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Opinión-Editorial

Vendas virtuales

14 de Diciembre | 12:53
Vendas virtuales
Como ya una parduzca cortina me tapaba los ojos, e hileras velludas procedentes de la nuca comenzaban a susurrarme espasmódicas cosas en la rabadilla, y mi cuerpo se retorcía en escalofríos, decidí visitar al peluquero. Un probo hombre que trata de manera admirable a sus clientes. Atendía a uno cuando aparecí por la puerta, por lo que me senté en el sofá a pasar el rato. Me fijé en la mesa baja colocada ante mí, de cuya existencia no me había percatado ya que miraba continuamente al techo. Un abanico de revistas distribuidas anárquicamente sobre ella, debido a que clientes anteriores ya las habían manipulado, despertó mi atención. Cogí una al azar… En su portada, una rubia de aspecto considerable, semidesnuda, con una seda que cubría su parte delantera, a mala leche para los ojos más lascivos de señores ya entrados en años…

Intrigado por el contenido textual, que no fotográfico (no me vayan a tomar por un chico perturbado), pasé páginas de otras tantas dignas de admiración, de esas que en tu memoria quedan de por vida, y que en reminiscencias longevas te asaltan como fantasmas de la noche. Morenas con corsés de perlas, picardías por doquier y sandeces en un santiamén, porque las parrafadas que se encuentra uno… establecen el contraste con las ilustraciones. Bueno, hasta aquí mi apreciación artística: que conste que yo las miro para evaluar el contenido y la calidad léxica, no por otros asuntos… Como todo el mundo.

Casi al finalizar la revista, entró un joven, menor que yo, estudiaba aún Secundaria, y se sentó a mi lado. Como acompañante de sus pulgares y de sus ojos enrojecidos, un móvil en posición horizontal al que miraba como yo a la rubia de la portada. Me fijé en él, y no pude comprender cómo no atisbó la mesa tentadora. ¿No se habría dado cuenta? Por educación y deber ciudadano, le acerqué la que había leído, mas no prestó atención. Carraspeé no sé cuántas veces, pero él, con el rabillo del ojo, me miraba, y seguía a lo suyo. ¿Tanto daño puede hacer un móvil, que ni se pueden contemplar la belleza de los parques ni la belleza de las portadas…? Y me asaltó una posible respuesta: ¿Y si no le gustaban las mujeres? Podría ser perfectamente. Con mi mejor intención, rebusqué entre el galimatías de cuerpos, cotilleos, tebeos de “Mortadelo y Filemón”, y di con una en cuya portada estaba Maxi Iglesias sobre el capó de un coche. Se la aproximé y lo mismo que con la anterior: hizo caso omiso.

Llegó mi turno. El artista del cabello me peló, y mientras lo hacía, yo miraba a través de un espejo al chaval, que con la cabeza inclinada, continuaba moviendo los dedos y con un cuello a medio metro de distancia de la clavícula. Como sigamos así, el ser humano desarrollará un cuello como el de la jirafa y tendremos que darle la razón al censurado Lamarck.

Él, el viciado, era el siguiente, y en lugar de marcharme, me senté. Ni tan siguiera para pelarse retiró el aparato: un montón de pelos de toda clase y condición cayeron sobre la pantalla como hojas en el suelo durante el otoño. Salvo una diferencia: las hojas parece que no las retiran hasta que alguien se pega un castañazo con un resbalón apoteósico, mientras él, en cuanto ningún rincón de la pantalla veía, pasaba la mano y soplaba angustiado. ¿Qué estaría viendo? Entonces, otra vez la bombillita en mi seso: ¿Una revista de peluquería digital? Me alivié un tanto. Sin embargo, el mozalbete gritó: “¡Mil puntos!”. Resignado, me fui a casa meditabundo.

Uno ve tantas cosas extrañas… uno se pela, cree estar más guapo (aunque los milagros no existan), y soltero y empedernido, busca un motivo por el que ruar por las callejuelas, por flirtear e irte a casa con una sonrisita. Ya no se puede ligar. Te topas con una jovencita que merece los mejores versos sesudos, loores gongorinos y reverencias de locura, pero no merece la pena, porque ni ellas te ven ni escuchan: otras que van con los móviles del báratro paseando como a unas mascotas, solo les faltan las correas. Ellas verán… “Las flores a las personas ciertos ejemplos les den; que puede ser yermo hoy el que jardín fue ayer”. Ya lo dijo Góngora. Se animalizan los móviles, o se humanizan, mejor dicho, porque hoy día se humanizan hasta los animales, y se animalizan los humanos. ¿Qué se puede esperar? ¿Lides entre varones por una joven, como toda la vida se ha hecho, algunos más y otros menos, a través de las redes? Y cuando haya que soltar un mamporro, ¿a dónde, al móvil? Y qué decir de los besos, ¿hay que besar a los móviles? Ya he visto un método en “Big Bang Theory” sobre esto, espero que no se lleve a la realidad. ¿Qué me dicen de estos aparatos con luces, brillos, internet, que se han posicionado en la estofa social? ¿No huelen el peligro ahora que ya no se dice “voy a cargar el móvil”, sino “voy a alimentar el móvil”? ¿No se percatan de la gravedad de esa sustitución de la palabra? ¿Desde cuándo se alimenta a un cacharro?

El materialismo es, y no tan concretamente el móvil, el que está cobrando vida, es como ese muñeco de madera que por un hechizo se hace niño de verdad, como el cuento infantil. Por eso, para vendernos la Navidad, nos ponen anualmente un anuncio moñas, absurdo, insultante, sermoneando valores navideños de la familia, la unidad, la comuna, a través de la compra de un boleto… Para mí, que están cayendo en picado, cuando el mejor, por antonomasia, el del grupito de cantantes, el famoso “Aquí está la Navidad…”, con la cara de hambre de Montserrat Caballé y la repelencia en las falanges de un Rafael con su “Na, na, na, na, na, naaaa”, ¿eso qué significa? Torpes de nosotros. No nos damos cuenta de que la mejor venta de la Navidad, con la que nos sentimos representados, por su valor blanquecino de pureza, por la elegancia en la figura (porque la Navidad no engorda, lo hace quien quiere y come), la sonrisa por la ilusión, que recopila en una sola persona estas cualidades… es el anuncio de “Intimissimi” que protagoniza Irina Shayk… ¡Ciegos!


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