Los escupitajos

El otro día me soltaron un "escupitajo". No lo vi venir. No lo vi venir porque no lo esperaba. De algún modo me tambaleé. Aunque no se notase. O al menos eso espero: que no se haya notado. Era inmerecido. Lo digo con rotundidad. Pero llegó. Al día siguiente me pidieron disculpas. Yo las acepté.

El episodio no tuvo importancia. O quizá si. Por su aparente falta de ella. Pero no es cierto, la tiene, porque refleja muy a las claras, la ausencia de crítica reflexiva y los malos y populistas vientos de la época, donde cada quien interpreta el mundo en un color u otro, según como le va en él. O cree qué le va. Que de todo hay.

Existe un problema previo en incorporarse diariamente al grupo de los oprimidos, haciendo bandera de ello, en cada situación y en cualquier explicación de la misma. Quizá por la influencia profunda de algunos preceptos del cristianismo: ("a los oprimidos se les dará la tierra"), explotados al máximo en un sentido y en el opuesto ("hay que romper las cadenas"). Cuando algunos de los actuales dirigentes políticos proclaman con fiereza determinadas consignas o hacen determinadas acusaciones genéricas, aún no saben, porque aún no han tenido tiempo de saber, que llegará una etapa en la que sus palabras se volverán contra ellos sin remisión. Pues les resultará imposible ser vistos como ajenos al colectivo al que acusan con tanta ligereza y en el que, por otra parte, han entrado en plena libertad. Las generalizaciones se graban en el subconsciente colectivo y el pueblo las usa, cuando tiene tan buenos maestros.

Yo reconozco la fuerza vital de algunos de estos jóvenes alevines y su inteligencia. Me recuerdan las de un amigo mío en su época de universidad. Era brillante, como pocos, y era indomable. Lo llevaron a la cárcel de Franco por repartir octavillas entre sus compañeros universitarios y su padre (q.e.p.d.) tuvo que ir a hablar con sacerdotes amigos para que lo soltasen. Aún así, le quitaron el pasaporte, truncándole una de sus fuentes de financiación (todos los veranos trabajaba de camarero fuera de España y ahorraba para sus gastos de invierno en la ciudad donde estudiaba). Hoy es catedrático, aunque supongo que no habrá olvidado. No del todo.

La fuerza vital se va serenando con la edad. O la serenan los factores exteriores. No hay marcha atrás. Después del desconcierto y de la decepción llega el reequilibrio que permite marchar con lo qué se tiene. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera permitido que algunos hubieran seguido manteniendo unos primeros niveles de decisión? Nadie lo sabe. Sin duda las circunstancias hubieran sido otras. Pero ya es inútil volver y volver a echar la vista atrás porque ya nada puede cambiar la dirección y el sentido. Es como cuando sale la pasta dentífrica del tubo, que ya no puede nadie introducirla en él de nuevo. Con el consiguiente despilfarro de la misma por el desagüe del lavabo.

Ahora bien, es imposible el olvido. Siguen ahí los "debe" y "haber" de las decisiones tomadas. Cada día, en las frases lastimeras o enfadadas de Twitter se hacen resúmenes enteros de ellas.