Tuve un compañero con el que estudiaba los temas de una de las asignaturas preferidas de mi carrera. Le costaba comprender algunas cosas, pero reíamos mucho juntos y eso me atraía. De un día para otro decidió dejar los estudios e irse al ejército, en el que también trabajaba su padre, y la relación entre compañeros terminó. Yo no hice nada por reavivarla.
Lo que pudo haber sido, "lo que se pierde en la traducción", en la diferencia de los ritmos, constituyen el asunto central de un film muy galardonado de Sofía Coppola: "Lost in translation". A mí, las películas lentas consiguen ponerme nerviosa, aunque reconozco que la atmósfera de ésta es la precisa para comprender las dos historias de soledad, en una ciudad tan interesante como Tokio, repleta de gente. Se cruzan para separarse, al igual que las líneas que se cortan y se separan en Geometría.
A veces pienso sobre situaciones concretas que pudieron ocurrir y desembocar en otros finales solo con que hubiéramos tomado decisiones distintas. Todos podríamos poner ejemplos. Porque "elegir" siempre lleva consigo "desechar". Cuando optamos por algo, de alguna manera decimos no a otros caminos, otras querencias, otros horizontes... Así es la vida.
¿Qué hubiera ocurrido si (metafóricamente hablando) en vez de ir hacia la izquierda hubiéramos virado hacia la derecha, si en vez de salir hubiéramos elegido no hacerlo, si en lugar de rodearnos de unos, nos hubiéramos rodeado de otros? Nunca lo sabremos con exactitud. Lo imaginamos, pero puede que nos equivoquemos incluso en eso. Nunca tendremos la absoluta seguridad de lo qué no fue.
Somos los seres humanos profundamente poliédricos y cada una de las caras de nuestra condición revela vertientes que nos explican, aunque solo mínimamente, porque es preciso el conjunto de todas ellas para llegar a entendernos del todo. La evolución de la especie y los propios roles que la sociedad nos exige, o acepta, hace el resto.
Pensar en lo qué pudo haber sido tiene mucho de nostálgico pero carece de interés, salvo como argumento de una obra dramática (y hay algunas muy reconocidas, al respecto). En realidad no queda otra que "apechugar" con las consecuencias de nuestras propias acciones, aunque nadie deba negarnos la pequeña revancha de explicarlas con los ojos y labios propios. Faltaría más.
Y lo mismo en lo colectivo. Por acción u omisión formamos parte de los variopintos entramados sociales en los que estamos inmersos. Y a veces es por propia elección. Por eso, siempre me sorprende la rotundidad de juicio de algunos hacia lo qué hacen sus convecinos, en contraste con la benevolencia del propio papel en cuántas causas existen o les rozan.
Craso error e incoherente. Debieran los poderes que en el mundo son, no permitir las cartas marcadas. Y descalificar a los jugadores que las usan.
Carmen Heras
