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Opinión-Editorial

Microeconomía

12 de Diciembre | 12:06
Microeconomía
En la calle San Pedro me encuentro con un amigo de mi hijo. Charlamos. "Vivimos en una pobreza controlada" -me dice- refiriéndose a la situación económica española en general, y la frase me deja anonadada. Por lo cierta. Lleva mucha razón.

Un poco después (señores, esto es Caceres) me paro con otro conocido, y con otro, y con otro...(el día se compuso de paradas).Todos cuentan experiencias similares. Para unos, el problema es personal, tienen familia a su cargo y aún están en buena forma para un trabajo que no llega...Para otros, el problema afecta a sus hijos, que dan tumbos de aquí para allá, sin nada fijo, con salarios bajos que rodean la incertidumbre...

Pobreza controlada...Y asumida. Eso es, o debe ser. Llegas a un bar cualquiera de una ruta tomada al azar y lo encuentras rebosante de personas que charlan y ríen, con apariencia despreocupada y hasta te parece mentira lo anterior. Paseas por las calles o entras en los comercios y todo parece bullir, aunque no haya compras espectaculares por doquier. Pero cuando rascas un poco...

Pobreza controlada. De tanto en tanto lo anuncian subliminalmente esos eventos solidarios, esas carreras de runnings por las calles centrales o de barrio...y esas cenas extraordinarias, a tanto el cubierto, para una buena causa...

¿Saben? Hasta en eso se nota la ausencia de banquillo nuevo. Porque casi siempre son los mismos, ya no tan jóvenes, los que organizan, hacen declaraciones a los medios, lo usan de pretexto para vestirse de gala dentro de circuitos preestablecidos y previsibles hace demasiado tiempo, sin las injerencias de nadie joven que cambie alguna tradición. Tan anclados en la pre-modernidad.

Pobreza controlada para subsistir. Formalizada por conductas correctas y buenos modales que aprovechan aperitivos dados por administraciones en actos culturales de postín. O de postureo, qué vaya usted a saber.

En las pequeñas ciudades conocidas se abren comercios y se cierran, antes de que transcurra el primer año. No sólo en las barriadas, también en calles céntricas por las que transitan potenciales clientes a diario. Los alquileres, de un coste elevado, consiguen que, al final, muchos autónomos tiren literalmente la toalla. "Prefiero tenerlos cerrados" -oí decir al propietario de unos cuantos locales, al sugerírsele la bajada de los precios de las rentas.

Desengáñense, en las pequeñas ciudades de provincia solo hay dos tipos de riqueza: la de los dueños de terreno (construido o no) y la de ciertas profesiones liberales, que aguantan, aún disminuido su quehacer por la crisis. Todo lo demás es de un incierto visible o de una mera (mejor o peor) subsistencia. Pero nadie habla de ello. Porque sería tanto como destruir la apariencia agradable sobre la que (las localidades y por ende sus habitantes) se han construido. Y eso los paraliza.

He dejado para el final la "traca" última. La rebelde. Cuando el amigo de mi hijo me la soltara como un escopetazo: "Puesto que cada generación paga las pensiones de la anterior, mi duda es si yo debo seguir pagando la vuestra, cuando ni siquiera tengo asegurado mi presente y el de mi familia."


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