso.

En el fondo se trata siempre de lo mismo, de que todos queremos que nos quieran. Ahí está el quid de la cuestión. Incluso en este mundo tan fiero y salvaje donde el consumismo ordena y manda, porque nadie es si no aparenta, la mayoría de las acciones se realizan para ser queridos o para paliar una ausencia de cariño. Las personas, estoy segura, no quieren ser (solo) felices, lo que quieren es ser queridas. Aunque, claro, una cosa y la otra se interrelacionan .

Por eso amigos, os lo deseo de corazón: ¡felices días! ¡Y con muchísimo cariño!


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